“Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el reino y en la perseverancia en Jesús, estaba desterrado en la isla llamada Patmos a causa de la palabra de Dios y del testimonio de Jesús” (Ap 1,9)."
Vivimos un momento desconcertante, desde el punto de vista social, cultural, político, económico, también religioso. Ciertamente la pandemia provocada por un virus de nueva creación, que en algunos momentos ha tomado la forma de plaga bíblica, no nos ayuda a ver la realidad con una mayor claridad.
La comunidad cristiana también pasa por momentos de duda, se abren fuertes interrogantes de cara al futuro. Necesitamos claves que nos ayuden a interpretar bien el curso de la historia. Acudimos a la Palabra de Dios buscando luz que nos saque de la incertidumbre, agua viva que sacie nuestra sed de verdad y de sentido. Tal vez no se nos ha ocurrido pensar en uno de los libros de la Escritura, que puede ayudarnos y darnos pistas que marquen caminos por donde avanzar. Sí, es el libro del Apocalipsis, el último de los libros que encontramos en el Nuevo Testamento con el que se cierra el canon de la Sagrada Escritura.
No es un libro fácil y tal vez por eso nos cuesta más abrir sus páginas. Está cargado de un lenguaje colorido, con numerosas imágenes impresionantes, pero que no siempre sabemos leer e interpretar bien. También presenta un lenguaje simbólico, con el uso de cifras y colores, que nos da la sensación de necesitar un código secreto para alcanzar el verdadero significado. Tampoco acabamos de conocer bien su género literario y eso nos dificulta la comprensión. Podemos pensar que es un libro de carácter profético, que nos invita a mirar los acontecimientos que sucederán en el futuro. Pero no es así, no se trata de un libro profético, sino como su propio nombre indica apocalíptico. Tienen semejanzas pero no son exactamente lo mismo. La profecía bíblica se caracteriza por oráculos y supone una llamada a la conversión, cuando el pueblo se ha alejado de la ley que expresa la voluntad de Dios. El género apocalíptico se sirve de imágenes, unos cuadros o visiones, que pretenden provocar una reacción en el lector. Es un lenguaje evocativo y afectivo, que busca la perseverancia en la fe hasta el final.
Efectivamente, el Apocalipsis no es una obra escrita en clave secreta. Las imágenes y símbolos usados pertenecen al mundo de los destinatarios de este escrito. Se sirven de ellos para interpretar el presente. San Juan, el autor de este libro, emplea el lenguaje de imágenes por ser el más apto para desvelar el sentido profundo de las realidades vividas por él. No podemos identificar esta obra como un relato de ciencia-ficción, ni tampoco como la presentación de un mundo virtual. Quiere ayudarnos a entender la realidad, el mundo concreto y presente, por eso es muy útil para nosotros, los cristianos que avanzamos por el tercer milenio ya comenzado.
El propio Juan presenta su situación con tres claves: tribulación, reino y perseverancia. Pueden ayudarnos a estructurar el libro y nos sirven para aplicarlas también a nuestro entorno actual. La tribulación puede hacer referencia a la situación eclesial en la que se escribió esta obra. También al momento que viven las siete Iglesias del Asia Menor a las que San Juan dirige una carta en la que expresa sus cualidades y defectos, con el deseo de movilizarlas. La comunidad cristiana de final del siglo I está viviendo una situación difícil. La tiranía prepotente que representa el Imperio romano, con su emperador al frente, que pretende ser adorado como una divinidad, supone una amenaza que se concreta en las persecuciones. Esto va acompañado por la fascinación que supone la cultura pagana que atrae a muchos de los fieles y los aleja de la fe.
Nuestra situación presente puede entenderse de manera semejante. Nuestro mundo también está dominado por una tiranía, más difícil de identificar. Detrás de los poderes políticos públicos, fácilmente reconocibles, parece que hay otros “poderes” que tienen que ver más con la economía, con el control de la sociedad, de la cultura y la información, a los que no podemos poner rostro. Evidentemente estos poderes están muy alejados del evangelio e intentan acallar las voces críticas vengan de donde vengan. Más preocupante es lo que el papa Francisco llama “mundanidad espiritual” en Evangelii Gaudium (nn. 93-97) que se nos cuela en nuestra Iglesia. Se trata de vivir los valores del mundo desde una apariencia religiosa y eclesial. Y no puede dejar de preocuparnos el alejamiento y la defección de muchos, particularmente de los jóvenes, respecto de la persona de Jesús, de su propuesta evangélica y de la comunidad cristiana que quiere vivirla en el presente. Son tiempos de tribulación para la Iglesia, que debe hacer examen de conciencia, para reconocer virtudes y defectos, como hace Juan con las siete Iglesias.
