Per a realitzar els nostres anhels hem de tindre la capacitat de dur-los a terme; i això, al meu entendre, es fa palés de manera negativa ara en l’Església, quan s’ha produït una esperada -jo diria que esperadíssima- apertura de la institució eclesiàstica.



Supose que ja sabeu, amics meus, a què em referisc. Sí, sí: al Sínode universal. Perquè la convocatòria que ha fet el papa Francesc a tots els creients per a una reflexió fonda i commovedora (ja que commou moltes postures tradicionals) oferix una possibilitat molt esperada.

¿Quan s’havia demanat a tots els fidels que es pararen a pensar en com camina l’Església, a on va, amb qui va, com va i per què ho fa? Desgraciadament mai, si deixem de banda les menudes assemblees de les primeres comunitats.

Així que hem de concloure que la crida del papa Francesc és un extraordinari, revolucionari i renovador fet eclesial que, a més,

SÍNODE Per al món en que vivimestà proposat des de la màxima altura jeràrquica.

Ah! Però, quan veem els resultats, trobem en les esglésies, comunitats i grups una apatia sorprenent i una falta de capacitats per a acceptar el repte.

A manera d’exemple: per una banda, les qüestions a reflexionar ens apareixen com massa simples, ja que no estem acostumats a reflexionar sobre nosaltres sinó sobre els altres, i ens estranya el fet de mirar-nos per dins; per altra, les actituds de cara a la resta de la humanitat no catòlica o agnòstica ens descol·loca perquè ens han ensenyat a actuar “per a” o “en contra de”, però no a fer-ho “amb”. Les celebracions són un culte dirigit al Déu majestuós (la tremenda majestat) i no una reunió de fidels que amb postura humil de conversió demanen l’Esperit per a saber com fer real el Regne del Cel en la terra...

Per desgràcia, la convocatòria a la reflexió des de la fe s’ha convertit en una contestació d’opinions a una enquesta. També crec que ha faltat temps per a una reflexió tan pregona i important, però pot ser que el Papa s’ha vist constret per la seua edat, que l’ha dut a voler veure algun resultat abans d’anar-se’n d’este món.

En general, la meua apreciació és que els fidels no saben situar-se davant de la convocatòria, i els pastors, que són els que haurien d’ajudar-los a prendre noves posicions, se senten incòmodes o els ve gran o, també, ho troben absolutament innecessari. Pel que he vist, a l’”església rància” no li ha fet gens de gràcia esta invitació al camí sinodal, perquè saben que suposa un clevill enorme en la cotilla de “l’imperi sagrat”.

Repetisc que és la interpretació del que veig al voltant, sent sabedor que hi ha grups minoritaris que ho han agafat amb joia i esperança. La nostra mentalitat moderna, consumista i de producció ràpida i immediata, considera absurda una reflexió pausada i fonda que no presenta avanços, ni produïx novetats o guanys immediats, així que, des d’un punt de vista occidental, la convocatòria caldria qualificar-la de fracàs.

Però amb la incapacitat d’acceptar el repte s’ha posat de manifest una llaga que patim com a Església, com és la de voler crear un immens gueto de milions de persones que res tinga a veure amb la resta de la humanitat. Un immens gueto de la societat paral·lela (falsejant la ciutat de Déu agustiniana) que oblida que l’únic i verdader sentit de la fe és construir el Regne junt amb tota la humanitat des d’orient fins a ponent.

Però... un record m’ompli d’esperança: la història de la humanitat necessita segles, i moltes coses importantíssimes en ella han necessitat sedimentar-se lentament; molts avantatges que fruïm hui s’han fet amb molt de temps, malgrat les presses de cada generació; i pense que la crida sinodal pot ser una d’elles, perquè la convocatòria del bisbe de Roma la veig com una porta oberta que mostra nous horitzons de la fe, una eixida que no ens atrevim encara a traspassar paralitzats per la por al desconegut i per la falta de costum, però que no s’ha obert només per a ara, sinó per al futur de la fe cristiana, que té la missió d’il·luminar i ser sal en el camí de la humanitat.

Sí, una porta, alta, ampla, que invita a passar-la amb esperança.

¡T’ho agraïm, papa Francesc!

SÍNODE Espanya és cristiana?

Se me ha invitado a aportar algunas ideas, bajo el epígrafe “un sínodo para el mundo que vivimos”, a propósito del Sínodo sobre la sinodalidad impulsado por el Papa Francisco, todavía en la fase diocesana cuando escribo estas líneas. Dicho epígrafe se comparece bastante bien con la esperanza de Francisco de que, a través de él, se conforme una Iglesia para el tercer milenio, lo más acorde posible al designio de Dios sobre ella.



