TEMA

TEMA DEL MES Coronavirus

Creer en tiempos de coronavirus
Eugenio Rodríguez, párroco de san Marcos en Las Palmas, amigo de Cresol

¿Cómo creer cuando aparecen las desgracias? ¿con perplejidad? ¿pasándose a la incredulidad? ¿o son ocasión magnífica para crecer en la fe? Una fe del paleolítico es una fe mágica. Esa que entiende que Dios es un caprichoso a veces feliz, a veces sádico que reparte bienes y desgracias; eso se parece más a los dioses viejos que al Dios cristiano.

Una desgraciada lectura del “Pidan y se les dará” hace pensar a mucho creyentes que la realidad depende de la insistencia humana. Triste imagen de diosecillos ancestrales. No es ese el Dios de Jesús. (recomiendo la entrevista al teólogo Martín Gelabert: http://antigonahoy.blogspot.com/2019/09/como-actua-dios-en-el-mundo.html)

Las beaterías de siempre han aprovechado para disparar contra los creyentes y obispos que respetan esta fe y han sugerido que sea de cobardes y sumisos aplicar a los actos litúrgicos las recomendaciones sanitarias para cualquier reunión. Hay quienes creen que por andar Dios por medio se dejan de lado las condicionantes de cualquier acto social. Un vino consagrado, si también contuviera veneno, no dejaría de contener ese veneno. Seamos normales. Las beaterías de siempre han relatado que solo los obispos polacos han propuesto que haya más Misas. Pero las Misas en que se junte tanta gente como en el 8M de Madrid tendrán las mismas consecuencias sanitarias que aquella reunión.
Aceptando suspender actos religiosos no manifestamos que seamos sumisos, sino que creemos con la Iglesia que “la Gracia no anula la naturaleza” y si hay condiciones sociales de infección no va a dejar de haberla porque el acto sea piadoso. Creo más bien, aunque no lo diga así exactamente el Catecismo, que forma parte de la libertad de Dios, haber renunciado a ese poder. Es algo similar a muchos padres que no imponen algunas cosas a sus hijos porque un día encendieron con amor esa chispa de libertad en sus corazones. Porque, como dice Francisco, quieren seducir, no imponer. Dios, como los padres que conozco, trabajan por encender la chispa del amor, no la impone.

No es que seamos sumisos, es que distinguimos -como Francisco- la técnica de la tecnocracia. Nos oponemos a la tecnocracia, la técnica encastillada en su poder, el negocio de las multinacionales de la farmacia, la distinción entre clases dentro del sistema sanitario y tantas otras cosas. Sin embargo, con la misma fuerza con que nos oponemos a la tecnocracia manifestamos nuestro amor y reconocimiento por la técnica. Valoramos los esfuerzos de los profesionales, las investigaciones de los científicos, las propuestas consensuadas, el sinfín de tareas pequeñas que hacen avanzar. Es la vieja relación entre la razón y la fe. Una relación circular, convergente, dialéctica, enriquecedora.

Creer en tiempos de coronavirus es aceptar las propuestas inteligentes, razonables, científicas y no imaginar que las cosas se arreglan amontonando rezos. Orar es imprescindible para seguir trabajando en medio del cansancio, para encajar las dificultades, para aceptar que nos equivocamos a veces, para cuidarse y cuidar de los otros. La oración es muy importante pero no a medida de mi capricho sino la oración cristiana.

La mirada a nuestro entorno también nos hace preguntarnos si las profesiones no deben plantearse, además de hacer bien su trabajo, el contexto en que lo hacen. ¿Era necesario multar por cada cosa que se exigía desde el gobierno? ¿era necesario ese grado de confinamiento? ¿los sanitarios tenían que soportar decisiones que les ponían en riesgo y entorpecían su trabajo?

Creer en tiempos de coronavirus es saber aprender. Se ha puesto de manifiesto que de esta no puede salir cada uno por su cuenta. Ni solo por la acción de las instituciones. Hace falta la persona en su íntima decisión y hacen falta las instituciones. Es tiempo de aprender que no sirve ni el pánico ni la superficialidad. Es tiempo de aprender que cada profesión debe ser una vocación ejercida por amor y no por dinero. Es tiempo de aprender a compartir, de poner en juego las cualidades. Es tiempo de practicar “de cada cual según sus posibilidades, a cada cual según sus necesidades”.