Ante las dificultades del presente, la comunidad judía esperaba una intervención decisiva de Dios en el futuro. Para la comunidad joánica, esa intervención definitiva de Dios en la historia se ha producido ya en la persona de Jesús de Nazaret, crucificado y resucitado, Señor de la historia, vivo en la Iglesia. El libro del Apocalipsis está dirigido a una comunidad cristiana que cree en la victoria de Jesucristo y que ha nacido en estrecha relación con la celebración litúrgica del misterio pascual. Por eso, el modo de afrontar esta situación actual tiene que ser el cristocentrismo, poner la persona de Jesús y su mensaje en el centro de nuestra vida y de nuestras comunidades creyentes concretas.
Este libro presenta una gran visión de una corte celeste con dos imágenes. Por una parte el trono en el que está sentado Dios, como expresión de su poder y por otra, la figura del cordero degollado. Entre ambos se encuentra el libro, un rollo con siete sellos, que compendia simbólicamente el plan divino de salvación, su proyecto sobre la historia de la humanidad y la respuesta a los grandes interrogantes de esta.
Nadie puede abrir este libro, nadie puede penetrar en este misterio de Dios y en la resolución de las graves cuestiones de la existencia. Solo el Cordero es capaz de abrir el libro y sus siete sellos, porque con su sangre derramada ha adquirido la humanidad para Dios y ha recibido el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza. La comunidad cristiana está llamada a celebrar y contemplar el misterio de Dios en la persona de Cristo resucitado, que muriendo ha vencido y así ha comunicado la vida de Dios.
Este acontecimiento que es la Pascua de Cristo se realiza también en el presente con la entrega de los cristianos hasta que se cumpla plenamente en el futuro con la venida definitiva del Señor. Por eso el libro del Apocalipsis nos habla del modo de vivir el presente y lo hace con la imagen de la lucha, de una batalla que continua en el hoy.
La obra de salvación no supone la eliminación del mal desde fuera. Es un acontecimiento que implica la transformación desde lo más profundo, que afecta a cada persona y también las estructuras de nuestro mundo. Esa transformación supone nuestra colaboración y se está realizando lentamente, en tensión hacia el futuro. Pide a nosotros los cristianos un compromiso decisivo y la confianza de que la historia está en manos de Dios. Esto supone perseverancia, el coraje de resistir en la fe, de confiar que la historia está en manos de Dios y que es Él quien la conduce hasta la victoria final del Bien y del Amor.
Por eso más allá del desconcierto, el Apocalipsis nos anima a entender el tiempo actual como una oportunidad apasionante. Tenemos la posibilidad de dar un testimonio fuerte frente a la desconfianza relativista y al desinterés del consumismo, hemos de afirmar que vale la pena dar la vida, proponiendo una concepción alternativa del mundo con Dios en el centro.
Fixeu-vos què escriu Virgili en les Bucòliques: «Heus ací que recomença l’ordre dels segles. Hi torna també la verge, torna el regne de Saturn. Una nova generació davallarà des de dalt dels cels». El cristianisme interpretà els versos de Virgili com una profecia del naiximent de Crist. I potser nosaltres també. I és que tot està connectat...
Avís a navegants: a partir d’ací és possible que la lectura del nostre article no vos agrade. Però el tarannà obert i democràtic de Cresol em permet escriure amb total llibertat. Perquè per a parlar amb ponderació, saviesa i mesura del sentit profund del cristianisme, la publicació té un equip magnífic de teòlegs, filòsofs i erudits que reflexionen amb criteri sobre el missatge evangèlic. En canvi, jo soc una miqueta heterodox. En certa manera, igual que la major part de la gent. Soc un escèptic, un poc descregut i vaig buscant com un desesperat allò que alguns diuen «fe». Soc un autèntic analfabet en l’Evangeli i estic molt allunyat darrerament de l’ecosistema cristià convencional. Però de tota la meua vida dins d’una parròquia m’ha quedat un profund sentit de la transcendència. I respecte i admire totes les persones que busquen el bé de la manera que siga. Jesús —el Belda, no l’altre— em demana un article sobre la presència del cristianisme en la societat actual. Ell —plural, obert i democràtic— sempre confia en les persones. Ho intentaré. He de confessar-vos que m’ha eixit un article poc religiós, un poc gamberro... Però transcendent. Més que un article, és una reflexió sobre la presència del cristianisme en la nostra societat. Millor dit, sobre la presència d’un substrat que va incorporar el cristianisme al seu relat. I la seua desaparició. Una presència que a poc a poc va diluint-se i que va transformant-se de solatge i base, en record. I després, ni tan sols això.