Si el Papa Juan Pablo II en su primera carta encíclica, Redemptor hominis, se sintió llamado a conducir a la Iglesia hacia el tercer milenio en la estela del Concilio Vaticano II, el Papa Francisco en su carta apostólica, Evangelii gaudium, opta “por proponer algunas líneas que puedan alentar y orientar en toda la Iglesia una nueva etapa evangelizadora, llena de fervor y dinamismo… en base a la doctrina de la Constitución dogmática Lumen gentium” (nº 17). Este está siendo el tenor de su pontificado y en esa línea hay que inscribir el acontecimiento eclesial en el que hoy la Iglesia se ve inmersa, el Sínodo de la sinodalidad. “La sinodalidad -nos dice Francisco- es el camino que Dios espera de la Iglesia en el tercer milenio”.

A mi modo de ver, se trata de un kairós de gran relevancia pues podría catalogarse como la fase de implementación cabal del Concilio Vaticano II. A ella hemos llegado tras una fase postconciliar, caracterizada por las dificultades de asimilación de diversa índole, y que se prolongó en otra de dilación a causa de la influencia de un sector minoritario, pero de gran influencia, refractario desde sus orígenes al aggiornamento propuesto Juan XXIII y que ha venido siendo un lastre para la recta asunción de las directrices de los documentos conciliares y su aplicación. Sin embargo, hemos de reconocer en el presente Sínodo Sínodo, como nos invita a hacer el Vademécum para su aplicación y desarrollo, “la senda de la renovación de la Iglesia propuesta por el Concilio Vaticano II, este camino común es, a la vez un don y una tarea”. Porque “la sinodalidad permite a todo el Pueblo de Dios caminar juntos en escucha del Espíritu Santo y de la Palabra de Dios, para participar en la misión de la Iglesia en la comunión que Cristo establece entre nosotros”.

Mi primer contacto con los documentos del Concilio Vaticano II tuvo lugar en mí adolescencia, mi padre estudiaba teología para laicos y tenía el libro en su biblioteca. Algunas tardes me resguardaba del alboroto de mis hermanos en el salón-comedor reservado para los domingos. Me sentaba en un sillón junto al balcón que ofrecía como perspectiva las torres de Quart, el convento de Santa Úrsula y unos atardeceres grandiosos, acompañados por la irrupción del son de la campana que llamaba al rezo y al recogimiento. Mi primera lectura fue la Dei verbum y, sin entender entonces demasiado, supuso para mí una luz nueva y en ella vislumbré horizontes insospechados en el cristianismo que se me había enseñado. Luego fueron haciendo mella en mi ánimo aspectos de las otras constituciones: Sacrosanctum Concilium nº 7, la visión del hombre y la sociedad de la Gaudium et spes, la noción de Pueblo de Dios de la Lumen Gentium, el decreto Unitatis redeintegratio... Desde entonces ese antiguo libro de la BAC heredado de mi padre, junto con su Biblia de Jerusalén han sido mis libros de cabecera. Pero, a lo largo del tiempo, esa claridad vislumbrada se vería mitigada por opacidades eclesiales que parecían resistirse a la acción del Espíritu.

Recuerdo que siendo estudiante de teología acudí a unas charlas que ofrecía en nuestra parroquia, Nuestra Señora del Puig, el profesor de eclesiología Juan Agulles, versaban sobre el laicado. Don Juan había sido auditor del Concilio e hizo una exposición magistral y asequible al auditorio. De aquellas charlas me queda el recuerdo del comentario de uno de los asistentes que, por edad, podía ser mi padre. Aún lo veo en pie formulando la consideración de que toda aquella visión del laicado, sus competencias y responsabilidades eclesiales le parecía muy bien y creía que debía ser así, pero asumía su incapacidad por desconocimiento del Concilio y por no haber recibido la formación suficiente que le posibilitara en su práctica. Aún hoy esto es un problema vigente, cuyo origen responde a una doble responsabilidad: la de los laicos por su falta de interés en la formación y la del clero por su desinterés en procurarla. Hablo de una formación en las grandes líneas del aggiornamento conciliar y de una puesta en práctica vivencial y comunitaria, en la que cada miembro del pueblo de Dios asuma vocacionalmente su ministerio desde ese “nosotros” que es la unidad en la diversidad de carismas. Esto es lo que ahora propone el Proceso sinodal, tomar en serio el camino de renovación eclesial propuesto por el Concilio Vaticano II y llevarlo a cabo.

