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Sobre la carta del card. Antonio Cañizares
El paro
Enrique Lluch Frechina, es profesor de la Universidad CEU Cardenal Herrera

La carta pastoral de nuestro Cardenal Antonio Cañizares titulada “Dadles vosotros de comer ¿Dónde está tu hermano? Carta pastoral sobre el paro” salió a la luz el primer día del mes de junio. En ella se expresa la gran preocupación de nuestro Cardenal por el azote del desempleo que se ha incrementado tanto debido a la crisis sanitaria que estamos viviendo. No hay más que ver los títulos de los tres apartados en los que está dividido el texto para percibir esta preocupación: I) EL DRAMA DEL PARO, II) EL PARO SIGUE Y AUMENTA, III) NO DESCIENDE EL PARO: HAY QUE ACTUAR, YA.

El cardenal toma como referencia un texto de los años ochenta de Monseñor Antonio Palenzuela, del que reproduce varios fragmentos a lo largo de su carta pastoral, de modo que las ideas que recorrían aquel documento hace más de treinta y cinco años son el eje vertebrador de esta carta. Monseñor Palenzuela es citado de manera explícita hasta en siete ocasiones en las cinco páginas de las que se compone la carta y una parte sustancial de ella reproduce textos firmados por aquel entre 1983 y 1984. Ante una situación similar de paro elevado, nuestro cardenal hace suyas las ideas que proponía monseñor Palenzuela en aquel momento.

Todo el documento gira alrededor del drama del desempleo. Su tesis principal es que este se ha incrementado mucho (cosa evidente, que todos conocemos) y que el problema generado de desempleo va a ser un problema estructural y no coyuntural como algunos creen (consideran que en el momento acabe el problema sanitario volveremos a una situación cercana a la inicial). El problema del desempleo viene ligado al cierre de empresas y a la crisis económica que ha generado la pandemia mundial que estamos viviendo y las medidas que hemos tomado para que evitar sus peores consecuencias.

D. Antonio nos recuerda que el problema económico, el problema del desempleo, es un problema de todos, que como cristianos, aunque no estemos afectados por él, no podemos descuidarnos, no debemos olvidar que son personas que conviven con nosotros quienes tienen están sufriendo esta situación, por lo que debemos solidarizarnos con ellas y articular medidas y actuaciones que hagan que esta apuesta por la mejora de quienes peor lo están pasando se traduzca en realidades que ayuden a quienes se ven más afectados por esta lacra del desempleo.
A parte de la ayuda de urgencia necesaria (que articulan entre otros nuestras Cáritas) nuestro cardenal nos impele a tomar medidas que intenten crear empleo para aquellos que se han quedado sin él. Todo el documento está articulado alrededor de esta idea. Si bien es verdad que la ayuda es necesaria para afrontar las situaciones de urgencia que se están dando para muchas familias, D. Antonio insiste en que lo importante es la creación de empleo para que las personas puedan ganar las rentas que precisan gracias a un empleo digno que les permita, no solo alcanzar estas, sino también poder colaborar de una manera digna en la construcción de nuestra sociedad. Insiste en que exista actividad económica productiva para que las personas no precisen de ayudas que, según su parecer, producen dependencia y no solucionan los problemas de base que hay detrás de esta situación.

Para ello, nuestro cardenal crea a partir de esta carta una “Comisión Diocesana para el Empleo y contra el Paro”

Para ello, nuestro cardenal crea a partir de esta carta una “Comisión Diocesana para el Empleo y contra el Paro” que pretende que “estudie y analice los múltiples aspectos de esta situación compleja, y nos indique actuaciones y sugerencias a seguir”. Una comisión compuesta, en esencia, por representantes de Cáritas Diocesana, de la Universidad Católica de Valencia, con un obispo auxiliar y personas designadas por el Arzobispo, aunque también se va a invitar a ella a la Universidad CEU Cardenal Herrera y a otras instituciones que no se especifican en la carta. La comisión también está abierta a expertos que se ofrezcan a participar en ella.