Dos mil anys. Una xifra aproximada, perquè de fet el cristianisme va tardar més de tres-cents anys a arrelar en les societats occidentals més o menys romanitzades. Però ho va fer. I això que era una secta del judaisme. I en la crisi de l’Imperi al segle III, aquells cristians van substituir les institucions romanes. El cristianisme es va superposar a les antigues creences, a les administracions civils, als mites... Un imperi que sabia separar perfectament el món religiós del món laic, va acabar per ser un imperi en què tot passava per Déu. Era cap al segle V de la nostra era i aquella imatge jeràrquica de la societat va consolidar el sistema feudal.
La societat feudal tenia al capdamunt el papa, i després l’emperador: Cel i Terra. I després, tota la resta, que solia valer molt poc. Durant mil sis-cents anys gran part d’Occident ha viscut immers en una societat profundament religiosa on res passava sense Déu, sense els seus sants i santes: el cicle vital religiós va substituir l’ancestral cicle agrícola.
Els últims anys he estat professor a la Universitat, entre altres coses. I he percebut un canvi substancial pel que fa a la percepció cultural que tenen els jóvens del cristianisme. Independentment de la pràctica activa i conscient del sentiment cristià, hi havia un estrat religiós en la societat que compartíem totes i tots i que ara ha desaparegut quasi totalment. Llegiu les següents frases i observeu si vos diuen alguna cosa. Als jóvens companys que tinc a les aules els diuen cada dia menys: ha passat un calvari, fet un sant Crist, plorar com una marieta, estar fet un Ecce Homo, suaràs sang!, ets un Judes!, endavant les atxes!, m’ho creuré com sant Tomàs, plorar com una Magdalena, pels claus de Crist, porte una creu, d’Herodes a Pilat, a misses dites, escolà d’amén, menja com un canonge, llit de canonge... De fet, quan mostrem iconografia cristiana o precristiana a les aules universitàries, la major part d’alumnes no saben qui és santa Llúcia, o sant Esteve, o Posidó, o Saturn, o Isis... No hem perdut sentiment màgic religiós: hem perdut cultura, pòsit mític.
L’actual societat té tendència a menystindre un pòsit, un solatge que és molt més que una religió: en certa manera, forma part de l’humanisme que ha impregnat la nostra civilització des de fa més de cinc mil anys: la transcendència... ¿Potser la transcendència ens ha fet el que som ara? ¿Que la revolució neolítica, dels metalls, la revolució industrial... siguen producte i fases d’aquest sentit de la transcendència?
Segons alguns prehistoriadors i antropòlegs, el sentit humà del sagrat i el gust humà per l’escenificació, van ser el motor de la civilització. En unes altres paraules: la transcendència ens va fer el que som ara mateix. I, possiblement, l’exercici de la transcendència desfermà el que hui coneixem com a civilització.
Perquè de fet, una de les característiques més genuïnes de l’ésser humà és la transcendència. No cal anar molt lluny. Però fa cent mil anys els nostres parents i ancestres Homo mirarien d’explicar per què aquell llamp omplia la nit de llum, o aquell foc eixelebrat cremava més que el gel... O per què la xiqueta que havien estat cuidant deu anys perquè havia nascut sense dents, havia tancat els ulls. I no els tornava a obrir. I van co
mençar a construir relats, mites... Més tard, una progressiva consciència del cicle agrícola va formar una roda del temps que ens marcava. I ho explicàvem com podíem. Perquè tot passava d’una manera cíclica. Arribaven a poc a poc a una certesa: tot naixia i tot moria... I tornava a nàixer. Així, van sorgir les divinitats que morien i que naixien. I que ressuscitaven. Tenien unes característiques comunes. Totes i tots. Eren jóvens, naixien en coves, eren «influencers», triomfaven, tenien «followers»... Però morien molt jóvens: Dionisos, Osiris i sa mare Isis, Tammuz, Attis, Adonis, Mitra, Orfeu... I Jesús? Els que ho entenen pensen que el Crist històric i el cristianisme fan que el cicle agrícola es barrege amb l’espiritual.
