Hablando con un seminarista, me decía, algo escandalizado, que otro compañero del seminario le decía que la Parroquia es una estructura caduca, que no tiene futuro. Todo lo contrario de lo que nos dice el Papa Francisco en el número 28 de Evangelii Gaudium:
«La parroquia no es una estructura caduca; precisamente porque tiene una gran plasticidad, puede tomar formas muy diversas que requieren la docilidad y la creatividad misionera del Pastor y de la comunidad.
Afirmar que la parroquia es una estructura caduca sólo se puede hacer cuando no se ha tenido una experiencia de “ser parroquia”, o desde una mentalidad individualista, estrecha y pobre, que no ha descubierto la pluralidad y riqueza que suponen los diferentes carismas y dones integrados en una comunidad parroquial, como bien nos habla San Pablo en 1 Cor 12. Para ese tipo de mentalidades, de pensamiento único, todos tendríamos que ser y pensar como ellos.
Resulta lamentable que un futuro sacerdote “diocesano”, que muy probablemente va a ser destinado a ejercer su ministerio en una parroquia, tenga ese tipo de mentalidad, ya que con ella no ayuda a la construcción de una Comunidad Parroquial abierta, plural, donde todos caben, niños y niñas, jóvenes, adultos, mayores… de distinta clase y estamento, donde laicos, personas consagradas y párroco trabajan en equipo, cada uno desde su misión y función.
Cuando la parroquia no se construye así, se fomenta el clericalismo, pues lo que debería ser fruto de “la docilidad y la creatividad misionera del Pastor y de la comunidad”, como indica el Papa, se convierte en una comunidad parroquial a imagen y semejanza de la mentalidad de ese párroco. Y tristemente los laicos que no tienen esa misma mentalidad terminan por dejar la parroquia, pues se sienten desplazados, ninguneados.
Aunque ciertamente no es la única institución evangelizadora, si es capaz de reformarse y adaptarse continuamente, seguirá siendo «la misma Iglesia que vive entre las casas de sus hijos y de sus hijas». Nos decía San Juan XXIII: «La parroquia debe ser “como la fuente de la aldea, a la que todos acuden para saciar su sed”». La parroquia, es la “fuente”, a la que acuden los habitantes de la aldea, niños y niñas, jóvenes, adultos, personas mayores, para recoger, beber y saciar “la sed de Dios”.
A mí me gusta utilizar la imagen de la casa, como indica el objetivo pastoral que tenemos en mi parroquia: “La Parroquia es c@sa de tod@s”. Así veo a la Iglesia, la casa de Dios, a la que entramos por el Bautismo, donde todos nos sentimos hermanos y hermanas de un mismo Padre. Ser parroquia es sentirse como en casa, querido, acogido, valorado… y todos debemos colaborar, aportar, preocuparnos y ocuparnos de lo que sea necesario para que funcione.
Esto supone que realmente esté en contacto con los hogares y con la vida del pueblo, y no se convierta en una prolija estructura separada de la gente o en un grupo de selectos que se miran a sí mismos.
La parroquia es una casa con las puertas abiertas, que como gran familia también se ocupa y preocupa de lo que pasa en la calle, en el día a día, a otros miembros que no se acercan por diferentes motivos, y nosotros debemos salir a su encuentro. Ya no podemos ni debemos concebir a la parroquia como administradora de “servicios”, esperando a que la gente venga: debemos salir al encuentro de los demás, sobre todo de los más necesitados y desfavorecidos y también de los que no han oído hablar de Jesucristo.
La parroquia es presencia eclesial en el territorio, ámbito de la escucha de la Palabra, del crecimiento de la vida cristiana, del diálogo, del anuncio, de la caridad generosa, de la adoración y la celebración. A través de todas sus actividades, la parroquia alienta y forma a sus miembros para que sean agentes de evangelización. Es comunidad de comunidades, santuario donde los sedientos van a beber para seguir caminando, y centro de constante envío misionero.
La parroquia es “Comunidad de comunidades”, integrada por los feligreses, asociaciones, grupos, las distintas espiritualidades, los diferentes carismas, movimientos… que como hermanos y hermanas celebran comunitariamente la Eucaristía el Domingo, el Día del Señor, como gran familia que somos. Por eso no podemos celebrar Eucaristías paralelas, pues acabamos generando iglesias paralelas. No podemos caer en errores pasados, cuando se decían misas en las distintas capillitas de un mismo templo, y algunas incluso a la vez. Tampoco cabe hablar de “la Eucaristía de tal o cual grupo”, ya que celebrar la Eucaristía debe ayudarnos a construir y fortalecer la Comunidad Parroquial, con la riqueza que supone celebrar en comunión con las distintas espiritualidades, edades, estados…
Pero tenemos que reconocer que el llamado a la revisión y renovación de las parroquias todavía no ha dado suficientes frutos en orden a que estén todavía más cerca de la gente, que sean ámbitos de viva comunión y participación, y se orienten completamente a la misión.
De ahí la necesidad de iniciar procesos en las parroquias, englobando a niños, jóvenes y adultos en corresponsabilidad, formándolos en Equipos de Vida y enviándolos a ser apóstoles en el mundo de hoy para la evangelización de las personas y de las realidades en las que está inmersa la parroquia.
Parroquias en las que la Eucaristía dominical sea el centro de su vida, el lugar del encuentro real con Cristo y con los demás miembros de la parroquia. En torno a la Eucaristía se articulan los diferentes Equipos de Vida, grupos, espiritualidades… en los que los laicos puedan formarse, orar, celebrar y compartir su vida. Y como fruto de esta vivencia de fe en la parroquia, las personas irán implicándose de forma gradual en las diversas áreas, tanto de carácter intraparroquial como extraparroquial.
El Papa Francisco nos llama a ser discípulos-misioneros, y la parroquia es el cauce habitual para avanzar en este sentido. La parroquia no es una estructura caduca, sino el instrumento que permite hacer vida las palabras proféticas de nuestros obispos: “La nueva evangelización se hará, sobre todo, por los laicos, o no se hará” (CLIM 148); y también: “La evangelización se hará por cristianos convertidos y convencidos maduros en su fe” (OMSE 37).