En esencia D. Antonio quiere recordar a todos los cristianos de la diócesis que el problema de la falta de empleo es una cuestión de todos y en la que nos tenemos que involucrar de una manera activa. Que la manera de ayudar a las personas que están en esta situación desgraciada es abrir posibilidades para que puedan encontrar empleos dignos más que ayudas. Que nuestro desafío está, pues, en reactivar la economía para que esta vuelva a crear posibilidad de trabajos remunerados que permitan que las personas puedan obtener sus ingresos gracias a una actividad que les dignifique.

Más allá de esto, nuestro cardenal reconoce que el análisis más profundo lo tienen que hacer los “verdaderos expertos en economía” que son quienes pueden determinar las causas del problema y las maneras en las que se puede reactivar la economía para que nadie se vea privado de la dignidad del trabajo que es parte de la dignidad de la persona. En la Iglesia debemos colaborar en este que, según D. Antonio, debería ser “el objetivo prioritario de la actuación del gobierno: trabajo y trabajo, puestos de trabajo y empleo decente y digno” y que considera que “también habría de serlo de toda la sociedad”.

Esperemos que la principal medida que se deriva de esta carta pastoral, la comisión diocesana de la que hemos hablado, tenga los efectos deseados por D. Antonio y la Iglesia pueda así colaborar en la construcción del bien común a través de actuaciones que permitan garantizar un trabajo digno a todas las personas que vivimos en nuestro país.

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Hem deixat passar trenta-tres anys!
Federica Font Revert (València)

L’any 87 el Sínode diocesà expressava en el cànon 821: «Fórmese en la diócesis una comisión de laicos peritos en el análisis de la situación económica y sus repercusiones sociales y solicítese a esta comisión un dictamen anual sobre los principales problemas».

És això el que vol realitzar en estos moments el senyor arquebisbe. Hem deixat passar trenta-tres anys! Tal vegada mai és tard... Sempre pot ser temps per a dur a terme una cosa útil. Però, em pregunte: ¿On han estat les dificultats durant estos anys per a no poder realitzar esta iniciativa? ¿Per què no s’ha fet abans esta acció prescrita en el Sínode diocesà? ¿Servirà per a la mateixa cosa el Sínode actual, en procés de conclusió?

Escric este breu per a manifestar algunes de les meues queixes. Ja no crec en comissions de principis, i no sols per allò que va dir Napoleó... Ara només crec en les persones. Han passat molts anys. En aquell moment tenia molta il·lusió, però anem fent-nos vells..., i «gos vell, lladra cansat». Sense el testimoniatge personal, de poc servixen les comissions.

Estic cansat d’ordenances que proposen una conversió a les musaranyes. Una pregunta: ¿Com diu el senyor arquebisbe que entrega la seua nòmina mensual de la Conferència episcopal de manera indefinida? ¿Que ell viu de renta o té altres nòmines? No ho acabe d’entendre.
3/4 parts de la humanitat estan passant fam; també entre nosaltres són molts els que viuen en la indigència, i necessiten un treball. Este món dona per a alimentar sis vegades la humanitat i perquè tothom puga treballar amb un salari digne. No obstant això, la terra és un infern, 
inhabitable per a la majoria de la humanitat. La meua pregunta: ¿Com serà possible després de la pandèmia crear un món nou, amb persones de principis, però que no es juguen el seu establishment? Estic cansat de comissions de gent -catòlica i no catòlica- acomodada, que segons el meu parer poc poden renovar.

Somnie en un món diferent del del 87... A una nova cultura hem d’obrir camí. Constate que encara hi ha qui tem que no li renoven el contracte en centres i universitats catòliques si no diuen allò que el mandatari de torn vol escoltar. I si és així, com en el passat, de poc serviran les comissions postsinodals.

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Las enésimas migajas del Ingreso Mínimo Vital
Eugenio A. Rodríguez. (14.06.20)

Todo el Parlamento ha dado su ok. Todos han mirado a César y han concedido unos minutos de vida para los que están en la arena. Día histórico dicen. El clima de crispación en las gradas ha dado paso a unos minutos de paz romana, de irenismo, y se han puesto de acuerdo para las migajas llamadas “Ingreso Mínimo vital”. “Ingreso” lo que se dice ingreso sí que es; pero “mínimo” lo es en cuanto a pequeño no en cuanto a que sea suficiente. “Vital” no es porque en esta sociedad no da para vivir. Que hagan la prueba los que lo han aprobado. Lo mismo gastan (o hacen gastar) solo en desplazarse más que lo que aprueban para que otros vivan. Es pura cosmética adobada de blablabla. En realidad:

1/ No resolverá ni siquiera los problemas más acuciantes. Si es tan hermosa como dice la ley en su exposición de motivos ¿por qué no cierran los comedores sociales, el Banco de alimentos etc etc?