Des de fa relativament poc, els arqueòlegs estan treballant en un jaciment sorprenent. Es diu Göbekli-Tepe. El santuari és de fa uns onze mil anys. I segons els erudits, ací va nàixer Abraham uns milers d’anys després. Casualitat? El principi de les nostres transcendències, el principi de les religions monoteistes. El món de l’arqueologia situa l’inici de les societats agrícoles fa uns onze mil anys. I elles sabien que dos dels moments més importants del cicle eren el començament del temps de la sembra i del bon temps.
El nostre moment de Nadal fins a la Pasqua. Eren els dies més productius de la natura, on des de la mort, tot naixia. Acabem de passar el cicle de Nadal. Però fa dos mil anys era tot molt similar. «Eren els millors dies» escriu Catul. «Era quan tot brotava sense haver de sembrar ni llaurar, quan la terra no donava espigues, sinó pans i carns adobades: quan corria el vi per les rieres i de les fonts brollava mel i llet, quan tothom era bo...» No, no és un fragment d’un evangeli apòcrif. És un text de Llucià de Samòsata.
Les Saturnals i el dia del naiximent del sol invicte eren les festes preferides dels romans. A mitjan desembre, ja celebraven les festes de Saturn per donar regals als menuts. I això que ja havien avançat: l’origen de les Saturnals és quan es canvia el ritual del sacrifici humà (recordeu el sacrifici d’Isaac) a l’altar de Saturn per l’ofrena de figuretes de fang modelades i encesa de torxes en el seu honor... No sona a pesebre? En aquells dies, la gent visitava parents i amics i se’ls oferia fruita, nous i espelmes, petites figures de fang, anells, segells, daus, taules per a escriure... i poemes. No sona a «Ya es Navidad en el Corte Inglés»?. En aquells dies, tot tancava: les seccions al Senat, les botigues, els tribunals de Justícia, les escoles, no hi havia cap guerra i s’indultava els delinqüents... Es feien banquets copiosos i s’intercanviaven regals durant la darrera setmana de desembre. Suposem que el dia de Nadal dinàvem a casa dels pares i el de sant Esteve, a casa dels sogres. Es penjaven corones de flors a les portes i el dia 25 era el millor dia: el sol iniciava la marxa ascendent cap a un nou any: per Santa Llúcia un pas de puça, per Nadal un pas de pardal, per Sant Esteve un pas de llebre, per Any Nou el dia creix un pas de bou, per Reis el dia creix... (la parèmia més llarga del món encara continua...). Era la fi del període més fosc de l’any.
L’estàtua que romania al temple de Saturn al fòrum estava durant tot l’any lligada amb llaços de llana. Ara era el moment de deslligar-la. El fet donava pas a un seguit de sacrificis i banquets públics.
El cristianisme adapta els déus antics i els transforma en personatges propis. D’això se’n diu «sincretisme». Hibridacions, més aviat. Cristòfor era una barreja entre Posidó/Neptú, Hèrcules, Hermes i Mercuri; Llorenç era Hefest, Vulcà i Apol·lo. Santa Cecília era Euterpe, la musa de la música. La Magdalena era Afrodita/Venus, Sebastià era Cupido, Sant Celestí era Orfeu, Felipa era la Potnia Hippon, Pol era Apol·lo, Dionís era Dionisos... Els fidels dels misteris de Dionisos es menjaven el cos del déu en un àpat màgic de pa i vi.... Maia cobria tota la presència amb Maria, el mes de les flors, Bertomeu era Esculapi, Màximus esdevingué Magí, el déu d’agost, que netejava la terra dels mals esperits. Encara fa uns anys, al poble d’Agost aquell dia s’estrenaven els cànters i es beneïen les aigües...
Però el mite més impressionant és el de Sadurní..., perdó: Saturn o Cronos. Segons que conten, els seus enemics el lligaren a la pota d’un bou enorme i això provocà que totes les seues vísceres s’escamparen i donaren saó i aliment per on passava. Ja veieu que la truculència d’alguns relats cristians no tenen res a envejar als seus avantpassats. Sadurní tenia fama de bruixot i ho va pagar amb la vida. De fet, era un transsumpte de Saturn, el protector de les llavors i del temps, amb dalla i rellotge, devorador dels seus fills: les hores i els dies de l’any. Al seu voltant ballaven les deesses Geb, Gea, Cíbele, Àrtemis, Ishtar... Les Mares-Terra...