Creer en tiempos de coronavirus es ver todo el dolor económico que conlleva esta pandemia. Ya hay quien ha dicho que la crisis económica generará más muertes que el virus. El paro mata y el paro ha aumentado. Es razonable que los funcionarios se planteen la solidaridad con los autónomos; o mejor dicho los altos funcionarios con los bajos autónomos, porque de todo hay. ¿Qué pasa con los que se quedan en paro? Es cosa de todos. Los filósofos del libre mercado: esperamos que mejoren sus ideas a la vista de la realidad. Está claro ya que tanto el mercado como el estado resultan insuficientes por si mismos.

También habrá que darse cuenta de que una sociedad avanzada necesita que no haya personas que no llegan a fin de mes trabajando. Es necesario incluso tener un patrimonio solidario que permite afrontar estos imprevistos. La Iglesia defiende esto, con cierta timidez desde León XIII y con más fuerza desde Pablo VI. Hay que promover una economía que no haga solo limosna con quien cae en una emergencia; es necesaria una economía que cambie el corazón mismo del sistema.

Habrá que preguntarse si la investigación está enfocada a las grandes necesidades de la humanidad o hay cualidades investigadoras dedicadas a caprichos de élites minoritarias.

Habrá que preguntarse también por la gestión política. No para exigir que no se cometiera ningún error pero sí para preguntarse si algunos con cualidades políticas prefirieron la comodidad de no bajar a esa arriesgada arena, sí para preguntarse si en vez de servir algunos fueron a la política a servirse. La mirada a España nos hace preguntarnos si nuestra Constitución no ampara formas de concentración de poder poco democráticas, ¿no daban pena hasta presidentes autonómicos suplicando sensatez en la cuestión de los niños o en que no fuera por provincias como se hacía la desescalada?

Creer en tiempos de coronavirus exige plantearse que en cuanto pase la pandemia habrá que preguntarse por cómo construir una sociedad realmente justa. Porque la justicia social hará que los virus se encuentren una población más sana, más preparada, más prevenida. Si hay justicia no habrá personas para quienes lo de “quedarse” en casa no sea un auténtico calvario porque la casa misma es incómoda o insalubre; parecen olvidar algunos que a veces la casa no es tal; los “sin techo” siguen existiendo, los campamentos de refugiados y los CIEs siguen existiendo.
Creer en tiempos de coronavirus es dedicar tiempo y reflexión a una perspectiva crítica. Es bueno preguntarse por nuestra falta de prevención, es necesario criticar la frecuente dedicación de la capacidad investigadora a lo que es negocio en vez de al bien común.

Creer en tiempos de coronavirus es experimentar que ya nunca más es posible una vivencia egoísta. Que todos somos solidarios. Queramos o no caminamos hacia la solidaridad. Eso sí, creo, Dios lo quiso así. La humanidad tiene ante sí una gran oportunidad.

A comienzos del siglo XXI tampoco se puede permanecer en un amor apolítico. Un amor apolítico cada día es menos real que sea amor. La comparación entre unos países y otros nos lleva a un convencimiento aún mayor de la importancia de la política-política. Unos gobernantes lo han hecho mejor que otros (¿Alemania, Portugal, Corea. Grecia, por ejemplo, mejor que Italia, España, Reino Unido?). ¿Podemos lavarnos las manos respecto de la implicación en el poder político?

TEMA DEL MES Coronavirus

Església després del coronavirus
Martín Gelabert

1. A causa d’un virus descontrolat, tota la societat ha quedat controlada. També les institucions eclesials s’han vist sotmeses als controls determinats per les autoritats. No hem pogut celebrar la Setmana Santa ni la Vigília Pasqual, reunint-nos com a comunitat cristiana. Això sí, l’Església ha continuat viva, puixant i operant. Perquè l’Església és allí on hi ha un cristià. Alguna cosa hem aprés: una cosa és estar junts i una altra estar units; potser no hem pogut ajuntar-nos, però la comunió dels sants ha estat més visible que mai. Una altra cosa hem aprés: els ritus, les formes són importants, però el decisiu, el fonamental, és la relació amb Déu, més enllà de totes les formes i ritus, més enllà de les celebracions.