2/ Será un suplemento de ingresos que permitirá que a algunos se les siga pagando mal porque el empleador sabe que existe ese complemento. Los empleadores usarán ese argumento al contratar los trabajos precarios esos que ahora llamamos justamente esenciales.

3/ 3.000 millones de euros no pueden acabar con la vulnerabilidad. Esa cantidad es el presupuesto aproximado de la sanidad de una comunidad autónoma mediana como la vasca. Los dividendos particulares que Amancio Ortega recibió por sus acciones en Inditex fueron más de 1.600 millones el año pasado.

4/ Aunque alardee de “estructural” no toca el mecanismo de creación y distribución de riqueza.

“El asistencialismo es violencia”. Suena fuerte. Lo dice un eclesiástico hoy muy conocido y tiene toda la razón. En la primera Semana nacional de la HOAC (1946) se vivió una escena poca común. Dialogaban cordialmente Julián Gómez del Castillo, un joven militante cristiano socialista y Federico Rodríguez, quizá el primer catedrático de política social de España, un cristiano conservador del ámbito de Herrera Oria. El catedrático mostraba su extrañeza porque a su padre le habían matado los mismos a quienes había dado limosna; su padre (y él mismo) formaban parte de los creyentes con preocupación social y ayudaban a los pobres. No eran crueles pero dejaban intacto el sistema de señoritos y esclavos (volviendo a películas: como cuando en “Los santos inocentes” el señorito da unas monedas a los cuasiesclavos en fila). El catedrático no entendía que los ayudados mataran al padre (como en “Los santos inocentes” Azarías mata al señorito, por cierto). El militante no logró explicarle un hecho que él entendía perfectamente por su vida. Sí que es cierto que cultivaron la amistad cristiana durante toda su vida y algo lograron aunque Federico seguramente no llegó a comprender el hecho de su padre. Julián lo entendía no por películas sino por su vivencia. En su vida había visto que el asistencialismo es violento. Es violento cuando las señoras de las organizaciones de “caridad” levantaban la tapa del puchero para ver si había carne en vez de solo hueso y tocino. Hay violencia en esa forma de mirar desde arriba, de vigilar en que se gasta lo que se da. En imposición de todo tipo de relaciones.

Para quien no haya vivido escenas similares puede servirle de algo verlo en “Las cenizas de Ángela”, especialmente en aquel “tribunal” en que se deciden los vales que se entregan. Quien ha padecido el asistencialismo experimenta un variado abanico de sentimientos en que ocupan gran lugar la rabia y la impotencia. Es esa violencia intrínseca al asistencialismo la que hace reaccionar violentamente al asistido. La presencia en la Iglesia de estos militantes hizo que un día en la Gaudium et spes se dijera: “Quien se halla en situación de necesidad extrema tiene derecho a tomar de la riqueza ajena lo necesario para sí”; a “pedir limosna” no anima. Salario justo es la propuesta. Y cuando hay tal no hacen falta limosnas.

El asistencialismo es violencia. También lo decían los anarquistas españoles que recibían las limosnas de los republicanos que en el exilio se daban la gran vida. Lo llamaban las “píldoras del doctor Negrín” y decían que “resultaban especialmente amargas”. Toda la historia del trabajo es un grito de dignidad, una defensa de la justicia, del trabajo. No defiende la historia obrera un reparto caprichoso de bienes sino a través del salario justo. Esto lo dice la inmensa mayoría del pueblo: “No quiero una ayuda, quiero trabajo” se oye con frecuencia. Se ha dicho a veces con amargura y miedo pero siempre con un alto sentido de la dignidad.

