TEMA

TEMA LA POLÍTICA

Todo es política y no toda es buena

Martín Gelabert, O.P.

La política es algo muy laudable y muy importante, si por política entendemos el cuidado de la ciudad y la preocupación por el bienestar de los ciudadanos. Aunque, a veces, no seamos conscientes todos hacemos política. Porque nuestras acciones tienen repercusiones en los demás, para bien o para mal. Incluso el que dice que “no hace política”, la está haciendo, porque su “no hacer” también tiene repercusiones y consecuencias. Cierto, la palabra tiene un sentido más estricto cuando se reserva a la labor que hacen los responsables máximos de la organización de las ciudades y de los estados. A estas personas se las denomina “los políticos”.


Toda sociedad necesita organizarse. Y la organización requiere personas responsables que orienten, dirijan y tomen decisiones. Hoy la palabra política está desprestigiada, a causa de los errores, la corrupción, la ineficiencia de algunos políticos. No es menos cierto, como reconoce el Papa Francisco (Fratelli tutti, 176) que el mundo no puede funcionar sin política, que no puede haber fraternidad universal y paz social sin una buena política. Eso sí, el Papa lamenta que la política esté supeditada a la economía y que, muchas veces, los políticos se queden en inmediatismos, sobre todo cuando, en vez de pensar en el bien común a largo plazo, se guían por las encuestas de intención de voto.


Desgraciadamente, en nuestro mundo, la política no sólo está supeditada a la economía, sino que para algunos la política se ha convertido en un negocio o, al menos, en un medio de vida, más que en un servicio al bien común. En plena campaña electoral, en la que se jugaba la presidencia de una comunidad autónoma española, uno de los candidatos prometió que, si ocupaba el cargo, se reduciría el sueldo un 30%. Me informé de cuánto cobra este presidente: más de 150.000 euros. Pienso: “150.000 euros al año no es un mal sueldo, pero bueno, se comprende que algunos tengan una alta remuneración”. Después de tanta ingenuidad, me doy cuenta de que los 150.000 euros son mensuales. Ya ni me preocupa si cobra por 12, por 14 o por 15 mensualidades. En todo caso, parece poco presentable.


Algunos políticos no solo han convertido la política en un medio de vida, sino en un camino para obtener privilegios que no les corresponden. Lo que ha ocurrido con algunos alcaldes y otros altos cargos (no me olvido de que también ahí se pueden incluir unos pocos eclesiásticos), “colándose” para vacunarse contra el covid-19, no es muy ejemplar. El político debe no sólo dar ejemplo, sino sacrificarse en bien de los demás. Son pocos los que lo hacen. Comparado con otros abusos, este asunto de la vacuna me parece menor. La corrupción llega a extremos escandalosos cuando está en juego el acumular grandes sumas de dinero por procedimientos ilícitos e inmorales. Porque el dinero nos vuelve locos a todos. Menos mal que, como al final todo se sabe, unos y otros terminan denunciando las corruptelas ajenas.


De pronto se me ha ocurrido una idea que, seguramente, muchos la considerarán una tontería. De la misma forma que para ser un buen docente, religioso, sacerdote, médico, enfermero, arquitecto, abogado, militar o policía, se necesitan unos estudios, unos años de prueba, un tiempo de experiencia, ¿no se podría pedir unos años de formación a los candidatos a ocupar puestos políticos? Del mismo modo que a los candidatos a policías y, por supuesto, a los candidatos al sacerdocio, se les exige una mínima garantía de moralidad o de buenas costumbres, igualmente se podría “poner a prueba” la moralidad de los candidatos a ser políticos. Cierto, luego pasa lo que pasa, y lo que pasa, a veces, desmerece de lo que cabría esperar de personas supuestamente formadas, pero lo cierto es que la política debe ser una de las poquísimas profesiones para las que no se exige ninguna formación. La política, a veces, parece una ambición. Debería ser una vocación. Y todas las vocaciones requieren presupuestos formativos y morales.