Durante años la luz que emana del Concilio se ha visto atravesada por grandes trazos de oscuridad emergentes de la resistencia a su auténtica y sincera recepción, por parte de muchos. Resistencia en ocasiones frontal y en ocasiones soslayada, consecuencia de una deficiente aplicación de la propuesta conciliar que remite, en un proceso circular, al déficit de aggiornamento que retroalimenta las oscuridades.

Sin embargo, hoy estamos embarcados en la esperanza del Proceso sinodal. Eso quiere decir que nos vamos dando cuenta de que no es la propia barca quien nos mantiene a flote en las tempestades sino el Maestro que está en medio de quienes estamos abordo. Con el Concilio el Espíritu nos dio un horizonte y un sentido hacia el que dirigir la barca de Pedro. El camino no es la Iglesia, sino que es esta como pueblo de Dios quien ha de ponerse en camino. Ese camino es Jesús que se presenta a sí mismo como “el, camino, la verdad y la vida”. Con el Proceso sinodal se subraya el cristocentrismo del concilio frente a las persistencias de eclesiocentrismo reactivo.

Hay que tener presente que este Sínodo por una Iglesia sinodal ha venido precedido y preparado por una potente actividad teológica. Su origen está en las líneas programáticas de Evangelii gaudium que han ido siendo estudiadas y desarrolladas por la Comisión Teológica Internacional (CTI). De su trabajo cabe destacar dos documentos: La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia (2018) que es el documento teológico marco al que hacen referencia el Documento preparatorio y el Vademécum, y El sensus fidei en la vida de la Iglesia (2014) que profundiza en la noción de sensus fidei que el Concilio Vaticano II establece en el capítulo II de la Lumen Gentium, sobre el pueblo de Dios. Esta noción es de gran relevancia porque sitúa la autoridad en la Iglesia que emana de la presencia de Jesús en medio de toda ella (Mt,18,20), único Maestro, de modo que es fundamental saber escuchar adecuadamente la voz del Espíritu que resuena en cada uno de sus miembros y articularla debidamente en el magisterio ministerial de la Iglesia. Así pues, el discernimiento es un proceso que hemos de realizar juntos, sinodalmente. Por eso para Francisco “los pastores han de tener olor a oveja”.

Es interesante observar que el referido documento sobre el sensus fidei es fruto del trabajo realizado por la CTI durante el quinquenio 2009-2014. Es decir, que se inicia en el pontificado de Benedicto XVI, cuya primera encíclica, Deus caritas est, propone una Iglesia presidida por el amor en dos grandes apartados: la caridad que posibilita la comunión eclesial (ecclesia ad intra) y la consecuente caridad con la que la Iglesia ha de realizar su contribución social (ecclesia ad extra). Como podemos comprobar se trata de una estructura que se asienta en la que el Concilio inscribe su reflexión eclesial. Me parece importante reparar en ello, porque estos hechos ponen de relieve una continuidad de la acción del Espíritu a través de los pontificados posconciliares, más allá de las improntas personales y matices teológicos.

El Sínodo de la sinodalidad promueve una Iglesia arraigada en la auténtica y genuina comunión, desde donde solamente puede ejercer su ministerio. Esa debe ser la Iglesia para “el mundo en que vivimos” porque no le cabe deber ser de otra forma. Desde los últimos pontificados se viene proponiendo una nueva evangelización que comienza por la propia evangelización de la Iglesia, lo cual requiere su continua conversión al Evangelio congruente con un cambio estructural en la Iglesia (K. Rahner) y requiere distinguir entre una verdadera y falsa reforma en la Iglesia (Y. Congar). El camino sinodal sin duda ayudará a ello restañando las heridas de las heridas del pueblo de Dios y de sus divisiones seculares haciendo a la Iglesia más creíble, más atractiva, en cuanto servidora. Pues siempre me pareció acertadísimo el título de aquel libro: Una iglesia que no sirve no sirve para nada.

No obstante, conviene reparar en el bajo seguimiento que está teniendo la fase diocesana sinodal. Se ha hecho algún evento multitudinario pero el seguimiento en las parroquias y pequeñas comunidades parece bastante pobre y, sin embargo, es fundamental para implementar la dinámica sinododal. La consulta debe llegar no solo a las bases del pueblo de Dios sino a sus periferias, pues los más alejados, en tantos sentidos, tienen mucho que aportar y es necesario escucharlos. Este Sínodo pretende ser una acción performativa que pone en práctica lo que se está discerniendo en tanto que se discierne. Así expresa el Vademecum que el Sínodo: “…también desea promover y desarrollar la práctica y la experiencia de ser sinodal en el curso del proceso y para el futuro”. Es en este caminar juntos, en una vida y un discernimiento común, donde cada miembro del pueblo de Dios ha de descubrir y asumir sus competencias carismáticas, en una experiencia icono de la trinidad. Parece que está costando, pero esto ocurre con cualquier proceso novedoso, aunque llevara tiempo fraguándose. De lo que no cabe la menor duda es que al final de este proceso sinodal la Iglesia habrá realizado un discernimiento, como pueblo de Dios, que alentará un cambio difícil de frenar por posicionamientos refractarios.

