Si en otras épocas fueron el ágora, la calle, el gimnasio, la Academia, el Liceo, el pórtico, el jardín o la naturaleza los espacios donde vivió la filosofía, hoy el espacio de la filosofía es la universidad, donde corre el riesgo de convertirse en una disciplina más, cultivada por especialistas incapaces de enfrentar los problemas reales del mundo. En la actualidad es vital comprender los grandes procesos de cambio que atraviesa nuestra sociedad y es necesaria más que nunca una transformación de la filosofía capaz de abrir nuevos horizontes y redes de conocimiento. No se trata sólo de pensar el mundo de ayer, sino de edificar el de mañana, trabajando conjuntamente para anticipar los retos que tendremos que afrontar en los próximos años.
Una universidad innovadora, dinámica, responsable y comprometida con su entorno –en contraposición a la del statu quo, donde se refugian los satisfechos en la complacencia– no puede olvidar su sentido renovador y humanista, no puede prescindir de la filosofía. En el nuevo mundo del conocimiento, abierto a todas y todos y en el que todas y todos somos parte del proceso educativo, que ahora se extiende a lo largo de la vida, la universidad sigue siendo un espacio privilegiado para el aprendizaje, y la filosofía no puede perder de vista la responsabilidad que nos toca con la humanidad.
Es urgente que la reflexión filosófica esté presente en todos los saberes. La filosofía es indispensable para el desarrollo humano, nos ayuda a tomar conciencia de nuestro propio ser en las situaciones límites, a pensar por nosotros mismos, a tomar posición, a generar conocimiento y ponerlo al servicio de la sociedad, dando respuestas concretas a los retos que nos plantea el contexto actual. El mundo está cambiando y para seguir su ritmo la filosofía tiene que innovar allí donde la universidad aún permanece anclada a una sociedad inexistente, y continuar investigando e innovando con mayor intensidad para implicarse en las necesidades reales de la comunidad, atender a la igualdad, la diversidad y la sostenibilidad, y contribuir a la formación de una ciudadanía activa, solidaria y responsable.
En una época donde las artes y las humanidades son ignoradas y descartadas, donde la necesidad del saber de especializarse y subdividirse ha convertido el conocimiento en una empresa, donde el intelectual ha sido sustituido por el investigador que desarrolla y gestiona proyectos de I+D+I, donde todo se subordina a la eficacia y a la productividad, la filosofía puede aportar una compresión profunda del corazón humano y, en vez de acomodarnos a esta época, donde buena parte de lo que se presenta como cultura no es tal, sino moda, hacernos conscientes de las grandes preguntas de la vida y de la necesidad de encontrar nuevas formas que puedan expresarlas, y ayudar a las personas a “vivir en la verdad, crear belleza y hacer justicia”, como señala Rob Riemen en su libro Para combatir esta era.
Ante el deterioro de la enseñanza, la burocratización y el mercantilismo, es nuestra responsabilidad forjar las bases para un renovado humanismo que nos permita comprender lo que nos está pasando. Esta tarea requiere capacidad de escucha, suma de esfuerzos y apertura a lo nuevo. Por eso, es indispensable recuperar el espacio de la filosofía como espacio de docencia, de comunicación y de diálogo; espacio de investigación, de cocreación y de generación de conocimiento; espacio de inclusión, de diversidad y de proyección social. Hoy más que nunca es necesario impulsar la filosofía desde un enfoque integral, transformador y renovador, que nos permita trabajar, de manera conjunta para promover la convivencia y el entendimiento, mejorar la labor docente, atendiendo a las necesidades del estudiantado, impulsar la actividad investigadora y fomentar redes de colaboración y alianzas locales, nacionales e internacionales. Debemos aceptar con humildad que nuestra propia perspectiva es limitada, pero es necesario ir más allá de todas las limitaciones y aprender a ver las cosas desde el punto de vista de los demás.
Es importante dirigir nuestros esfuerzos a derribar muros y construir puentes, o por decirlo con Antonio Machado, a crear “caminos sobre la mar”. La filosofía –decía María Zambrano– es “mirada creadora de horizonte; mirada en un horizonte”. La filosofía está ahí, en los clásicos del pensamiento y en su capacidad para mostrarnos problemas que son también los nuestros. Los grandes libros y autores de la filosofía son capitales en la construcción de nuestros mundos de vida concretos y en la comprensión que de ellos tenemos. Volvamos, pues, a los textos de los que nunca debimos salir para descubrir en ellos otros pasados que pueden dar lugar a futuros diferentes. La filosofía es un arma cargada de futuro.