I encara que semble heretgia, posem el focus sobre Jesús. No el revolucionari, no el que proclama el missatge de l’amor... sinó l’humà, el construït a base de relats. Possiblement, va ser el sincretisme d’Osiris/Attis/Tammuz/Adonis i Dionisos... Perquè tots estos havien nascut en coves humils, amb pastors adorant-los, amb estels que marcaven el seu naixement... I sí, estimats lectors i lectores perplexos i incrèduls: els déus naixien i morien. I ressuscitaven.
En l’any 389 les institucions religioses cristianes ho prohibiran tot, i hi apareixeran les grans festes oficials: Pasqua, Nadal, Epifania... A partir d’allí, el cristianisme s’ensenyorí de la vida d’Occident: per a bé i per a mal. Durant més de mil cinc-cents anys. Ara, hi ha un altre procés de substitució: el Déu de la Bíblia està sent substituït pel Déu de la tecnologia... És un procés... Però això és una altra història.
Ara, amb la progressiva desaparició de la mitologia cristiana —i encara anterior— en el pòsit mític de la societat global i hipertecnologitzada, estem creant generacions d’humans que ignoren una part important del seu passat com a cultura, com a civilització i com a humanitat. Perquè sembla que el cordó umbilical que ens unia amb el passat s’ha desconnectat. La frivolització i la perversió han passat a ocupar una part important de la consciència d’uns grups humans cada vegada més intranscendents, més acrítics i més superficials.
Hi ha un text de l’Antic Testament que em fascina: és quan Moisés puja al Jebel Musa i es troba allà dalt d’un esbarzer. Està a punt de rebre les taules de la llei, de fet una síntesi de les virtuts que els egipcis havien de respectar... Però també això és una altra història... Un esbarzer. En flames... Moisès, perplex, pregunta qui és... I l’esbarzer respon: «Jo soc el que soc»... Perquè al capdavall, tot el nostre article continua sent la recerca insistent i contínua del més sagrat de les persones: la capacitat d’estimar, de descobrir i de fer el bé. Perquè moltes i molts ens passem la vida «buscant la llum, buscant la pau, buscant a Déu, al vent del món...».
- Usted comienza el libro preguntándose frente a los lectores por qué nos interesa la razón. ¿Considera que hoy en día es necesario retomar el análisis sobre los límites de la razón y, en consecuencia, del conocimiento?
Al menos desde Kant es necesario prestar atención siempre a los límites del conocimiento. Eso es lo que significa seguir un método crítico de discernimiento de las posibilidades y límites de los usos de la razón. Y para eso es muy apropiado recurrir a las genealogías: en el caso de Nietzsche a la genealogía de la razón corporal, y ahora también a la genealogía de la razón comunicativa, que aporta el propio Habermas. Esta actitud crítica sigue siendo necesaria en el actual desarrollo de las ciencias y tecnologías, que en ocasiones se exceden en sus atribuciones por afán de protagonismo social y de financiación, exagerando continuamente sus logros y generando expectativas infundadas ad calendas graecas, como ya advertía Ortega y Gasset. Un criticismo radical que sin embargo no disuelve, sino que reconstruye el devenir de la razón, llega hasta los impulsos, instintos, valoraciones, creencias, pasiones, intereses, prejuicios y sesgos, que constituyen las condiciones fácticas sin las cuales no se ejercen las funciones racionales por las que interpretamos el mundo en que vivimos. Por esta vía se descubre una doble encrucijada crítica: no sólo la referida al empirismo, sino también la del nihilismo.
- Nietzsche frente a Habermas es un ensayo marcado por la profundidad académica. ¿Cuál es la motivación que le impulsó a la escritura de esta obra?
Lo que me impulsó a escribir este libro fue descubrir que la razón humana se ha originado a partir de la experiencia religiosa
“Superar ciertas concepciones simplistas de la secularización...”
