Javier Gomá Lanzón (Bilbao, 24 de mayo de 1965) es un filósofo, escritor y ensayista español, autor de la Tetralogía de la ejemplaridad y de una trilogía teatral. Es también director de la Fundación Juan March.
PERSONA
- D. Javier: En su obra usted apuesta decididamente por la ejemplaridad. ¿Cómo define este concepto?
A mi juicio, toda filosofía sistemática debe responder a dos preguntas: qué hay en el mundo y qué hacer con lo que hay. La primera pregunta es ontológica, la segunda pragmática. La tradición ha respondido a la primera: lo que hay es lenguaje o realidad que se conforma a la estructura del lenguaje. A la segunda ha dicho: lo que hay que hacer es comprender lo que hay.
Pues bien, la teoría de la ejemplaridad ofrece respuestas distintas a las dos preguntas. A la ontológica contesta: lo que hay es el ejemplo, la realidad tiene una estructura ejemplar. Lo que hay que hacer es imitar el ideal de la ejemplaridad. Por tanto, no un pensar (comprender) sino un hacer (imitar). El ser es un ejemplo, un universal concreto, contrapuesto al universal abstracto del lenguaje. El acceso a la verdad no es un acto de abstracción intelectual, sino un acto de repetición activa de lo que antes ha sido definido como ser.
- Una ejemplaridad relacionada con el “ser individual”, ¿cómo es?
La ejemplaridad que interesa es la del individuo. Ahora bien, la ejemplaridad, que siempre ha sido conflictiva, con la modernidad ha venido a ser además trágica. Porque el cosmos, la interpretación del mundo vigente antes de la modernidad, era grande, majestuoso y bello por mucho que murieran los individuos que lo poblaran. Pero la modernidad pone en el centro de la cultura al individuo mismo en sustitución del cosmos. Y el individuo muere y muere de verdad y absolutamente. Luego la individualidad moderna es por esencia trágica. Gozamos de una dignidad infinita de origen, estamos abocados a la indignidad de la muerte y del cadáver. La ejemplaridad ahora se formula de otra manera: vive de tal manera que tu muerte sea escandalosamente injusta. Injusta porque uno haya llevado una vida tan excelente que todo el mundo sienta que su pérdida es una locura y una estupidez, además de un objetivo empobrecimiento de la realidad.
- Explíquenos brevemente: “Digno de ser feliz aunque no lo seas…”
Los Antiguos concibieron la felicidad como la satisfacción inmanente a cumplir la función que la naturaleza y la sociedad habían otorgado a cada uno en el cosmos. Pero al inicio de la modernidad, la cosmovisión dejó de ser convincente, decía arriba, y vino el subjetivismo. ¿Cómo puede pretender ser feliz alguien con el destino trágico que ya he mencionado? Imposible. El concepto de felicidad fue manufacturado por una época que ya no es la nuestra. En cambio, la dignidad es un concepto universal, válido para todos los hombres y mujeres en todas las épocas y lugares. Hay que comportarse con tal dignidad que uno tendría derecho a la felicidad, aunque, por lo explicado, ya no es posible en este mundo.
- “¡El amor es lo mejor! Nada como el amor”. Cuando usted habla de “educar el corazón”, ¿qué prioriza?
No hay razón para pensar que el amor no pueda ser objeto de educación y que, educado, es lo mejor que hay, la sal que da sabor al bocado de la vida. Hay dos momentos en la modernidad. En el primero, el del Romanticismo, el yo se reivindicó a sí mismo como un yo sin límites, un yo identificado con lo instintivo, espontáneo, sincero, auténtico, de modo que cualquier regulación o mejoramiento o educación de los instintos espontáneos era juzgada peligrosa, incluso criminal. Es el anhelo infinito que repugna los límites a la libertad. Ahora estamos en el segundo momento de la modernidad o de Romanticismo domesticado o educado. Los sentimientos, que son lo mejor, no por ello hay que mantenerlos en estado bárbaro o salvaje: también ellos son susceptibles de ser educados, refinados, humanizados, en resumen, civilizados. Para ello hay que aprender que algunos límites a la libertad no la empobrecen, sino que, al contrario, la enriquecen, como son las reglas de la gramática, que nos convierte en pensadores y habladores.
- Seguro que usted también tiene admiradores y detractores, gente que le admira y le quiere y gente que le desprecia y hasta le odia. ¿Por dónde pasa la ejemplaridad hoy en la vida de un escritor?