Ante la urgencia de mejoras y reformas educativas, el papel de la filosofía es fundamental para formar mentalidades críticas, libres de cualquier forma de manipulación, de adoctrinamiento y de prejuicio. “Para nosotros” –proclama el heterónimo Juan de Mairena en el discurso pronunciado por Machado en Valencia el 10 de julio de 1937 en la sesión de clausura del II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura– “defender y difundir la cultura es una misma cosa: aumentar en el mundo el humano tesoro de conciencia vigilante”. Despertar la conciencia, estar alerta ante la banalidad y la manipulación de cada momento – esa es la tarea.
La ofensiva legal contra la Filosofía que inició la llamada “Ley Wert” de Educación condenaba al ostracismo más profundo esta materia, como a Sócrates se le obligó a tomar la cicuta injustamente; quedaba fuera del currículo oficial de Bachillerato perjudicando a nuestro alumnado, que ya no podría formarse académicamente en aquella asignatura que más pensamiento crítico contribuye a desarrollar. Se hizo como si esta destreza, no reconocida, por cierto, en el mapa competencial educativo, fuera irrelevante para su formación. “La filosofía distrae de lo esencial” llegó a decir el ministro de Educación… Vivir para ver, porque si la Filosofía distrae de lo esencial, uno ya no sabe entonces qué cosa es esencial.
Finalmente se pudo salvar este disparate a nivel autonómico in extremis, sorteando el marco legal nefasto que alguna mente oscura diseñó a escala nacional desde un despacho. En la futura LOMLOE debemos reconocer que se ha respetado su importancia, no así con la otra materia tradicional filosófica como es la Ética, exiliada para siempre de nuestras aulas como Protágoras o un mueble viejo que no pegase con el mobiliario moderno de una educación “a la altura de los tiempos”. Vivir para oír. Se vulnera de este modo el compromiso en firme que fue adoptado por todos los partidos del Congreso de los Diputados el 13 de septiembre de 2018. Entonces salió adelante por unanimidad parlamentaria una proposición no de ley que asumía la necesidad de mantener un ciclo formativo de al menos tres años en que se impartieran, como mínimo, Ética en 4º de la ESO, Filosofía en 1º de Bachillerato e Historia de la Filosofía en el segundo curso de este tramo de la enseñanza secundaria.
El pasado viernes 13 de noviembre se volvió a votar en contra de la Ética en la Comisión de Educación que admitía enmiendas al texto borrador de la actual ley educativa. La mayoría de nuestros representantes políticos la despreciaron como algo superfluo e innecesario en nuestros días salpicados, desde las páginas de cualquier periódico, con una llamada pública y continua a la necesidad de efectuar una reflexión moral seria, fundamentada, en todo tipo de ámbitos, ya sean políticos, económicos, bioéticos, sociales y, en fin, humanos en general. La Ética se ha quedado fuera de la LOMLOE después de un periplo agónico que ha ido desde la cámara del Congreso al Senado, donde se le ha negado el pan y la sal a cualquier enmienda. Realizar el seguimiento de cómo cada grupo ha ido mercadeando con otros sus enmiendas al texto, sus transaccionales y otros negocios, resultaría interesante, si bien por elegancia quizá convenga no citar los nombres propios. O posiblemente no… Quizá no sea tan interesante.