Lo que me impulsó a escribir este libro fue descubrir que la razón humana se ha originado a partir de la experiencia religiosa
y confirmar si se ha producido un progreso en el desarrollo de esa razón a la que decimos recurrir para organizar nuestra vida. También me impulsó a ello poner de manifiesto el déficit de Habermas en su última y voluminosa obra, Auch eine Geschichte der Philosophie, al no prestar la debida atención a la genealogía de la razón corporal de Nietzsche en la presentación de las principales encrucijadas del pensamiento filosófico, ni haber considerado la experiencia nihilista de lo religioso. Creo que hace falta tener en cuenta la genealogía de la razón comunicativa y la de la razón corporal para comprender su trasfondo originario en el poder de lo sagrado y detectar sus posibles progresos.
- La religión posee un papel fundamental en el libro. ¿Podemos renunciar a la noción de religión y a la necesidad de creer o, en cambio, ambas son vertebrales en la edificación de la identidad individual y colectiva humana?
Las genealogías muestran que la religión está en la raíz de la vida humana y en la entraña de la propia razón moderna. El modo de vivir las creencias religiosas será diferente, pero la fuerza vinculante de la razón proviene del ámbito de lo sagrado. Esto implica superar ciertas concepciones simplistas de la secularización, que impiden comprender la importancia del factor religioso para la configuración y desarrollo de la persona humana, así como para promover la cooperación y la cohesión en la convivencia humana. La religión se encuentra en el origen de la razón y ha contribuido a su progreso, así como a su sentido humanizador, conduciendo a una religión racionalizada y a una experiencia trágica de la vida. Hay una raíz simbólica de la razón, que es pre-lingüística y que, desarrollada en conexión con la experiencia de lo sagrado, le otorga su fuerza vinculante y una potencial autoridad. Los seres humanos necesitan una orientación vital en forma de fe o creencia. Queremos saber quiénes somos, por qué nos sentimos responsables, qué significa nuestra vida y cómo enfrentarse a la muerte. Y los libros sapienciales de las tradiciones religiosas tratan de estos asuntos y alimentan las culturas. Existe una sabiduría que surge del trasfondo religioso, que ilumina la soledad y ofrece un horizonte de sentido y esperanza.
- Escribe usted sobre la ‘gran razón’ del cuerpo, del que destaca que es nuestro centro de sabiduría y acción. Desde nuestras raíces grecolatinas hemos elevado el cuerpo a un papel cercano a la mente, banalizándolo y divinizándolo. ¿Hasta qué punto considera que el cuerpo conversa con nosotros? ¿Predomina el diálogo frente al deseo, la vitalidad frente al discurso, la voluntad frente a la contemplación, o todo lo contrario?
No se ha valorado adecuadamente el cuerpo en algunas tradiciones culturales, especialmente en algunas épocas, pero esas mismas tradiciones son plurales y han dado de sí diversas posibilidades interpretativas. Por ejemplo, en Grecia encontramos la experiencia dionisíaca, como destacó precisamente Nietzsche, y en la tradición cristiana se encuentra nada menos que el impresionante misterio de la encarnación de Dios y la resurrección de la carne. No cabe una valoración superior del cuerpo. La perspectiva filosófica que aporta Nietzsche con su concepción de la gran razón del cuerpo, el mundo de los impulsos, los instintos y los deseos no es puramente biológica, sino que es cultural desde la raíz; por tanto, biocultural. Por eso defiendo una perspectiva biohermenéutica para interpretar la genealogía de Nietzsche frente a los dos polos reduccionistas, el biologicista y el culturalista. El animal fantástico –que siente deseos fantásticos, como la felicidad, la justicia y el amor– es unitariamente biocultural. El diálogo que somos no tiene como escenario prioritario un ámbito lógico; ni siquiera ha de estar previamente lingüistizado, sino que se da en el orden del sentido: se siente, se vive, primordialmente es una vivencia.
- ¿Nos encontramos ante una época de fracaso de nuestra percepción del sentido de la vida? ¿Nos está llevando aquello que consideramos como progreso a una peligrosa encrucijada?
El sentido de la vida es una cuestión personal, pero no meramente individual, dado que no puede vivirse más que en un mundo compartido intersubjetivamente del que difícilmente somos capaces de sustraernos. Por ejemplo, es difícil enfrentarse al poder de la ‘opinión pública’. Por eso, en el contexto social en que vivimos, se percibe una frustración generalizada por diversos motivos, pero a mi juicio hay uno fundamental que consiste en la erosión –o asfixia– de la intimidad personal; es decir, del trasfondo de donde emerge la auténtica libertad. Vivimos alterados como nunca, desde fuera de nosotros mismos, alienados por la extimidad [hacer externa la intimidad]. El presunto progreso se está convirtiendo en nuevas formas de servidumbre, de sometimiento consentido, pero sin auténtico sentido personal. Incluso Nietzsche lo califica de nueva «esclavitud espiritual».