El evangelio de Lucas cuenta una escena que da mucho que pensar. Jesús, en la entrañable cena de despedida antes de su pasión, tomó el pan y dando gracias lo pasó a sus comensales diciendo: “esto es mi cuerpo, entregado por vosotros”. Uno imagina que aquellas personas tendrían los “ojos en blanco” y estarían embargadas de emoción. No parece que ocurriera eso. Pues el evangelista cuenta que “entre ellos hubo un altercado”, pues discutían sobre cual de ellos era el mayor. Entonces Jesús dijo unas palabras para que tomemos nota todos, pero sobre todo para que tomen nota los que ocupan algún cargo de responsabilidad dentro y fuera de la Iglesia: “los reyes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los que ejercen el poder sobre ellas se hacen llamar bienhechores”. Tiene su ironía eso de que, encima que son unos corruptos, se hagan llamar bienhechores. Pero se comprende perfectamente, porque la corrupción no tiene límites. Y ahora vienen las palabras de las que conviene tomar nota, dirigidas directamente a los del grupo de Jesús: entre vosotros, ¡nada de eso!; entre vosotros, el que gobierna, debe servir.


He dicho que deben tomar nota de estas palabras los que están dentro y fuera de la Iglesia. No pretendo poner paños calientes, pero quiero pensar que los que están dentro harán más caso de las palabras de Jesús. Y los que no hagan caso, si están dentro, al menos se quedarán con mala conciencia. Y si se quedan con mala conciencia, a lo mejor algún día hasta se arrepienten.

TEMA LA POLÍTICA

Poder i política

X. Garcia Roca

Conec pocs cristians i cap jerarca eclesiàstic, excepte Francesc, que hui parle bé de la política; en uns casos es deu a l’esperit anarco, que s’ha cultivat en certs grups religiosos, que mai parlaran bé de cap govern; en uns altres s’aprecia una especial rancúnia contra l’actual govern d’esquerres ‒faça el que faça mai mereixerà la seua aprovació; i els més es mantenen neutres i indiferents com si hagueren trobat un lloc lliure de política. En els tres supòsits s’unixen a la tribu dels qui ataquen la política, desestabilitzen este govern i desacrediten l’acció política. El seu argumentari és idèntic al de l’extrema dreta en desqualificacions agressives i deslegitimacions a la democràcia, que no mereixen cap consideració per la seua inconsistència i irracionalitat. Mostren sense enrojolar-se en les cartes pastorals i manifestacions incendiàries la seua afinitat amb l’oposició partidista i mediàtica.


S’atrinxeren amb el mantra de «tots els polítics són iguals», poc importa que la pandèmia haja mostrat les diferències entre la gestió política de la crisi financera del 2008 liderada pels conservadors, i la crisi pandèmica actual liderada pels progressistes. Igualment, és trist observar amb quanta freqüència es recorre a la contraposició entre ciutadans boníssims, honrats i responsables, compromesos en el bé general, enfront de polítics pèssims, irresponsables i incompetents, tancats en els seus interessos. Veem estos dies que pot haver-hi dos magistrats igualment competents, però, si un ha servit els interessos generals en la política, quedarà desqualificat per pèrdua d’objectivitat, mentre que si s’ha dedicat a cultivar el seu jardí i servir interessos particulars serà digne de presidir el Consell General dels Jutges.


Amb tants bons ciutadans, que no s’identifiquen amb la política realment existent, i amb tants magistrats innocents que no tenen cabuda en la perversa política, sempre hi ha algú que creu haver trobat aqüífers per a la pelegrina idea de crear un partit polític confessional. El bisbe de Solsona, en el context de les eleccions catalanes, proposa que els demòcrates cristians es presenten en solitari a les eleccions autonòmiques. I lamenta que els catòlics s’hagen diluït entre el Partit Socialista Català i Esquerra Republicana de Catalunya, partits que, creu el bisbe, no defenen les conviccions catòliques. «Un catòlic coherent no pot votar cap d’estos partits llevat que, no havent-hi cap alternativa, haja d’optar pel mal menor». Oculta la llarga ombra que pesa sobre les democràcies cristianes; valga l’advertiment de Francesc en el Congrés de l’Església italiana en 2015: «resulta inútil buscar solucions en conservadorismes i fonamentalismes, en la restauració de conductes i formes superades que ni tan sols culturalment tenen capacitat de ser significatives».