2. Després d’estos dies, què passarà? Costarà una mica tornar a la normalitat. Una cosa sembla segura: el que immediatament ens espera és una gran crisi econòmica, conseqüència de la crisi sanitària. Per tant, hi haurà més pobresa, més atur, més persones en situació de necessitat. Ací és on l’Església (i les seues institucions) tindrà molt a dir i molt a fer. Potser el virus és controlat, però el que seguirà sense control són les necessitats alienes.

Estes necessitats ens recorden que hi ha un virus que mai desapareix, per desgràcia, el virus que fomenta el poder i la corrupció, el virus de l’ànsia de riquesa, el virus de la sexualitat descontrolada. Este virus s’ha manifestat durant la crisi sanitària, en la qual ha augmentat el consum de pornografia i de drogues, el poder mal gestionat, i multitud d’estafes i intents de robatori, alguns utilitzant el nom de “Caritas”. Si després de la crisi sanitària ve una crisi econòmica, este virus al qual acabe de referir-me, es deslligarà amb tota la seua força malèfica.

Els cristians, sabem com és l’antivirus: compartir, la compassió, l’amor, el despreniment, la generositat, les paraules positives, en fi, l’amor evangèlic. ¿Serem capaços de repartir este antivirus, sempre necessari i sempre escàs? El que sembla que ha ocorregut amb alguns ancians, que no han estat degudament atesos, precisament per ser ancians, és un seriós crit d’atenció. La vida val per si mateixa i valen totes les vides. I, si alguna ha de ser especialment cuidada i atesa, és la vida fràgil o la que ningú vol.

A més de la crisi econòmica que ens espera, és possible que hi haja intents d’aprofitar la conjuntura per a restringir les nostres llibertats: ¿podrem continuar reunint-nos, omplir esglésies o locals, viatjar lliurement, haurem d’utilitzar sempre o quasi sempre màscara, estarem més controlats, fins i tot a través del telèfon mòbil, haurem d’oferir explicacions d’on anem i d’amb qui estem, l’entrada d’immigrants serà encara més restrictiva? Em tem que més d’un polític pretendrà, en nom de la real o suposada seguretat, que paguem l’alt preu de la llibertat. També ací les nostres comunitats eclesials podran jugar un paper profètic.

3. Alguns preveres han retransmés cada dia l’Eucaristia per internet. Preveres, laics i religiosos han obert bitàcoles, oferint bones reflexions i paraules d’ànim i esperança. Per desgràcia, hi ha qui ha difós idees molt estranyes sobre Déu, en dir, per exemple, que el coronavirus era la resposta divina als nostres pecats. Estem ací davant d’un altre virus que, d‘una forma o altra, sempre reapareix, el virus del Déu castigador i justicier, un virus que té capacitat de seducció i que enganya fàcilment a persones piadoses.

És possible que, una vegada que s’alcen les restriccions, hàgem d’adoptar algunes mesures en les nostres litúrgies, com donar-nos la pau sense tocar-nos o abraçar-nos, o combregar en la mà i, en aquells grups en què es combrega sota les dos espècies, fer-ho per intinció. Si així ocorre, caldrà anar amb molta cura amb els fonamentalismes barats que segurament afloraran. Per a alguns la manera de combregar sembla més important que la mateixa comunió.

4. De sobte ens hem adonat que hi ha més bales que màscares. ¿Seguirem així una vegada controlada la pandèmia? ¿Continuaran explicant-nos els periòdics les mateixes rivalitats i ambicions entre els polítics, els mateixos interessos de la banca a augmentar el seu capital, a costa de cobrar per donar-los els nostres diners, les mateixes guerres, les mateixes dificultats per a acollir als immigrants, les mateixes discussions en el parlament per a aprovar lleis que, com a molt, importen a minories ideologitzades, les mateixes restriccions en despesa sanitària i social? Jo no soc optimista, però, almenys, m’agradaria pensar que els cristians serem més conseqüents amb la nostra fe.