Hace más de veinticinco siglos Platón escribió un relato que todavía enseñamos en los institutos; en la alegoría platónica, aquel prisionero rescatado de su ignorancia, liberado de ella gracias a la capacidad de pensamiento autónomo que concede la Filosofía, se siente obligado en conciencia a descender de nuevo al fondo de la caverna para liberar a otros encadenados y ayudar a quienes todavía no saben discernir bien acerca de lo real, la verdadera realidad del exterior de la caverna que él mismo ya ha conocido, y que continúan oprimidos por la oscuridad de su ténebre vivienda-prisión. En un momento dado, afirma el texto, se verá obligado a discutir con ellos acerca de las llamadas “sombras de lo justo” “en los tribunales o en cualquier otro lugar”; se refiere a las leyes humanas que están llamadas a diseñarse desde un asesoramiento científico acertado por parte de quienes son especialistas en esta materia, aquellos que sí conocen la esencia de cada cosa, los filósofos… Si no se escucha a los sabios, quienes son conocedores de la “ciencia de la justicia y el bien”, afirma Platón, el Estado se verá condenado a vivir en las tinieblas de sus prejuicios, dirigido por quienes no han sido rescatados todavía de este mal ni serán capaces de elaborar leyes justas y adecuadas. La futura LOMLOE no solamente nace muerta por carecer del consenso político necesario que debería ser unánime, algo que viene diciéndose desde hace años por ser la educación una cuestión de estado al mismo nivel que la sanidad o la justicia social, sino porque la mayoría de nuestros partidos han preferido el asesoramiento de organizaciones no gubernamentales, para diseñar su currículum, al de la propia comunidad educativa, ninguneada otra vez, y para variar, después de siete leyes consecutivas. No acaba siendo tan importante la Ética como aprender “el respeto por el entorno natural”, por ejemplo, o a “conocer y valorar a los animales más próximos al ser humano” -se entiende, alguna rama cercana de los chimpancés- para “adoptar modos de comportamiento que favorezcan la empatía y su cuidado”… El enfoque daría juego para un análisis sociológico minucioso, desde luego. Se pretenden relegar sus contenidos, “rebajados” en calidad y volumen, para reducirse a un módulo como el de los llamados “Valores Éticos”, que sólo tendría una o dos horas semanales en algún curso de la ESO, y vendría a ser como enseñar las tablas de multiplicar pero sin aprender matemáticas, o la forma de los dibujos en cualquier asignatura de Geometría pero sin aprender a dibujarlos por uno mismo. Aquí se pretende impartir una selección de estos valores morales, especificada legalmente, que los alumnos deban aprender de un modo directo y porque sí, obviando el proceso previo de llegar a ellos a partir de un pensamiento filosófico autónomo, desde una metodología que les enseñe a pensar por sí mismos de forma crítica e independiente. En eso consiste precisamente la Ética: en una reflexión filosófica sobre lo moral que no busca dirigir ninguna conciencia hacia conclusiones previamente establecidas, sino ayudarla a que ella misma se dirija para llegar a aquellos que en razón le convenzan. Enseñar a pensar éticamente no es lo mismo que enseñar “qué” debas pensar moralmente… La sospecha de una ideologización doctrinal por parte del Estado en esta materia ha sido, y es, lógica y razonable. Es que eso no es, ni lo ha sido nunca, “Filosofía moral”. Será otra cosa. Resulta llamativo, por otro lado, que en esta lista axiológica predeterminada haya espacio para insistir en “el valor social de los impuestos”; ya no será tan novedoso que cualquier parte del currículo también se deba orientar desde la nueva ideología de moda como es la “perspectiva de género”... Y no resulta el único punto débil de esta ley sin consenso. La sostiene un ethos -espíritu- muy peculiar.
Afirmaba la ministra de Educación, Isabel Celaá, en un tweet -el nuevo vehículo idóneo de comunicación política- que “el impulso a la digitalización facilitará el cambio de paradigma educativo, con metodologías más activas y competenciales, y transformando los espacios en hiperaulas interactivas, abiertas y diáfanas”. En fin... a mi me preocupa mucho más, y en tono menos grandilocuente, que a mis alumnos les entren sudores fríos cuando deben enfrentarse a un texto para entenderlo y comentarlo, o cuando tienen que redactar de modo coherente un discurso en el que sepan exponer un hilo argumental propio, construido por ellos mismos, sobre cualquier cuestión que sea un poco más profunda, humanamente, que las polémicas de la prensa del corazón en Tele 5. Es el fondo más profundo y superficial de la caverna. Panem et circenses. La “Ley Celaá” aporta su solución a este problema: la lectoescritura deberá trabajarse de modo transversal a todas las materias, lo que viene a ser diluir en la práctica su evaluación en un sentido fuerte. En fin. Alguna otra parte del texto legislativo obliga a leer