Hay una ejemplaridad general, que involucra a todo el mundo: dado que de hecho, te guste o no, produces un efecto civilizador o desmoralizador en tu círculo de influencia, nace la máxima que dice: que el efecto de tu ejemplo sea civilizador, social, virtuoso. Y luego hay una nobleza especial en la vida del escritor, que no llamo ejemplaridad porque, para mí, la ejemplaridad es siempre la general y de todos. El escritor que realmente lo sea, más allá de juntar palabras, responde a una vocación. Su nobleza consiste en ser fiel a la vocación, pese a que el mundo en general funciona con otras reglas que la ignoran. El escritor, con su trabajo día a día, tiene la sensación profunda de ir lento o que el mundo corre más rápido. Por tanto, una virtud central del escritor, además de la fidelidad a la vocación, es la paciencia.
SOCIEDAD
- ¿Cómo es su ideal de sociedad europea ejemplar?
La ejemplaridad, lo decía antes, es individual, no institucional, aunque, de manera coloquial, pueda decirse que una institución es ejemplar. Para mí, con Pirenne, Europa es el ensayo de una alianza vertical entre los pueblos del Sur y los del Norte del continente. Siempre esa alianza ha sido regada por la sangre de miles de guerras y conflictos armados. La UE es el ensayo de una alianza vertical basada por primera vez en la paz.
- ¿Qué tipo de sociedad española le gustaría ayudar a construir con sus ensayos?
Me gustaría contribuir al advenimiento del segundo momento de la modernidad en los términos expresados arriba: dentro del individualismo moderno, sin renunciar a él, pasar del Romanticismo, que ha dado lugar a tantas manifestaciones de hybris titánica, a un Romanticismo educado, domesticado, compatible con la convivencia y la dignidad del otro. Una manera de entender la filosofía de la ejemplaridad es interpretarla como una contribución a la civilización de la democracia contemporánea.
- Ejemplaridad, ¿o mejor “poder” para resolver los problemas actuales de la sociedad?
El poder es la capacidad de algunos para obtener obediencia. La ejemplaridad es una ontología y una pragmática: el ideal de la ejemplaridad. En este segundo aspecto, no es una cuestión de ser o de hecho, como el poder, sino un deber-ser. El ser sin el deber-ser es ciego; el deber-ser sin ser es un sueño estéril. El poder necesita dirección, sentido, finalidad, que se lo da la ejemplaridad. Pero la ejemplaridad se mueve en un plano ideal, como principio regulador, y sin poder es humo, flor que se marchita.
- ¿Cómo valora la ejemplaridad actual de la clase política?
La clase política anhela el poder, no la ejemplaridad, como el tenista desea ganar el último punto de partido. Es la ley de la política. Lo que ocurre es que, en democracia, el poder descansa, como fuente última, en la ciudadanía, que votan periódicamente y expresan su opinión. Esta ciudadanía, cuando se ilustra, pide a los políticos una moralidad. Y hay razones para ello desde la perspectiva de la ejemplaridad, que descansa en la evidencia de que nuestro ejemplo ejerce una influencia en nuestro círculo. Si la influencia de los políticos es mayor, pues poseen el monopolio de la fuerza y además son fuente de moralidad social, la responsabilidad de su ejemplo es aún mayor que la del resto de la ciudadanía. Pero es ésta la que debe reclamarla por los medios de que dispone: voto y opinión. Y, a mi juicio, la sociedad española la reclama constantemente, lo que indica que el ideal de la ejemplaridad está vivo y operativo.
- En un mundo global, ¿cómo pueden ser ejemplarmente fecundas nuestras propias vidas sencillas, pobres y marginales?
A este asunto, capital en mi teoría, dediqué un extenso capítulo de mi libro La imagen de tu vida. Cada uno de nosotros, que vive, trabaja, funda una casa, envejece y muere, participa de la grandeza del gran héroe Aquiles, que renunció a ser eterno como un dios en el gineceo para participar en la guerra de Troya, donde moriría joven como el mejor de los griegos. Cuando Aquiles eligió ser mortal nos enseñó la grandeza de una decisión en la que participamos todos, incluso en estos tiempos postmodernos. No hay una empresa más grande, que dura toda la vida, que la de aprender a ser mortal. Todo lo demás es secundario.