El asistencialismo es violencia. No es una relación de fraternidad, horizontal, pacífica, cordial o de amor. También lo han percibido los comunistas honestos. No los corruptos que ayer u hoy usen el nombre de los pobres para ascender y darse la gran vida. Basta leer la impresionante autobiografía de Valentín González “El campesino”: “Yo escogí la esclavitud”)

Volviendo a otra película, que no he visto, cuentan que en “Monsieur Vincent” san Vicente de Paul dice a las hermanas: “Sólo por tu amor, te perdonarán los pobres el pan que les des”. Ya sé que parece normal que los donantes pidan agradecimiento y me permito pedir al lector que dude de sus ideas si no coinciden con las que alguien se ha atrevido a poner en boca de san Vicente y recomiendan vicencianos de hoy.
Aludo a grupos diferentes, a cristianos, socialistas, anarquistas y comunistas para decir que en la vida de los pobres, sean de las ideas que sean, el asistencialismo es percibido como violencia porque es violencia. Es un hecho, no es demagogia. Ha añadido sufrimiento, rabia, dolor y muerte.

Porque estamos por la paz estamos contra el IMV pero no estamos contra el IMV porque haya que meter en cintura a los pobres sino a los ricos. No, no creemos que por este ingreso se hagan vagos, ni que sea un efecto llamada, ni que distorsione el mercado. Estamos contra las enésimas migajas de esto que llamamos “reforlución” porque es una mezcla de reforma y revolución que se nos hace muy duro hasta escuchar. Porque somos de izquierda, porque somos pobres, porque queremos trabajar. No creemos en esa mezcla de reforma y revolución que deja caer migajas desde la grada y el palacete.

No estamos en contra de una limosna sino de la limosna por sistema; de la limosna como parte de un sistema. No es que queramos dejar tirado a nadie, es que la limosna es un parche que no sirve. Es dejarlos tirados igualmente como demuestra la experiencia. Basta decía Nyerere “que nos quiten el pie de encima”. Cese la explotación y no harán falta limosnas.

No estamos en contra de toda ayuda. Creemos en una ayuda puntual, como la que se hace entre familiares y amigos, donde el “ayudado” siempre intenta devolver lo recibido y normalmente lo logra. Contra la ayuda como parte de un sistema que deja intacto el sistema. Sobre todo en dos sentidos: cuando es un negocio y cuando humilla.

Estamos contra las ayudas que son negocio. Estamos contra unas ayudas que gastan en gerentes y coaching con buenos sueldos y hasta hacen asambleas en hoteles. O contra la ayuda del Programa mundial de alimentos cuyo máximo jefe gana más que el presidente del gobierno. Gana eso en nombre de la ayuda, de los presupuestos de la ayuda.

Estamos contra la ayuda que humilla. Esa ayuda que es válvula de seguridad que permite que “parezca que algo cambie para que nada cambie”.. No creemos en una ayuda que luego revisa los tickets, que da “vales” para productos esenciales pero rechaza un dulce como si en las casas de los ayudados nunca hubiera un cumpleaños. Estamos contra esas ayudas que dan alimentos pero nunca cultura como si unas gafas para un niño no fueran tan importantes como comer. Puede haber ayudas sí, pero con trato digno, sin colas, sin mirar con lupas y humillando.

Proponemos máximos honores a reponedores, chóferes, limpiadores, auxiliares. Dar el máximo honor al penúltimo escalón no nos permite estar a favor de una medida que en realidad (aunque de esto no informen) hace pagar al penúltimo escalón las migajas que desde arriba se mandan al último escalón. Porque somos pueblo y amamos la revolución no queremos migajas desde la grada y el palacete. Dicen los teóricos de estas medidas asistenciales que se pagan con los impuestos a los ricos. No es verdad. Esto se paga quizá aparentemente de los impuestos a los ricos pero realmente lo pagan los pobres. Lo paga el penúltimo escalón (los “esenciales” decimos ahora) a quien antes han exprimido los de arriba.

Proponemos medidas políticas como el salario justo, reparto del empleo, subir el salario mínimo, recortar diferencias salariales, debatir si debe haber un salario máximo, que los inspectores vigilen las exigencias de echar horas fuera de lo contratado, expropiación de viviendas sobrantes, controlar los precios de los alquileres o los beneficios de las eléctricas en cuyos consejos de administración hay tantos exministros.
Salario justo. No harían falta parches. Ahora más que nunca: Política solidaria.