5. Finalment: la pandèmia, una més de les moltes desgràcies que han aparegut des del començament de la humanitat, és una conseqüència de la nostra naturalesa limitada. El món té els seus límits. La limitació, el “no ser déus”, és el preu de la vida. Però, per sort per a nosaltres, hi ha un Déu que dirigix la història i els esdeveniments. Però no ho fa intervenint i coartant la nostra llibertat, perquè llavors seria un Déu no conseqüent amb la meravella del ser humà lliure que ha creat. Déu sempre actua a través de “causes segones”, diuen els teòlegs i repetix el Catecisme de l’Església Catòlica. És a dir, actua a través de la intel·ligència, la bondat i la llibertat humanes. On estava Déu durant la pandèmia?

En l’esforç de tants metges i sanitaris que, amb pocs mitjans, jugant-se a vegades la vida, han fet el possible per curar als malalts. En la solidaritat de molts cristians que s’han ajudat entre ells i han ajudat als altres. En la intel·ligència dels especialistes que estan buscant una vacuna. En la disciplina de tantes persones que han quedat confinades a casa. En l’oració serena de les monges contemplatives. En la pena dels qui no han pogut acomiadar-se dels seus sers estimats. En la sensatesa del nostre bisbe en dispensar el precepte dominical i en les seues cartes plenes de fe i consol. Ací estava Déu.

¿És possible que els creients no ens n’adonem? Però, ¿quina catequesi i quina formació religiosa hem rebut, si no ens n’adonem, i pensem en càstigs estúpids, indignes d’un Déu “amic”, amic —a vore si ens n’assabentem—, amic dels pecadors? No he dit dels complidors, he dit dels pecadors.

TEMA DEL MES Coronavirus

Temps d´aprenentatges
X. Garcia Roca

¿Quina aportació pot fer el cristianisme com a memòria, comunió i profecia?

El canvi d’època, que proclama la fi de la modernitat, de les ideologies, del creiximent, de l’aigua, de l’aire net, així com l’emergència d’un món únic i interconnectat, ha trobat en la malaltia de la COVID-19 el seu drama i escenari. La representació es precipita quan un home devora una rata penada a vint mil milles de distància i s’activa un virus, que situa la humanitat en coma induït. Entra en escena no sols amb insospitats efectes socials, polítics i econòmics sinó amb la urgència d’escriure un nou guió, amb nous actors, valors i pràctiques. El coma induït suspén el temps de la cura; confina l’espai, minimitza les constants vitals i suspén la realitat quotidiana. S’espera del coma induït recuperar els cossos danyats i les vides ferides, produir condicions saludables de vida i projectar un futur amb menys riscos. Es confia que en acabar el confinament es deixen anar moltes coses, es potencien altres formes de convivència i es creen alternatives viables ¿Quina aportació pot fer el cristianisme com a memòria, comunió i profecia?

Memòria perillosa
Des dels seus orígens, el cristianisme ha desenvolupat el potencial de la memòria. Desconfià dels qui venen optimisme a força de negar el poder de la realitat. “N’eixirem” és el seu mantra; la humanitat superarà este malson per la força de les coses, la coerció i la disciplina social. Igualment desconfia dels qui postulen l’alliberament de la pandèmia mitjançant la destrucció apocalíptica de tot l’aconseguit i la transgressió del sistema. “Com més prompte emmalaltim tots, millor” és el seu mantra. Les dos propostes ignoren el sofriment i el cost en vides i morts. Ni els optimistes ni els desesperançats són portadors de sanació, sinó aquells que agermana la densitat de la tragèdia amb la responsabilitat personal, col·lectiva i institucional; la forçositat de la naturalesa amb la responsabilitat política. Els seus portadors són els ciutadans que s’apoderen dels seus riscos, les víctimes que ajuden les víctimes, els voluntaris que acompanyen persones vulnerables, els polítics que anteposen l’interés general, la societat civil solidària i els professionals de la salut, que amb rigor i coratge, actuen d’avantguarda en la lluita contra la malaltia.

Així mateix, hi ha una memòria que advertix que limitar les llibertats personals, els drets col·lectius, les conquestes socials i la sobirania dels pobles, mai va donar el resultat esperat, si no és per a reforçar-les i potenciar-les. En nom de l’emergència i de l’Estat d’alarma no han d’enquistar-se les mesures provisionals, com ha succeït amb la crisi dels refugiats que van encapsulats a les portes d’Europa; amb les crisis ecològiques, que s’han reduït a crisi climàtica; amb les crisis financeres les mesures de les quals han reforçat el capitalisme realment existent.