- ¿Hay lugar para el pensamiento filosófico en una época que parece dominada por los logros de la ciencia? De hecho, ¿es posible la ciencia sin una reflexión filosófica que la anime y la sostenga?
El hecho del avance de las ciencias no implica necesariamente la reducción del pensamiento filosófico. El logro de la mecánica cuántica, por ejemplo, ha incrementado el interés por los problemas filosóficos. Lo que ocurre es que el tratamiento de muchos asuntos que han sido objeto tradicional de la filosofía ha pasado a ser estudiado por los métodos de las ciencias positivas y experimentales, de tal modo que la filosofía se ha quedado vacía de contenido innovador. Se comprende entonces que se haya generalizado la convicción de que todo conocimiento se logra por la vía más eficaz que ofrecen las ciencias y que, por tanto, la filosofía parezca disolverse en ellas. Lo más curioso es que hayan refrendado esta deriva algunos representantes del ámbito filosófico. Por otra parte, desde hace tiempo el modo de hacer presunta filosofía por parte de los que dicen ser sus defensores tiende más al ‘gremialismo’ que a la producción innovadora de auténtica filosofía, así como se tiende más a promover ideologías –en ocasiones bastante sectarias– que el pensamiento auténticamente libre y crítico. Por tanto, al no ejercer su función primordial, la presunta filosofía queda sometida al poder de turno y sus intereses en cada circunstancia. Pero la vitalidad de la reflexión filosófica ha acompañado –y acompaña– a la imaginación científica y su innovadora capacidad creativa.
- En cuanto al futuro político de España y de Europa, ¿cree que el pensamiento de Nietzsche y Habermas aún tienen mucho que aportar?
Tanto el pensamiento de Nietzsche como el de Habermas siguen aportando orientaciones muy valiosas para el futuro de la buena política de España, de Europa y del mundo en que estamos. Ambos son muy críticos con los nacionalismos que disgregan y debilitan a Europa y cuentan también con una concepción primordialmente cultural de Europa y de su función en el contexto mundial y ecuménico. Ambos defienden por diversos caminos superar la vertiente opresora de la opinión pública, que en vez de ser expresión de la libertad y servir de medio liberador se ha convertido cada vez más en un poder –ahora incluso tecnologizado– de opresión, explotación y alienación; un poder que asfixia a las personas e impide el uso radicalmente abierto, plural y libre de la razón comunicativa y vital. Los dos pensadores, a partir de sus respectivas genealogías de la razón, dan una salida innovadora a la vivencia cristiana de la religión en nuestro mundo actual, ya sea a través de su racionalización comunicativa o en su permanente modo de experimentarla con sentido trágico.
- Ahora que la filosofía y la cultura clásica vuelven a ser noticia por su escasa presencia en los planes de estudio de nuestro país, ¿cuál considera que es su papel a la hora de formar a ciudadanos críticos y reflexivos?
La cultura clásica es un tesoro del que no habría que privar a las nuevas generaciones. Por tanto, cabría decir que todos tendrían que estudiar tanto latín como matemáticas, y evidentemente no lo digo por afán gremial, pero pienso que el latín y el griego, además de formar en el rigor intelectual, proporciona un enorme arsenal cultural, capacitando a su hablante a aprender a hablar y escribir cualquier idioma. La filosofía debería tener una presencia cualificada en la educación para generar hábitos de reflexión crítica y no ser sectario, para aprender a discernir la verdad y la mentira, la apariencia y la realidad, a ponderar valoraciones y no dejarse arrastrar por las modas de cada momento y por el poder de la masa. La filosofía ha de capacitar para medir con la misma medida y juzgar por igual a unos y otros. Por ejemplo, si un político miente, si se considera que mentir constituye una falta muy grave, entonces hay que acusar al mentiroso sea del partido que sea, y no acusar a unos y exculpar a otros según convenga. Eso no es tener sentido crítico, sino practicar el sectarismo y el dogmatismo. Si el ejercicio filosófico no sirve para formar un potente sentido crítico, si no sirve para que se escuche la voz de los que están siendo silenciados por el poder de la opinión pública dominante, no estará cumpliendo su tarea de impulso liberador.
(Publicado en Ethic, 16/11/21)