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Quant cobra un prevere?
J. Belda

Al final de la reunió sacerdotal arxiprestal del dia 19 de juny, que va tindre lloc en la parròquia de Nostra Senyora de Tejeda, amb assistència del nou vicari episcopal Sr. José Luis Sánchez, un company va preguntar: Quin és l’Ingrés Mínim Vital que ha de rebre un sacerdot? La pregunta es va quedar pendent d’aclariment… Després d’acomiadar-nos tots rebíem un correu en el qual s’expressava que consultat el vicari general Sr. Vicente Fontestad “el mínim és 950 euros, en 14 pagues. Es descompta una mica de seguretat social. I el trienni són 6 euros”. Tothom va quedar molt agraït per la consulta i la resposta immediata, però al meu cap va quedar una qüestió que no vaig considerar oportú formular-la eixe dia.

El dimecres dia de sant Joan Bautista, asceta i místic compromés, vaig entrar en el grup de WhatsApp arxiprestal anotant el següent: “El mínim ho tinc clar de tota la vida, però quin és el màxim que pot rebre un sacerdot en concepte de nòmina? Feliç dia de sant Joan Bautista”.

En clima d´amistat vos compartisc que encara estic esperant la resposta, sobre les diferències econòmiques en el salari dels preveres. Quina pena per a la fraternitat apostòlica...!

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L´estat de les coses
Josep Martí Ferrando (Burjassot)

Seria ociós referir ací quins han estat els efectes perniciosos del darrer exemplar de coronavirus que ha botat cap als humans. Les terribles seqüeles de mortalitat que està deixant només són comparables amb les de la darrera gran pandèmia que va sofrir la humanitat: la grip de 1918. En aquells temps hi hagué les condicions d’amuntegament i apilotament dels soldats en les trinxeres; ara no se sap exactament què és el que ha motivat l’aparició d’este coronavirus, però la veritat és que a les persones llegues en la matèria ens resulta curiós, motiu de xarrades de café, però al capdavall la qüestió de l’origen ens resulta prescindible. Perquè allò que en realitat ens ha preocupat i ens preocupa ha sigut, en primer lloc, les òbvies repercussions en la salut i la mortalitat i, ja després, les conseqüències econòmiques i, per tant, socials que esta malaltia general ha provocat.

D’entrada, hi ha hagut un col·lapse general de l’economia; una cosa inèdita en la història econòmica contemporània. Mai, mai, s’havia aturat la màquina econòmica de la manera en què ho ha fet ara. Si pensem en qualsevol dels conflictes bèl·lics, més enllà dels patiments humans hi ha la generació de riquesa de la indústria bèl·lica i les seues activitats auxiliars; això des de la Primera Guerra Mundial. Ara, però, no ha sigut així. L’única manera eficaç de parar l’extensió de la pandèmia ha sigut el confinament, quasi general, de la població fins que la malaltia ha remés fins a límits inapreciables.

Eixe confinament, ja ho sabem també, ha suposat, d’entrada, immenses pèrdues per als xicotets comerços i la xicoteta indústria que, en no poques ocasions no ha pogut sobreviure. Potser precisament per este context de desolació, causa perplexitat la notícia, propiciada per Forbes, relativa a les grans fortunes nord-americanes que han vist incrementar substancialment la seua riquesa. A Espanya la cosa ha anat de manera semblant i els megarics també han crescut, més encara, en milions d’euros. Un sector de la premsa ha aprofitat per a postular un corol·lari: cal aplicar impostos específics sobre les grans fortunes.

Esta, però, com sol passar, és una part de la realitat. L’altra és que, seguint el baròmetre de la mateixa font Forbes, hom constata que, en paral·lel al desembarcament dels pandemics profiteers hi ha un menor nombre de bilionaris en el món. A tall d’exemple: en els dotze dies previs a la darrera actualització d’abril van «desaparéixer» 226 noms de superrics la llista. És a dir, que l’augment dels megamilionaris ha estat compensat per la desaparició d’un bon grapat de fortunes pertanyents als amants dels milions. I és que açò és la conseqüència lògica del neoliberalisme, del model econòmic que s’ha anat imposant a partir de la crisi del petroli de 1973, assajat sobretot al Xile de Pinochet, i que ha anat estenent-se, primer a l’Anglaterra de Margaret Thatcher, després als EUA de Ronald i, més tard, amb l’impuls de les noves tecnologies, a la resta del món.