S’ofén a tants cristians que militen en estos partits i mereixen el reconeiximent, elogi i acompanyament o de les comunitats cristianes; lluiten a favor dels últims, estimulen el canvi energètic, afavorixen els drets civils, socials i laborals, propugnen el diàleg social, procuren per la vivendadigna i l’ingrés mínim, eliminen privilegis i exempcions fiscals en les grans empreses, fomenten la investigació i situen en el cor de la política els qui estan pitjor situats.


Assistim hui, no obstant això, a un signe del temps molt potent, que s’ha representat en l’actual pandèmia: el divorci entre el poder i la política. La sobirania dels Estats en procurar les vacunes s’ha vist sotmesa al poder de les farmacèutiques, els governs han vist dependre les seues polítiques de salut dels requeriments de les empreses, i el dret a la vivendas’ha diluït en la llei del mercat. Els Governs es veuen pressionats per les elits econòmiques, per la pressió mediàtica i per grups profundament ideologitzats. El poder ja no rau en els actors i escenaris polítics tradicionals sinó en una diversitat d’actors i escenaris d’índole cultual, motivacional, econòmica. Mai com hui la política des de dalt exigix la política des de baix. I les lleis requerixen la responsabilitat ciutadana.


Hi ha un poder polític que rau en les històries que contem, en les motivacions que procurem, en les cançons que cantem, en les xarxes socials que alimentem, en la cura de les ànimes, en els sentiments comunitaris, fins i tot en la presumpta santedat, com ha mostrat lúcidament Manolo Molins en Poder i santedat.


La condició política, tal com la coneixíem des de feia dos segles, arriba al final. La política va unida encara a l’Estat, però l’Estat ja no és sobirà, sinó que el seu poder és subsidiari d’altres poders ‒bancs, mercats financers, agències de qualificació, organitzacions transnacionals, enquestes d’opinió. La mundialització priva de poder els Estats-nacionals. Les xarxes socials li priven del monopoli de la informació; i els moviments socials i organitzacions culturals competixen en la defensa del bé comú. L’escena política s’ha desplaçat progressivament des dels llocs clàssics de la deliberació i de la decisió política (reunions dels partits polítics, assemblees de diputats, ministeris, etc.) cap als nous espais de legitimació: fòrums, cadenes d’informació 24 hores, mitjans de comunicació en línia i xarxes socials. Les lleis de la representació política, amb els seus ritus i els seus protocols, cedixen el lloc a una lògica de la mobilització ciutadana, de la imaginació col·lectiva, de les alternatives socials, de la transgressió cultural.


La cura pastoral de les ànimes adquirix hui la màxima consideració política. Pot haver-hi més poder en un whatsapp que en una declaració formal d’intencions. Hi ha més política en una homilia que en un míting. I no hi ha pitjor política que una pèssima homilia, només comparable a un mal míting.



La sanació de la política no està en la creació i enfortiment de partits confessionals, sinó a raure mentalment i cordialment en un altre escenari que, en paraules de Francesc en Fratelli tutti, «incloga els moviments populars i anime les estructures de govern locals, nacionals i internacionals amb eixe torrent d’energia moral que sorgix de la incorporació dels exclosos en la construcció del destí comú» i al seu torn és bo promoure que «estos moviments, estes experiències de solidaritat que creixen des de baix, des del subsol del planeta, confluïsquen, estiguen més coordinades, es vagen trobant»... sense ells «la democràcia s’atrofia, es convertix en un nominalisme, una formalitat, perd representativitat, es va desencarnantperquè deixa fora el poble en la seua lluita quotidiana per la dignitat, en la construcció del seu destí» (n. 169).

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