SÍNODE per al nostre món

En les nostres parròquies estem saturats d’activitats i de noves propostes pastorals; per descomptat que tenen l’objectiu d’animar i dinamitzar les nostres comunitats cristianes, a fi que siguen vives i missioneres. La veritat, però, és que sempre acudixen les mateixes persones, un grapadet de bons fidels..., que mereixen, clar que sí, tot el nostre respecte i atenció. Cal reconéixer que són ells els qui mantenen la torxa encesa de la comunitat parroquial.



Amb tot, acceptem la dura realitat que ens és difícil atraure noves cares, noves persones, nous jóvens que puguen adherir-se a la parròquia i embarcar-se en les propostes i iniciatives que ens venen de la diòcesi o del Vaticà. Llevat d’algunes excepcions, les nostres comunitats parroquials estan reduïdes, envellides i estàtiques i, per molt que els sacerdots siguen entusiastes i animosos, al remat no hi ha manera d’alçar el cap (realitat molt diferent de la de les jóvens i vives esglésies dels països anomenats de missió).

D’altra banda, ens anima també vore que hi han grups que aconseguixen connectar amb els jóvens i els allunyats, capaços de suscitar noves conversions i noves vocacions, així com de reviscolar el baptisme de no pocs cristians adormits: Emaús, neocatecumenals, carismàtics, juniors, comunitats religioses, Hakuna Group Music i altres. Temps arrere vam tindre l’oportunitat de participar a Montcada en la vigília d’oració que el Seminari Diocesà havia preparat amb motiu del Dia del Seminari. Fou fabulosa, tant per l’assistència -n’eren uns 700, de jóvens-, com per l’acurada preparació de l’adoració al Santíssim, amerada de silencis, testimonis, cants i recolliment.

El Papa, per a vitalitzar l’Església, ha convocat un Sínode Universal en tres etapes, projectat per a tres anys, que vol fer de l’Església un lloc de comunió, participació i missió. A més a més, la nostra diòcesi acaba de concloure el seu sínode particular; fa uns mesos ens van entregar a totes les parròquies les constitucions, un llibret molt ben elaborat amb deu propostes fabuloses.

La intenció del papa Francesc és que l’Església sencera participe en la cerca de mètodes cap a la sinodalitat, és a dir, per a aconseguir que de manera real i efectiva tots els batejats (papa, bisbes, sacerdots, consagrats i laics) caminem junts en comunió i fraternitat.

Per a garantir que tots els creients puguen prendre part en la reflexió, el papa Francesc ha dissenyat un itinerari que, en la pràctica, significa que el Sínode no és només l’Assemblea d’octubre de 2023, sinó un camí de dos anys. Així que en el Sínode de 2023 en realitat no participaran només els bisbes, sinó tot el Poble de Déu.

I és que el papa Francesc, ja des de la seua elecció, està fent l’esforç més gran per a renovar l’Església des de les seues arrels, i ara ho vol fer convocant un Sínode Universal sobre la sinodalitat, en continuïtat amb les quatre conversions a les quals ell ha convidat l’Església en els seus escrits:

La primera és la conversió a l’Evangeli i als pobres en Evangelii gaudium; la segona, la conversió a la misericòrdia en Amoris laetitia; la tercera, la conversió a la cura de la Casa Comuna en Laudato si’ i Estimada Amazònia; la quarta, la conversió a la fraternitat universal en Fratelli tutti.

El sínode convocat posa de manifest una ambivalència: d’una banda, venim d’una Església que ha sigut capaç de remodelar el món i, d’altra banda, hem adquirit una notable debilitat quan sembla inevitable el col·lapse de valors en el nostre món. D’ací sorgix una pregunta inquietant: ¿com viure i com aprofitar la convocatòria d’este sínode?

Diu el papa Francesc: “Estic convençut que, en una Església sinodal, també l’exercici del primat de Pere podrà rebre major llum. El Papa no està, per si mateix, per damunt de l’Església; sinó dins d’ella com a batejat entre els batejats i dins del col·legi episcopal com a bisbe entre els bisbes, cridat alhora –com a Successor de l’apòstol Pere– a guiar l’Església de Roma”. (Discurs per a commemorar els 50 anys de la instauració del sínode dels bisbes).