El fenomen pot aparentment sorprendre’ns, però és força complex, més del que pareix. Max Weber ja ens va donar una explicació: els capitalistes no són aquells que busquen la riquesa, sinó aconseguir més riquesa encara. Podem pensar que este fenomen no és cap invenció moderna, perquè ja els fenicis comerciaven precisament per això, per aconseguir riquesa. Per això Weber continuava explicant que la gran novetat del capitalisme es basava en el fet que els capitalistes autèntics no produïen riquesa per a gaudir-la, sinó per ser més rics encara, cosa que tenia a vore, segons l’esmentat sociòleg en les arrels del protestantisme i, molt singularment, del calvinisme. Joan Calví, evidentment, havia detestat el sagrament de la confessió, llavors sols quedava el camí de la gràcia per a arribar a la salvació. El problema de la salvació, però, continuava sense resoldre’s, perquè Déu salva a qui vol; pensar que les bones obres poden salvar-nos seria una cosa així com una relació contractual entre Déu i l’home, cosa que seria una blasfèmia, per la qual cosa Déu salva qui vol i quan vol, cosa que deixa el ser humà més perplex encara davant del tema de la salvació: si les bones obres no són suficients per a gaudir de la vida eterna, si no puc fer res per salvar-me, ja que sols em redimix la gràcia, ¿he de viure en l’angoixa permanent?, o ¿potser hi ha un mitjà per saber que estic en el camí de la salvació? Joan Calví va aportar un barem objectiu a esta qüestió: Déu ens deixa signes perquè sapiam que estem entre els escollits, i eixos rastres objectius del fet que estem salvats, venen conformats perquè les coses ens van bé en esta Terra, i eixa manera objectiva de mesurar que ens va bé és la riquesa. D’ací que la riquesa és el signe objectiu que estem en el camí de la salvació. Esta peculiar manera d’entendre el cristianisme, basada teològicament en la paràbola dels talents, va suposar per als seguidors d’esta confessió cristiana la cerca de la riquesa no per a beneficiar-ne sinó, simplement per tindre’n més, ja que era el signe de la salvació.

Esta manera de concebre la vida la podem observar a la ciutat de Ginebra, potser la ciutat amb més capital acumulat del món, però lluny de mostrar la seua magnificència en les cases o en la ciutat, impera la discreció arquitectònica més absoluta. Als Estats Units la cosa no va anar així del tot. Mostrar la riquesa acumulada és una cosa normal, fins i tot necessària, de manera que és molt comú quan dos persones es presenten indicar els diners que es guanyen a l’any. Dit això, allà els milionaris conserven dos tradicions de l’antic purisme: d’una banda retornar a la societat part d’allò que la societat els ha donat, siga en col·leccions d’obres d’art, siga en obres filantròpiques; d’altra, la necessitat de continuar el somni americà, de començar des de no res, per la qual cosa no són pocs els ultramilionaris que lleguen als seus fills una part simbòlica del capital acumulat perquè, així, ells també puguen tindre l’oportunitat de començar de nou.

Esta manera de procedir, sobretot pel que fa a la filantropia ‒l’altra no es contempla‒ és el que comença a manifestar-se entre els megarics d’Espanya. A imitació dels col·legues bimilionaris dels Estatus Units, els espanyols estan prodigant-se també en obres de filantropia, més encara arran de la crisi. Esta actitud, diguem-ne caritativa, ha trobat una forta resposta des de partits i organitzacions de l’esquerra ubicada més enllà del PSOE, que reclama un impost no sols per a les grans fortunes sinó també pel patrimoni, postura que ha estat fortament contestada.

L’impost a les persones molt riques té tiró popular. «Que paguen els rics» sona com un mantra que, curiosament, és propalat per persones que han accedit a un estat de riquesa que no han aconseguit pel seu esforç, sinó pel pressupost públic i de la situació de privilegi que se’n deriva. 