en aula, no se sabe si en voz alta, como se hacía antes… O para procurar que lean algo, al menos. Para una generación de jóvenes que ya han perdido en su mayoría este hábito lector, que escriben con muchísimas faltas ortográficas o emoticonos y abreviaturas al postmoderno estilo literario de un whatsap, yo casi preferiría que bajaran las ratios por alumnos de esas “hiperaulas” que ya tenemos, pero más bien por estar masificadas -reivindicación que desoyen sistemáticamente todos los partidos que llegan al poder porque es un asunto presupuestario y no se tiene auténtico interés en una educación personalizada de calidad-, y volver a aquellas metodologías educativas obsoletas del aprender a leer leyendo, a escribir escribiendo y a pensar aprendiendo lo que otros sabios ya han pensado antes que nosotros, incluida la forma en que lo han hecho... Tras esa búsqueda de una utópica neopedagogía digital-metodológica-activa que sería el bálsamo de Fierabrás que todo lo cura, podemos sospechar que nuestros chicos no van a ser más “competentes” por limitarnos a enseñarles cuatro, cinco o siete destrezas técnicas básicas despreciando todavía más los “contenidos curriculares” que serán reducidos por ser -según el espíritu de la LOMLOE- excesivamente “enciclopédicos”. Tampoco creo que fueran más sabios o humanistas por renunciar para siempre al modelo renacentista de la educación -aquel que no perseguía la fragmentación de los saberes o la especialización científica como hoy en día, sino todo lo contrario- y entregarnos sin reservas a una enseñanza minimalista, puramente funcional (“competencial”) y raquítica. Eso sí… Intergaláctica. Se me antoja mucho mejor el ideal pedagógico de Leonardo da Vinci al de Bill Gates, tanto como escribir poesía y literatura a realizar “tests de autoevaluación”, crucigramas, elaborar vídeos o power points (ya sabemos, los “resúmenes de los resúmenes”, que vienen a ser como comer con píldoras en vez de saborear los platos, una triste y paupérrima nutrición...). Sobre todo teniendo en cuenta que la inteligencia humana es más discursiva que “visual”. Discursiva, narrativa por tanto, y lógica, caray.
Educar para aprender a ser persona debería ser el verdadero objeto de la educación y no el mero adiestramiento táctico para saber hacer cuatro cosas mínimamente bien y ser funcionales socialmente… Sabiduría vs tecnocracia. Así renunciamos nuevamente a la excelencia como ideal de la enseñanza y esa “escuela del futuro” sólo estará al servicio del mercado laboral para surtirle de mano de obra barata y, desde luego, no al servicio del hombre. Abaratar la promoción de curso y la titulación tampoco ha entusiasmado a ningún educador. Parece que el sueño oculto de nuestros políticos sea la consecución final del “mundo feliz” de Aldous Huxley o la sociedad orwelliana de “1984”. La de “aprender a pensar” no estará considerada como competencia pedagógica legal, eso es seguro. Vaya por Dios. Habrá que enseñar “empatía por los animales” a modo de conclusión, superficialmente, sin pasar por el proceso reflexivo que sería lo esencial (el porqué de los criterios). Para hacer en clase algo tan pobre, como me decía Ángel Vallejo, un colega al que admiro enormemente, prefiero seguir la máxima “Aristóteles, mis alumnos y yo”. Y que me dejen enseñar en paz -añado-. Cualquier filósofo que merezca ese nombre, y no me considero a la altura, tendrá que impartir esta asignatura de Valores Éticos sin moralismos y no de forma doctrinaria, sorteando en conciencia como pueda los aspectos menos filosóficos de la materia que se le imponen por ley. Otro modo es inconcebible porque no sería Filosofía.
Al prisionero liberado que intentaba ilustrar a sus contemporáneos, prosigue el mito, le acabaron matando por intentarlo. Platón ejemplificó así la condena a muerte de su maestro Sócrates en Atenas, acusado falsamente, por cierto, de corromper a los jóvenes cuando en realidad les enseñaba a pensar por ellos mismos, y eso molestó a quienes ostentaban el poder en su tierra, a los que también recriminaba con ironía su ignorancia e hipocresía. Paradójicamente, el sabio de entre los sabios aceptó la condena a sabiendas de su injusticia porque había enseñado a sus discípulos que toda ley debe obedecerse a pesar de saberse inicua, por una cuestión de coherencia ética… Podría cuestionarse hoy si una ley merece tal consideración aunque venga refrendada por un sistema democrático, habida cuenta que la desobediencia civil tiene un trasfondo de legitimidad moral importante y después de considerar el aserto aristotélico de que las democracias pueden correr el riesgo de acabar siendo “demagogias” sin valor. El debate ético, precisamente “ético”, está abierto. Parece, en todo caso, que “el hombre más bueno sobre la faz de la tierra” según su alumno más aventajado, murió en vano porque la historia se repite de nuevo cíclicamente. Nuestros políticos están a la altura de aquellos. No hemos aprendido nada.