- Tras la pandemia, ¿por qué considera usted que vamos a salir mejores?
La pandemia es probablemente la primera vez que la humanidad en su conjunto ha tenido una misma experiencia: la de estar todos a la vez en peligro. Las grandes experiencias, y más si, como es este caso, conmociona a toda la humanidad a la vez, tienen consecuencias, producen aprendizajes. No son ideas, propósitos, planes, enseñanzas conceptuales. Es sobre todo un aprendizaje sentimental colectivo que se observa en diez, cincuenta o cien años. Por ejemplo, es muy probable que, a la larga, aumente el sentimiento cosmopolita, que a mí me gusta definir de la siguiente manera: sólo existe una raza, la humana; y sólo un principio, la dignidad. No sería extraño que una enfermedad que afecta a toda la especie humana por igual incremente el sentimiento de pertenencia a una única especie que lucha por sobrevivir
IGLESIA
- ¿Qué tipo de ejemplaridad nos urge desarrollar si queremos influir a fondo para modificar y mejorar esta Iglesia tan desprestigiada en tantos ambientes de este mundo?
No hay clases de ejemplaridad, en mi entender, una laica y otra eclesiástica, una mundana y otra sobrenatural. La ejemplaridad es siempre la misma. Si la ejemplaridad se extendiera, el mundo sería más cívico, más humano, y la Iglesia también mejoraría. La creencia en lo sobrenatural sólo puede obrar para la perfección de una naturaleza previamente sanada, buena, inteligente, no para sustituirla.
- Los escándalos económicos son una hemorragia para la ejemplaridad de la Iglesia, ¿qué recomendaría hacer?
No soy experto. Pero asombra la ansiedad por el dinero en el seno de una organización que fundó alguien que lo despreciaba o al menos no le interesaba lo más mínimo.
- Usted ha dicho que le interesa el después de la muerte, pero ¿en qué términos lo plantea?
Lo llamo “esperanza” y la pregunta por la esperanza me parece filosóficamente pertinente, aunque la filosofía se haya olvidado de ella después de Kant. Si la modernidad es la época de la individualidad y la individualidad, a diferencia del cosmos, muere de verdad y a fondo, es interesante filosóficamente preguntarse si la historia de la individualidad termina definitivamente con la muerte o si esa historia continúa, como sostengo.
- ¿Es usted agnóstico, creyente? ¿Cristiano, católico…?
Soy creyente en los términos expresados en mi libro Necesario pero imposible, el último título de mi Tetralogía de la ejemplaridad.
- Usted está empeñado en adelgazar el lenguaje filosófico (y teológico diría yo). ¿Es difícil la práctica de esa dieta?
Yo lo intento sobre todo en mi libro Filosofía mundana, donde expongo algunos de los temas graves de la filosofía (amor, libertad, derecho, felicidad, belleza, individualidad, arte y tantos otros) a mi manera y según mi punto de vista, conforme a un principio triplemente mundano: escribir sobre el mundo, para todo el mundo y con un poco de mundo, es decir, con amenidad, elegancia, literatura y humor.
El término ejemplar puede tener distintas acepciones (número de ejemplares de la revista Cresol, por ejemplo). En su sentido más corriente suele referirse a algo que resulta bueno y digno de ser imitado. Pero lo malo también puede calificar a lo ejemplar. Hay ejemplos buenos y ejemplos malos. Los buenos invitan a la imitación. Los malos provocan rechazo. Los ejemplos remiten a las personas. Una persona es ejemplar cuando es digna de ser imitada, al menos en alguno de sus aspectos. Pero hay personas que son ejemplos de lo que no hay que hacer.
En todos los ámbitos de nuestra sociedad hay personas notorias o públicas que ofrecen malos y buenos ejemplos. Hay políticos, periodistas, empresarios, profesores corruptos, que mienten o defraudan. Y también hay políticos preocupados por el bien del pueblo, periodistas que buscan la verdad, empresarios con sensibilidad social, profesores sacrificados que ayudan a sus alumnos. Cuando se trata de personajes públicos suele ocurrir que los malos ejemplos llegan muy lejos, y a los buenos, a veces, se les presta poca atención.