També des de mitjans de comunicació d’esquerra s’ha apel·lat al fet que, en ocasions especials, com ara la Segona Guerra Mundial, s’ha recorregut a este impost. Vista la qüestió amb objectivitat, sembla que un país pertanyent a la Unió Europea, o simplement que vol mantindre un cert estàndard de vida, no pot obrar en este àmbit alegrement. El motiu és simple. Este impost als rics no existix en altres països europeus, tret de Noruega, Suïssa i Holanda on, per altra banda, la tributació per a les grans fortunes és molt inferior a la que demanden estos grups polítics. El risc d’aplicar unilateralment estos tributs pot provocar o bé la migració de capitals o, allò que és pitjor, la desincentivació inversora d’estos rics i d’altres capitalistes potencials que al cap i a la fi són els qui creen ocupació. La contradicció en què ens movem és evident: ens agradaria que canviara el sistema però, alhora, exigim el nivell de vida de què gaudim. En conseqüència, dubte que molts dels que criden demanant l’impost estigueren massa d’acord en les conseqüències econòmiques que estes mesures provocarien a llarg termini.

I és que, en uns temps tan interconnectats a tots els nivells, és força difícil que un país avançat puga anar per lliure no sols en matèria econòmica, sinó també en polítiques fiscals. És evident que s’ha de caminar cap a una major harmonia social, que cal acabar amb les fractures socials que s’obrin no sols dins dels països sinó entre societats de diversos continents. Això és cert, entre altres coses perquè és impossible mantindre els nivells actuals de consum i els consegüents malbarataments de recursos. A principis de juliol les dades econòmiques mostraven una franca recuperació econòmica als EUA. Esta recuperació s’havia obrat preterint les mesures de seguretat que s’han aplicat a Europa en general i a Espanya en particular; però el cost en nous contagis i morts és terrible; però gràcies a eixa recuperació les borses europees i també l’espanyola pugen, i l’anhelat creixement econòmic mitiga l’atur. Són les contradiccions del capitalisme.

Per tant, mentres la societat, tots i cada u de nosaltres, no ens conscienciem que cal anar canviant els hàbits de consum, que cal anar fent passes graduals però efectives cap a un altre model social, no tenim dret a queixar-nos de l’actual estat de les coses.

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Incomunicación e incomprensión generadoras de la crispación
Emèrit Bono, Economista y político

Todo el mundo, en general, pensamos que las sociedades modernas padecen del mal de la incomunicación, cosa paradójica en el mundo de Internet, Faceboook, Twiter, etc.

No es lo mismo comunicarse, hablar, que tener la capacidad de escucharnos unos a otros.

Ello sucede porque la fractura social, la división de la sociedad moderna en compartimentos estancos como consecuencia de las diversas religiones, etnias, ideas políticas, conflictos territoriales, etc., generan, o pueden generar, tensiones, choques que conlleven el cierre paulatino de la permeabilidad de los diversos grupos sociales (conformados por sus creencias, etnias, etc.), convirtiendo la sociedad en un conflicto permanente… y muchas veces casi irresoluble.

Recientemente, los jóvenes economistas A.V. Banerjee y Esther Duflo (Premios Nobel de Economía 2019) nos advierten que “a medida que perdemos la capacidad de escucharnos unos a otros, la democracia se vuelve menos significativa y se parece más a un censo de varias tribus, cada una de las cuales vota más de acuerdo con lealtades tribales que con un juicio sensato de las prioridades” (A.V. Banerjee y E. Duflo Buena economía para los tiempos difíciles ed. Taurus 2020, pág. 172).

Según estos autores existe un creciente círculo de violencia: en Estados Unidos contra los negros, los judíos y las mujeres; en India contra los musulmanes y las castas inferiores; y en Europa contra los emigrantes “al que no es ajeno la descarada expresión de vituperios que permite el actual clima polarizado”.

En España estas divisiones tan encarnizadas se generaron al final de la época del presidente Aznar, con la estrategia de la crisIncomunicación
e incomprensión generadoras de la crispaciónpación importada de los neocons de Bush II. En concreto el autor es Karl Rowe (asesor de Bush) que propugna, sustancialmente, conseguir llegar al poder por todos los medios que sean necesarios, en especial la deslegitimación permanente y sistemática del adversario. Por ello la oposición contradice como norma al gobierno, yendo mucho más allá de las medidas que este tome, lo cual genera que además de desinformar al ciudadano, deje de ser leal. Y, por el contrario, si el gobierno prescinde de la existencia de la oposición tampoco practica la lealtad como virtud política.