Esta convocatòria a la sinodalitat, que aposta per fer camí junts, enfront del clericalisme tan freqüent en el funcionament eclesial, vol que

realment l’Església siga el Poble de Déu, defensora de la dignitat humana, la fraternitat, l’amor, la justícia, la igualtat i la solidaritat entre tots els pobles de la terra, i no sols l’Església de la jerarquia, sinó l’Església del poble per al poble, que va ser la raó de ser de Jesucrist.

És, per tant, de vital importància que parròquies, comunitats religioses, seminaris, moviments i grups pastorals acullen la convocatòria del sínode, col·laboren en la proposta papal i hi participen activament; que donen la seua sincera i valenta opinió sobre diversos temes: el model de govern de la nostra Església; el rol de la dona, que les dones tinguen un paper més actiu en les decisions, discernir la possibilitat del seu accés al sacerdoci; les estructures de l’església; el celibat dels sacerdots; l’economia; l’elecció de bisbes; l’evangelització; els pobres; la solidaritat; l’ecumenisme; el diàleg interreligiós, fecund i real; la familia; l’homosexualitat; Mitjans de comunicació; celebracions litúrgiques; accés a la comunió dels tornats a casar; sagrament de la confessió, etc. Amb opcions teològiques catòliques atractives. Evitem les postures més radicals que ens situen fora de l’Església.

Estem davant d’una gran crisi en el diàleg fe i raó. Vivim amb diferents problemes que deriven en una metamorfosi. José Ortega y Gasset, influït per Pierre Teilhard de Chardin, considerava que després de les ruïnes s’oculta un rejoveniment. Una fe il·luminada i una raó eixamplada. Les ruïnes són terribles per als arruïnats, però més terrible deu ser una història que no generara ruïnes. La humanitat, llavors, no evolucionaria.

¿Què demanden els fidels a l’Església en el futur? Tot sabent que el sínode té caràcter consultiu, cal opinar, cal parlar, cal expressar-se sense por. El Papa vol escoltar totes les veus dels fills de l’Església sense excloure ningú. I, encara que és només consultiu, és a dir, que no té capacitat de decisió, resulta fonamental per a ajudar a entendre a fons els temes que s’aborden. L’habitual i llarg document final, que se sotmet a votació, oferix al Papa una sèrie de propostes que solen convertir-se en documents del Magisteri sota la forma d’exhortacions apostòliques.

El Papa desitja implicar a tota l’Església en la reflexió sobre el que ens demanda el món de hui. La sinodalitat abasta a tot el poble de Déu, inclosos els sacerdots, religiosos i, per descomptat, la gran majoria dels laics. Són precisament els laics els autèntics protagonistes d’este sínode, que inclou la gran novetat de convertir-se en un “itinerari sinodal”. Treballem amb la vida real de les persones corrents, de carrer.

El Papa vol comunitats pròximes a la gent i a les seues necessitats, amb pastors amb “olor d’ovella”, per fer realitat una Església que transmeta més la bona notícia de l’Evangeli i no estiga tan capficada amb les condemnes i els preceptes. “Déu és la vertadera mesura de l´home” (Benet XVI). Necessitem models, mestres, incomprensibles, indefinibles; sempre més enllà. Amb reptes excessius.

Minorem l’estrés voluntarista de voler trobar solucions als problemes globals. Alguns ens volen dirigir cap a un pessimisme eclesial. No fem cas; no és el mateix l´opinió pública i la publicada. Mirem en direcció equivocada i només veiem ruïnes. La resposta no és aprendre a sobreviure en un món que s’enfonsa, sinó a ser capaços de despertar, això és, de pensar més enllà de l’apocalipsi per a centrar-nos en la metamorfosi del món. Aprendre a viure sense por i sense por del que el futur puga portar, és aprendre a viure amb pura confiança. L’única seguretat és Jesucrist.

El Papa vol que els cristians siguem “llavor de vida i d’amor”, per damunt de la captació de nous cristians. Francesc vol recuperar (i revifar) el Concili Vaticà II, “inspirat pel papa Joan XXIII i per Pau VI”, un Concili que decidí “mirar al futur, amb esperit modern i obrir-se a la cultura moderna”. I és que “una Església que es tanca en el passat, traeix la seua pròpia identitat”. Per això el papa vol fer realitat “una Església amb una organització no vertical, sinó horitzontal”, més fraterna, més sinodal (Castelló notícies, 13/03/2022).