En el terreno religioso o eclesiástico ocurre algo parecido: los malos ejemplos tienen un alcance largo y hacen mucho ruido, con el agravante de que, más aún que del resto de actores sociales (políticos, empresarios, científicos), del eclesiástico se espera un plus de moralidad, buen hacer, bondad o sacrificio, incluso más allá del estricto cumplimiento de la ley. En los últimos años hemos conocido casos de fundadores de congregaciones religiosas que pregonaban la más estricta moralidad en sus intervenciones públicas y, en su vida privada, hacían todo lo contrario de lo que predicaban. También hemos conocido casos de clérigos y asimilados (varones y mujeres) acusados de abusar de su poder y de dañar a quienes debían cuidar. Digo hemos conocido, porque haber, debe haber más.
A esta tribu de personajes religiosos se les pueden aplicar esas palabras de san Pablo en Rm 2,24 (aunque sospecho que a ellos esa aplicación no les inmuta demasiado): “El nombre de Dios, por vuestra causa, es blasfemado entre las naciones”. O sea, los pecados de aquellos que se presentan como “gente de Dios” y así los consideran erróneamente algunos, parece como si desprestigiaran a Dios, sobre todo ante los no creyentes, ante “las naciones”. En todo caso, no desprestigian a un Dios bien presentado y predicado, sino a un Dios mal presentado y, por tanto, un falso Dios.
En contraste con los malos ejemplos, los buenos, aparentemente, tienen un alcance corto, pero muy profundo y duradero, de modo que, a la larga, resulta más eficaz. Tienen un alcance corto porque el bien no hace ruido. Pero su influencia, al ser más cercana y personal, más de tú a tú, es más convincente. Los buenos ejemplos no se suelen encontrar donde hay publicidad, sino donde hay servicio desinteresado. Ahora bien, aquel que da “buen ejemplo” no actúa para dar ejemplo, actúa porque así se lo dicta su conciencia. Los buenos hacen el bien en toda circunstancia, aunque nadie se entere y nadie les vea. Al contrario del malo que puede hacer algo bueno para figurar, ser aplaudido o salir en la foto, el bueno no hace el bien para que le aplaudan, sino movido por su sentido del bien; dicho en términos religiosos, movido por el Espíritu Santo.
Todo creyente está llamado a dar buen ejemplo. Pero sólo puede dar buen ejemplo si previamente ha sido seducido por otro ejemplo que está más allá de él, de modo que su buen ejemplo es el reflejo de una bondad que le supera. San Pablo, supongo que con mucha humildad y mucho temblor, se presentaba como modelo para ser imitado, pero en realidad invitaba a imitar al modelo supremo a quién él imitaba: “sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo” (1 Cor 11,1). Al imitar a Cristo, el creyente imita a Dios, pues Cristo es el modelo humano, la mejor realización humana de lo que Dios es y de lo que Dios quiere: “sed imitadores de Dios” (Ef 5,1), dice Pablo, y para que no vayamos a las nubes irreales de nuestra imaginación, nos hace descender a lo concreto de la tierra y aclara enseguida donde se realiza la imitación de Dios: en vivir en el amor como Cristo nos amó.
La vida cristiana no consiste en dar ejemplo, en salir en la foto, sino en seguir el ejemplo de Cristo. Si seguimos a Cristo, seguramente no saldremos en la foto, pero daremos buen ejemplo, provocaremos preguntas, llamaremos la atención. No una atención notoria, llamativa, sino una atención cercana y callada. El ejemplo del cristiano es capilar, de persona a persona. Desde este punto de vista, el cristiano no tiene “vida privada”. Más aún, es posible que sus buenos ejemplos no todos los interpreten como suscitados por el Espíritu Santo. La explicación viene más tarde, lo importante es que vean la “buena obra”.
Insisto: el cristiano lo que pretende es imitar a Cristo, vivir evangélicamente. Si esta vida llama la atención y suscita preguntas, la atención y las preguntas vienen por añadidura, como un segundo momento, como una consecuencia de lo verdaderamente importante. Viviendo de esta forma los cristianos son (por decirlo con palabras de un autor del siglo II) “el alma del mundo”. En este mundo donde abunda el mal, abunda todavía más el bien. La diferencia es que el mal se nota y el bien no se nota. Pero, aunque no se note, el mundo se mantiene y sigue adelante gracias al bien silencioso de los buenos. Si no hubiera más bien que mal, este mundo sería una selva en la que no se podría vivir, en la que nos devoraríamos unos a otros.