¿Y por qué esta política crispante? La explicación que dan los grupos radicales se basa en lo siguiente (www.fundacionalternativas.org):
1) Las elecciones no se ganan, sino que se pierden y, por consiguiente, es inútil competir desde la oposición con el gobierno.
2) Es más difícil atraer a los sectores identificados con el gobierno que desmovilizar a una parte de ellos.

¿Qué hacer? ¿Cómo abrir las mentes, las ideologías, las religiones y convertirlas poco a poco en mecanismos transparentes, diáfanos que nos permitan comunicarnos y escucharnos unos a otros?

Parece que la falta de confianza en nosotros mismos genera una especie de autismo que inviabiliza una relación auténtica con los demás. En esta dirección, sólo una política social basada en el respeto por la dignidad del individuo puede ayudar a hacer que el ciudadano medio sea más abierto a ideas de tolerancia (A. Banerjee y E. Duflo, ibíd 173).

Este sería el principio general. Sin embargo, hay otros elementos que pueden coadyuvar a permeabilizar las sociedades modernas. Por ejemplo, la figura de Jesús de Nazaret y sus enseñanzas. En palabras precisas de Hans Urs von Balthasar: “Hoy se hace sentir poderosamente el deseo de encontrarse con la figura de Jesucristo, de comprenderlo tal como era en sí mismo, ‘al estado puro’, desligado de los enojosos vínculos que le atan a una iglesia institucional, a un cúmulo de dogmas incomprensibles, costumbres obsoletas y tradiciones fosilizadas. De entre dos mil años de historia que lo sepultan, resucitar para nosotros en su desnudo resplandor originario.” (H. U. von Balthasar, La verdad es sinfónica, ediciones Encuentro pág. 7).

Esa figura de Jesús, de amor, de paz, de tolerancia, de misericordia de ser uno de nosotros (Papa Francisco), constituye el elemento fundante del cristianismo católico. Jesús constituye el núcleo que une a todos. De ahí el papel central que tiene, o puede tener, el cristianismo en este proceso de reducción de la incomunicación, de la no palabra que cada vez padecemos con mayor intensidad.

¿Cómo hacerlo? ¿Qué mecanismos, plataformas, podíamos crear que nos ayudase en esta labor? Confieso que no lo tengo claro, que estoy confuso, incluso perplejo. Pero podemos caminar juntos a ver si se nos ocurre algo. Aunque sea bastante a tientas, algunas ideas tenemos.
En primer lugar, la comunidad cristiana, o pueblo de Dios, es plural y diverso, y no siempre unido, produciéndose tensiones y contradicciones en su seno. Aquí las enseñanzas de Jesús pueden ser el núcleo que nos permita elaborar un “acuerdo de mínimos” entre la diversa pluralidad que constituye el pueblo de Dios.

Ese “acuerdo mínimo”, en segundo lugar, tendría que girar alrededor de lo que Jesús nos hizo entender como el supremo valor: el amor incondicional y la misericordia. Creo que estos rasgos de amor y misericordia se oponen a la incomprensión, que tiene su raíz en la incomunicación, en las tensiones sociales, y puede acabar en odio.

Por otro lado, la comunidad cristiana, y sobre la base del “acuerdo mínimo” debería generar un proceso de integración del pueblo de Dios que constituyera palanca clave en la lucha contra la incomunicación, el no escucharse unos a otros.

Este será un camino largo, tortuoso, con altibajos constantes, pero preñado de posibilidades, pues una vez conseguido que el pueblo de Dios unido por ese “acuerdo mínimo”, prosiga su labor llevando esa “Buena Nueva” exitosa por la unidad de los cristianos, al resto de la sociedad civil, donde tendrá campo abonado por la política social inspirada en la dignidad del individuo que se apoya en la tolerancia. En otras palabras, el acuerdo mínimo de los cristianos de amor fraterno y misericordia, y la tolerancia de la sociedad civil, constituyen puntos de confluencia que posibilitará romper la incomunicación y escucharnos unos a otros, dando un gran paso en desterrar el odio. Esa es la tarea a realizar de cristianos y no cristianos que creemos en la vida en paz.
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