A todas las personas, de una forma u otra, a lo largo de todo el planeta, nos ha afectado, directa o indirectamente, el Covid-19. Aunque hemos guardado muchos meses de confinamiento, aunque la mayoría no hayamos bajado la guardia en cuanto a prevenciones y medidas sanitarias, el virus sigue actuando, no se sabe cómo ni dónde.
Lamentablemente, le afectó a Bernardo. El 12 de noviembre me daban la mala noticia de que había salido positivo. Bien es verdad que mientras Bernardo estaba en planta, no perdía la esperanza, estábamos en contacto con llamadas telefónicas y por WhatsApp. Teníamos previsto, como en años anteriores, celebrar interparroquialmente las confirmaciones el sábado 21 de noviembre. Aunque este año tocaban en San Vicente Mártir, decidimos que, por razones de espacio, sería mejor trasladarnos a la suya, el Ave María y San José. A mí se me hacía difícil celebrarlas sin él y por eso, debido a las nuevas restricciones en el aforo y las circunstancias, las aplazamos. Al día siguiente, el domingo 22, cumplía 66 años.
Preocupado por su comunidad parroquial se mantenía informado, pese a su cansancio al hablar, atendía las llamadas. Me dijo que me dejarían los folletos del adviento para poderlos repartir en la parroquia.
Seguíamos en contacto, pidiendo en la oración que la enfermedad evolucionase bien. Continuaba en planta, había esperanza. Pero el lunes 30 me dijeron que el domingo a mediodía habían bajado a la UCI, y ya me empecé a preocupar. Y lo peor fue la llamada del día 2 en que me comunicaron que ya había muerto.
El jueves 3, festividad de San Francisco Javier, en la Parroquia de Santos Juanes de Puçol, donde nació su vocación sacerdotal, celebramos sus exequias, presididas por D. Antonio Cañizares, el Cardenal, D. Vicente Fontestad, el Vicario General, D. Jesús Corbí, su Vicario Episcopal, junto con D. Camilo Bardisa, el Vicario de la Vicaría IV, el párroco, condiscípulos y unos 25 compañeros sacerdotes.
En la homilía D. Antonio destacó la sencillez de su vida y de su ministerio, su carácter bondadoso y humilde, un buen pastor, generoso y entregado por sus feligreses.
Signo de ello fue que en la eucaristía hubo representación de todas las parroquias en las que sirvió: Santa Catalina Virgen y Mártir y Santa Ana en Domeño, Santos Reyes de Benisanó, San José de Torrent y Ave María y San José de Benimámet. También hubo una representación de las Avemarianas, puesto que era su capellán. Y como expresión de esa humildad y entrega por sus feligreses, también asistió D. José García-Melgares, el Alcalde Pedáneo de Benimámet-Beniferri.
Su buen amigo, compañero y condiscípulo Vicente Pastor Bañuls, al final de la Eucaristía, quiso compartir, entre otras, estas palabras con todas las personas allí presentes:
«… Bernardo fue una buen hombre de Dios, servicial, trabajador, de buen corazón, apreciado y cercano a todos los que lo trataron. Deja un recuerdo profundo y grato de integridad, honradez y humanidad en todas las parroquias en donde ha ejercido su ministerio sacerdotal y aquí en esta parroquia en donde se crio y surgió su vocación. Vivió los valores que llegan al corazón y que quedan grabados para siempre. Fue una persona como tantos y de los que estáis aquí y de los que también han pasado por la vida sin hacer ruido.
Jesús, en uno de sus Evangelios, se dirige a Dios Padre y le da gracias por la gente de buen corazón y sencilla, que pasa por el mundo sin hacer ruido, haciendo el bien y dejando buena huella por donde pasan. Jesús se complace en las personas que son así: normales, corrientes, pero que están ahí.
En la calma y la profundidad de este momento de recuerdo, celebración y oración por Bernardo, es bueno creer que merece la pena vivir y ser así como Él: de buén corazón. En esta eucaristía hemos pedido por Bernardo, junto a su hermanos: Caridad, Enriqueta y Toni, Pilar y Paco, Teresa y Enrique; sus sobrinos; amigos; hermanos en el sacerdocio y al igual que Jesús da gracias a Dios Padre, todos nosotros le decimos:
Te damos gracias, Dios Padre por haber disfrutado de Bernardo de su vida, de su compañía, de su amistad de su ejemplo, de su entrega abnegada al servicio de la Iglesia y del prójimo…
… Pero a pesar de nuestra desesperación y enfado por su pérdida son momentos de Fe, que los creyentes tenemos puesta en Jesús. Esa fe nos ha reunido hoy aquí. Puede ser que tengamos una fe pequeña o una fe grande. Puede ser que tengamos una fe resignada o en dura protesta por lo que ha ocurrido. Pero esa fe nos invita a rezar y a tener esperanza. Rezar por Bernardo para que Dios le dé la Vida Eterna y rezar a Bernardo que interceda por nosotros, recordemos la comunión de los santos. Rezar para que Dios Padre nos conceda a sus familiares y amigos asumir con esperanza en medio de nuestro dolor.
Bernardo era bueno, singular, responsable y tenía sed de vivir. En donde ejerció como párroco fue un ejemplo en todo y para todos. Fue una persona íntegra, voluntarioso, trabajador y sobre todo muy amigo de sus amigos.
A partir de nuestra Fe, nosotros creemos que Dios le habrá dado el agua de la vida en el cielo, una vida que nadie nunca le podrá ya arrebatar. Esa tiene que ser nuestra esperanza. Que guardemos lo mucho que Bernardo nos ha dado a través de su vida. Que lo guardéis, en vuestra memoria y en vuestro corazón.
Ha partido Bernardo al cielo, sin hacer mucho ruido, de forma sencilla y humilde, como lo fue él a lo largo de su vida. Pero ha dejado huella en todas las Comunidades Parroquiales en las que ha servido y en todas las personas con las que ha estado. Así lo han manifestado estos días:
`Siempre se sintió muy orgulloso de la parroquia que regentaba. Siempre fue un hombre docto de Dios y muy devoto de la Virgen María. Le encantaba prepararse sus homilías y leer mucho para estar siempre al día. Ejercer de sacerdote no es fácil en los tiempos que corren, pero Bernardo siempre tuvo por delante las enseñanzas del evangelio de Cristo, él siempre se sentía realizado cuando lo predicaba. Siempre lo tendré en mi memoria como representante de Cristo y como un amigo que nunca olvidaré y que decía: ¡Si volviera a nacer, cura volvería a ser!´ (M. S.)
`Sus saludos iniciales, cuando te encontrabas con él, siempre se referían a la cantidad de tareas diarias en las que se ocupaba, pero su mirada le delataba porque se sentía muy feliz en el servicio y se alegraba por ello. Se incluía siempre en la interpelación del Evangelio cuando nos dirigía las homilías, comentando en ellas hechos y detalles de su vida que le habían marcado durante su vocación en el servicio a Dios y a los demás, para que pudiésemos conocerlo un poco más´ (Mª. C.)».
Que, como decía su buen amigo Vicente, recemos por Bernardo para que Dios le dé la vida eterna; y recemos a Bernardo, que interceda por nosotros, recordando la comunión de los santos para que, junto con tantos “santos de la puerta de al lado”, sigamos construyendo el Reino de Dios en la Tierra, hasta que alcancemos la vida eterna.
El 7 de desembre passat ens va deixar un gran amic i un gran cristià: Enric Bono. Nascut a l’Alcúdia, a la Ribera. Mestre de professió i vocació, sempre caminava amb la brúixola de la fe, amb un gran amor a l’Església i als germans més necessitats. Era col·laborador entusiaste de la revista Cresol.
Vaig conéixer Enric i la seua dona Àngela a l’església de Cotes, on vaig anar a celebrar una missa. Devia ser l’any 2001. De seguida vaig simpatitzar amb ells i vàrem compartir inquietuds i vivències. Tot d’una em vaig adonar que eren persones molt compromeses en el món de la docència (mestres per vocació) i que tenien molts amics, molts compromisos socials, culturals i religiosos. Vivien la fe com un regal. La parròquia de Càrcer era el seu lloc de culte habitual, si bé, amants de la litúrgia en valencià, solien vindre a Massalavés (on jo era rector) cada dissabte, a la missa que celebràvem en valencià.
Enric tenia una ànima plenament missionera, fruit del seu amor a Déu i als germans; per això estava sempre atent a col·laborar en l’acció evangelitzadora. Amb bondat ajudava els missioners econòmicament o com a voluntari en diverses comunitats cristianes que va visitar, siga a l’Àfrica o a Llatinoamèrica.
En l’any 2006, estant jo a l’Equador, a la selva amazònica, va vindre com a voluntari uns mesos. En l’avioneta anàrem a visitar les comunitats més llunyanes i pobres, Pacayacu i Sarayacu, vora al riu Bobonaza, afluent de l’Amazones. ¡Ausades que va gaudir de la vida senzilla i alegre de la selva! Especialment amb els xiquets, que els duia tot el dia darrere. A la nit, ens assentàvem a la claror de la lluna i de les estreles, compartíem les experiències del dia i donàvem gràcies a Déu Pare per la vida missionera i per poder estar allí amb els germans de la selva. ¡Que diferent la vida de la selva, tranquil·la i en harmonia amb la natura, i la nostra ací en el “món civilitzat”!
Adeu, Enric. Un fatal accident ha sigut la porta per a anar a la casa del Bon Pare Déu. Sàpies que trobàrem a faltar el teu somriure, des del cel, en companya de Jesucrist, que tant estimaves. Sé que continuaràs ajudant-nos, als missioners, a la teua estimada família i al bon grapat d’amics que has deixat.
Gràcies per la teua vida senzilla i compromesa. Has sigut un clar exemple de participació activa en la vida eclesial, com tant demana el concili Vaticà II. Has eixit a les perifèries per a trobar els germans més pobres, has viscut amb alegria i dedicació la vocació a la vida familiar i professional, has corregut amb goig la carrera de la fe i, ara, el Bon Jesús t’ha acollit en eixe lloc d’amor i llum on un dia tots ens reunirem per a tota l’eternitat.
I amb el cant de comiat volem dir-te: “estos cors (els nostres, els de la teua estimada família) que ara guarden la pena, tan amarga, del teu comiat”.
La notícia del traspàs d’Enric ens colpejà el 7 de desembre, poc després del migdia. Durant els dies anteriors, l’esperança per la seua recuperació arran del desafortunat percaç de setmanes abans havia anat deixant pas a una sensació d’impotència i desassossec. La notícia ens va inundar de perplexitat i d’una profunda tristesa. Ens resistíem a acceptar la realitat: la pèrdua d’una persona amiga, d’un home amb una trajectòria docent exemplar, d’una bona persona. El pensament anava des del record dels anys d’estudiant, a la desolació que el seu decés ara embargava la seua esposa, les seues filles, els seus nets i la resta de la família que l’estimava, tant a Càrcer com a l’Alcúdia, el poble on va nàixer.
Crec que no seria el moment de rememorar ací les nombroses iniciatives de caràcter social, cívic i humanitari que va encetar, sempre en favor de les persones més vulnerables i més desprotegides: la relació sobrepassaria amb escreix l’extensió d’aquesta oració fúnebre. Servirà d’exemple citar l’agermanament promogut el 1990 amb un poblat de Zimbàbue, a l’Àfrica –on va viatjar en diverses ocasions–, per tal d’ajudar-los a construir unes escoles i evitar que els xiquets hagueren de recórrer diàriament un perillós camí d’anada i tornada a l’escola d’un altre poblat. Una iniciativa que va originar el Grup Solidaritat amb el Tercer Món, que encara hi manté canals d’ajuda per la construcció d’habitatges per als mestres i un institut. També és coneguda la seua col·laboració permanent amb associacions humanitàries com Càritas, la Granja dels Africans a Vallada, persones majors, i tantes altres que sempre mantenia en la més absoluta discreció. Però si enorme va ser la seua tasca en el camp de la solidaritat, no menys sòlid va ser el seu compromís amb la nostra llengua i cultura, i el seu insubornable posicionament ideològic, coherent amb la tasca social que tant l’ocupava i el preocupava. Una actitud compromesa que va fer explícita sempre que les circumstàncies del poble així li ho requerien. Enric era un home solidari, un home compromés, un mestre generós, un home bo.
Aquesta és una crònica que mai no hauria volgut escriure. Encara hui, poques setmanes després de l’últim adeu a l’amic, em resistisc a acceptar-ho com un fet definitiu. Haurà de passar molt de temps perquè amaine en tots aquells que l’estimàvem i l’admiràvem la sensació de buit que deixa entre nosaltres.
Va ser quan tots dos érem estudiants que vam descobrir el món de la poesia, concretament els versos dels poetes que llegíem quasi d’amagat en temps de la dictadura: Antonio Machado, Federico García Lorca i, sobretot, Miguel Hernández en la impressionant elegia escrita amb motiu de la mort del seu amic Ramon Sijé, un poema que, colpit pel seu decés, el tinc present a la memòria.
I potser també, que moguts per l’impuls a continuar parlant amb Enric, tal vegada ens sorprendrem nosaltres mateixos repetint-ne els versos finals: “A las aladas almas de las rosas / del almendro de nata te requiero / que tenemos que hablar de muchas cosas / compañero del alma, compañero”.