Dígase lo mismo de la Iglesia y de nuestras instituciones religiosas. En ellas hay imperfección, porque están formadas por humanos; desgraciadamente, a veces, hay mal, y se nota. Por suerte, con imperfecciones y todo, hay más bien que mal. Y, a veces, no se nota tanto. Nuestras instituciones religiosas en particular y nuestra Iglesia en general, se mantienen vivas, siguen adelante gracias al trabajo sacrificado de los buenos. De esos que son verdaderos ejemplares, aunque su actuación no tenga como primera pretensión dar lecciones a nadie. Las lecciones vienen por añadidura.
Les formes de l’exemplaritat són múltiples i plurals, i algunes demanen urgentment ser replantejades en el context actual, ja que han sigut atrapades pel jou de l’ideal, els fonamentalismes i el sentiment de superioritat. Quan açò succeïx, no sols es perd l’exemplaritat, sinó que comença una deriva cap a l’abisme personal i l’autodestrucció comunitària. Al rescat de l’exemplaritat, pot ajudar la conferència que el cardenal Sarah va oferir al principi de l’estiu (2-VII-21), en ocasió del doctorat Honoris causa concedit per la Universitat Catòlica de València; i les veus d’alerta pronunciades per Francesc en l’audiència general de setembre (1-IX-21).
El jou de l’ideal
Ser exemplar des d’una Idea abstracta del bé i de la veritat, ens convertix en jutges implacables, fins a perdre la compostura, la comprensió i la lleialtat. Així va succeir en la conferència del cardenal Sarah, el mèrit més gran del qual ha sigut liderar l’oposició a Francesc. El cardenal no va defraudar en la seua lliçó magisterial en establir els eixos d’una visió restauradora. Mentre l’exemplaritat en la proposta magisterial de Francesc gira entorn de la Misericòrdia, que impregna tot l’univers eclesial —creences i pràctiques, dogmes i morals, institucions i comunitats— fins al punt que Déu consistix a estimar, Crist a expressar la seua misericòrdia, l’Esperit a suscitar obres de caritat en el món i l’Església a atestar la compassió; la preocupació del cardenal-doctorand és que «la gent aprecia la caritat i és hostil a la fe»; de manera que, des de la primera frase de la seua conferència, identifica els seus enemics: «aquelles persones que desitjarien que l’Església se centrara exclusivament en l’exercici de la misericòrdia, en el treball de reduir o fins i tot d’erradicar la pobresa, en l’acolliment d’immigrants, en l’acolliment i acompanyament dels ferits de la vida». «El que el món exigix a l’Església, assegura el doctorand, és que practique la caritat, però que renuncie a les veritats de fe». Sotmés a l’estructura mental basada en l’oposició i en la confrontació: fe enfront de caritat, veritat enfront de misericòrdia, s’instal·la en la funesta mentalitat de suma zero que és una estructura mental d’exclusions.
La restauració de l’exemplaritat hui és mostrar que la fe i la caritat no sumen dos, com no sumen dos l’Església i el món, sinó que a l’interior de l’acció bondadosa i de l’humanisme batega la passió de Déu pel seu món i per la humanitat; que la caritat és la forma suprema de la fe. Si la trobada amb el Déu compassiu és la tasca primordial de l’Església per a Francesc, el somni del Doctorand és ser militant de la confrontació; el que en l’era de l’enfrontament constituïx el grau màxim de mundanitat. Atrapat en contraris irreconciliables, o caus de part «de la claredat absoluta o de la densa tenebra» (en paraules de Maurice Blanchot). Els ponts que intenta crear Francesc són dinamitats pel cardenal Sarah.
Veus de sirenes
La solució al jou de l’ideal no és «abaratir» l’oferta per a ser acollida per molts: la gràcia s’«abaratix», deia Bonhoeffer, quan es convertix en «gràcia sense seguiment de Crist». El seguiment de Jesús, que és «l’estructura fonamental de l’acte real de fe i un principi històric de la seua verificació» (Nebot), és una proposta radical perquè declara secundàries totes les altres coses -els diners, la família, fins i tot la pròpia vida- i és,
La restauració de l’exemplar hui és mostrar que la fe i la caritat no sumen dos, com no sumen dos l’Església i el món
alhora, universal perquè està dirigida a tots i a totes. Quan el seguiment es convertix en una cosa exclusiva per a minories selectes, per radical i impracticable per a la major part dels sers humans, perd la seua universalitat. I quan s’ignora la seua radicalitat deixa de ser Bona Notícia. D’ací ve que des dels seus orígens es desplega en múltiples camins: «Uns el van seguir de prop i de forma continuada en el seu caminar itinerant, altres, el van seguir de forma més ocasional. Però a tots ells va dirigir Jesús la seua crida radical al seguiment. A tots els va constrényer a estimar sense fronteres, a perdonar setanta vegades set i a ser bons com el Pare ho és» (Lois). «La funesta limitació de la validesa dels preceptes de Jesús per a un grup de persones especialment qualificats va conduir, comenta Bonhoeffer, a distingir un nivell superior i un altre inferior en l’obediència cristiana».
L’estiu es tanca amb una catequesi de Francesc (1-IX-21) en què aconsella, seguint sant Pau, que «no vos deixeu encantar per la veu de les sirenes que volen portar-vos a una religiositat basada únicament en l’observança escrupolosa de preceptes». Hi ha veus de sirena, segons Francesc, que «criden a la nostra porta una vegada i una altra: “No, la santedat està en estos preceptes,en estes coses, heude fer açò i allò”; i ens proposen una religiositat rígida, la rigidesa que ens lleva la llibertat». Entre les veus de sirena que s’apoderen del discurs de l’exemplaritat estan: els fonamentalistes comunitaris que entenen que més enllà de la seua comunitat no hi ha vida de l’Esperit; els fonamentalistes del camí que saben de les etapes de l’Esperit amb certesa absoluta; els fonamentalistes del desert que ignoren altres espiritualitats; els fonamentalistes de l’acció concreta que induïxen a pensar que la seua és la més necessària, urgent i superior; els fonamentalistes del mercat que reduïxen l’exemplaritat al compte de resultats; els fonamentalistes de la moral que pretenen curar l’homosexualitat. A tots estos predicadors els anomena, seguint sant Pau, «insensats».
«Fer fora els fonamentalistes que ens proposen una via d’ascesi artificial» és la invitació de Francesc per a esta hora. L’acció de l’Esperit no s’esgota en cap via concreta, encara que siga la més excelsa i heroica, sinó que suscita la caritat i els carismes, que no es poden clausurar ni en preceptes, ni en tradicions, ni en accions, ni en espiritualitats. «Donar la primacia a les obres pròpies» o conformar-se amb alguna formalitat religiosa és «una trista il·lusió» que fa perdre l’exemplaritat.
Lloança de la imperfecció
L’exemplaritat ha sigut atrapada per la rigidesa i posicionaments fanàtics; un asceta, el P. Alonso Rodríguez, en Ejercicio de perfección y virtudes cristianas, em va ensenyar en la meua adolescència «a poner los ojos en cosas altas y aventajadas», «a no hacer faltas ni aflojar en el fervor», «a utilizar palabras blandas y suaves», «no ir adelante es volver atrás», «a vivir como si te encontraras a la orillade la muerte».En l’adultesa, un místic, Jorge Bergoglio, m’ha ajudat a estimar la imperfecció. Quan li preguntaren què entenia per ser religiós, va contestar que «ser una persona imperfecta». En últim terme m’agrada una Església imperfecta perquè, si fora perfecta, jo no hi cabria.
La consciència de la imperfecció ens deslliura del fals sentiment de superioritat, que procedix per tindre una consideració molt alta de nosaltres mateixos, per deslliurar-nos de la culpa, o per no veure la biga en l’ull propi. Només el reconeiximent de les nostres flaqueses, limitacions i pecats ens acredita per a tindre una veu creïble i significativa hui. Pere va guanyar en exemplaritat davant del grup de deixebles quan va plorar i va reconéixer la seua equivocació; no obstant això, la va perdre davant de Pau quan proclamava la llibertat de menjar carn de porc, però ell no la menjava per por dels jueus. El penediment enfortix l’exemplaritat, mentre que la incoherència la debilita.
Este mateix estiu no ha resultat exemplar per incoherent que el bisbe de Cadis-Ceuta, davant la petició del Govern de la ciutat autònoma de Ceuta, no cedisca la llar Nazaret, actualment abandonada, per a acollir un centenar dels menors que van travessar la frontera el mes de maig passat. És incongruent que un president catòlic dels EUA anuncie la venjança com a solució al conflicte d’Afganistan i tancar les fronteres als qui demanen refugi.