Comunitat confinada
La crisi actual és l’aprenentatge d’una comunitat global, que es descobrix fràgil i vulnerable davant d’una cosa real que afecta a tots; se sosté sobre tres eixos: la responsabilitat personal, que confia en el ciutadà lliure, autònom i racional, practica la solidaritat amb els dèbils i conrea els hàbits del cor; una comunió que ajorna les abraçades però no renúncia al somriure, i li basta mirar als ulls per a indicar que la teua sort m’importa. El cor no es toca només amb les mans, es creix també en distàncies curtes i llargues. La responsabilitat col·lectiva, que amplia la mirada d’un amb la mirada de l’altre i on no arriba el meu braç ho fa el teu; no perdria res l’Estat d’alarma si atenguera la crida dels qui en lloc de dirigir-se al ciutadà abstracte i sense història, el convocara amb les seues arrels, les seues tradicions, les seues identitats, els seus territoris. I la responsabilitat institucional que es desplega en lleis, obligacions i recursos públics; guanyaríem tots si arribem a considerar l’Estat com l’escut protector dels més vulnerables.

El aprenentatge més gran d’esta crisi serà la consciència col·lectiva que només un “nosaltres” interdependent a escala planetària estarà en condicions de respondre èticament i políticament als desafiaments del món global. La immunitat no és l’autoconservació individual sinó la vinculació comunitària en un món compartit. L’espai del nosaltres se’ns oferix hui com un refugi i una trinxera. En ell no som simples espectadors sinó co-implicats. El virus no està enfront de nosaltres, sinó en nosaltres. La lògica immunitària impedix desistir de la culpa ni transferir-la a tercers, com succeïx cada vegada que els europeus culpen als xinesos, els espanyols als italians, els ajuntaments a les autonomies, estes als governs nacionals per a acabar inculpant a Europa.

Futur cautelat
Esta epidèmia valora simultàniament el poder de la intimitat i el poder de la connexió. Recordava el meu amic José Luis Villacañas, en Levante, que el poder de la intimitat, induïda per la necessitat de quedar-se a casa, podria fàcilment suggerir-nos que estem cansats de no saber on anem de veres, de no tindre un fi, d’acumular capital, accions, mèrits, poder, influència, reconeiximent, tensions. En posar-nos en quarantena i sobreviure en solitud algunes setmanes podrem descobrir que la felicitat adulta i madura no és acumular, sinó gastar la riquesa acumulada en el creiximent personal i en objectius socials.

Per part seua, el poder de la connexió ensenya que no es construïx el “nosaltres” sobre particularismes, populismes i transhumanisme. L’emergència de la COVID-19 ha sacsejat els dos majors símbols de la globalització: l’aglomeració i la mobilitat. El virus es va incubar en una megalòpolis, es trasllada preferentment per concentracions de persones i es venç aïllant-se a casa. Els desplaçaments, incessants, massius i ràpids, com a epicentre de la globalització, han estat igualment qüestionats “com si es tractara d’un cop de puny sobre la taula que afona un castell de naips”. Les aglomeracions i les agitacions mostren que no sols són perilloses sinó també insostenibles. I en el seu lloc valorem l’adequada distància i la reclusió a casa. I, com que tota revolució tecnològica s’acompanya d’un canvi cultural, naix l’espai digital que no coneix l’aglomeració física ni requerix mobilitat. Hi ha proximitat sense lloc, com a mostra el teletreball, les conferències mundials sense estar a l’aula, el cirurgià que intervé amb les seues mans sense estar en el quiròfan, el Papa que impartix una benedicció sense apuntar-se a la finestra, els fidels que assistixen a l’eucaristia a través d’una pantalla.

El compromís comú incorpora agents formals i informals, religiosos i seculars, creients i ateus, comunitats i institucions. De manera que ha mostrat major qualitat cívica el president de la Conferència Episcopal Espanyola en felicitar el Govern per prendre mesures impopulars, que el president de Govern en silenciar l’Església i les confessions religioses en el seu llarg memorial d’agraïments.

Share by: