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CELEBRAR Significativitat

“Nos mostraron una humanidad poco común” (Hch 28,2) ¡Ut unum Sint, que seamos uno!
Andrés Valencia Pérez

Sugerente y estimulante es el texto, de este año, para orar por la unidad de los cristianos, y que nos proponen juntos el consejo de iglesias de Malta y el Pontificio Consejo para la Unidad de los cristianos. Un texto propicio para los tiempos que vivimos y ha de hacernos más sensibles, abiertos y dispuesto para acoger y escuchar a los hermanos.

Nuestra vida se refleja, no pocas veces en el texto bíblico. La narración comienza con Pablo siendo llevado a Roma como prisionero (Hch 27, 1ss). El relato es un drama actual de la humanidad, que cada vez más nos vamos acostumbrando a oír y ver; la potente tempestad que arrecia encima de ellos y, las condiciones les llevan a un terreno desconocido en el que están perdidos y sin esperanza. Toda la tripulación tiene miedo y son vulnerables. Mientras la historia se va desarrollando, vemos cómo aumenta la división entre los distintos grupos por la desconfianza y la sospecha. Una realidad presente en nuestra historia ecuménica, que ha marcado y que también nos hemos acostumbrado a oír.
Contra todo pronóstico, Pablo destaca como instrumento de paz en el alboroto. Confía fehacientemente en fuerzas que son indiferentes a su destino, su vida está en las manos de Dios, al que pertenece y a quien da culto (27, 23). Y contra todo pronóstico se salvan a pesar que el barco se hunde.

En el texto vemos como estas personas tan diversas y desunidas van “a parar a alguna isla” (27, 26). Habiendo sido puestos juntos en un misma barca, con una inmensa diversidad, divisiones, llegan al mismo destino, en el que se pone de manifiesto su unidad humana a través de la hospitalidad de los isleños. Una humanidad poco común.

Aquí se refleja el desafío de los cristianos, volver a los textos sagrados nos mantiene en sintonía con nuestro testimonio de seguidores de Cristo. Es muy necesaria la virtud de la hospitalidad en nuestra búsqueda de la unidad de los cristianos. Es un hábito que nos invita a una mayor generosidad para con los que pasan delante de nuestras vidas y pasan necesidad y, que necesitan de nuestra acogida. Pablo y sus compañeros experimentaron este hospitalidad, muchos de ellos no conocían a Cristo, pero fue a través de este trato “poco común”, se fueron acercando a él. Como cristianos hemos de avanzar, sin límites, en ofrecer hospitalidad también en los encuentros cordiales con aquellos que no comparten nuestras tradiciones, cultura, comidas, lenguas o religión, con esta forma de testimonio nos reconocerán que somos cristianos.

Ut Unum Sint

En el camino de la vida de fe y en estos viajes tempestuosos y encuentros casuales la voluntad de Dios para su Iglesia y para todas las personas llega a su plenitud. Así anunciaba Pablo en Roma, esta salvación de Dios ha sido ofrecida a todos los pueblos (Hch 28, 28). Sin embargo, en la barca de aquella tormenta, vemos reflejada nuestra unidad y comunión, no pocas veces debilitada, atacada, desconfiada y con muchos miedos ante los desafíos de unidad visible de la Iglesia. Nos queda aún por navegar para llegar a buen Puerto, por lo tanto debemos continuar intensificando todos los esfuerzos en gestos, palabras y acción que nos conduzcan a ese feliz día en que se alcance la plena unidad en la fe y podamos concelebrar en concordia la sagrada Eucaristía del Señor (Ut unum sint 77). Haciendo también un ejercicio Ad intra de hospitalidad en nuestra Iglesia, nos renueva y purifica, porque la hospitalidad o ser hospitalarios significa acoger, recibir al extraño/extranjero o lo incómodo y, esto del ecumenismo, para muchos es extraño, incómodo, ajeno a lo nuestro, a lo que estamos acostumbrados y que no implica mayor cuestionamiento.

En este sentido la encíclica de San Juan Pablo II, Ut unum Sint, que el próximo 25 de mayo tiene su aniversario 25, sin duda un motivo de celebración por este documento único sobre ecumenismo después del Concilio Vaticano II y, que ha de servir para una revisión de nuestra hospitalidad, de examinar nuestra humanidad poco común hacia este documento. En ella Juan Pablo II, nos invita, a la Iglesia católica a un “diálogo de conversión”, es decir, un diálogo interior sobre el ecumenismo. En ese diálogo, que se realiza ante Dios, cada uno debe reconocer las propias faltas, confesar sus culpas, y ponerse de nuevo en las manos de Aquel que es el Intercesor ante el Padre, Jesucristo (Ut unum Sint 82).
¿Cómo acogemos los avances, los diálogos y convergencias del diálogo ecuménico? ¿cómo acogemos en nuestras comunidades los documentos, los gestos que vemos y que ayudan al ecumenismo vivo? Mientras caminamos, oramos y trabajamos por la unidad sobre nuevos temas o se desarrolla con mayor profundidad, tenemos una tarea que llevar a cabo: acoger los resultados alcanzados hasta ahora; a ejemplo de la comunidad de Malta que acogió lo desconocido hasta ahora, acogió a Pablo y el mensaje de salvación. Estos avances no pueden quedarse en conclusiones de las Comisiones bilaterales, sino que deben llegar a ser patrimonio común. Para ello debemos pensar y reflexionar las formas y competencias diversas que abarque a todo el pueblo de Dios.

Seamos dóciles y valientes para acoger, seamos valientes y confiados como lo fue Pablo y sus compañeros en medio de la tempestad y, dejémonos guiar por el Espíritu del Señor. Aprendamos a acoger con una humanidad poco común.

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La palabra de Dios en el centro
Por Fernando E. Ramón Casas, Rector del Seminario Mayor de Valencia.

La Palabra de Dios es fundamental para los cristianos, como alimento en nuestra vida de fe, y también para los no creyentes, por la riqueza de sabiduría que aporta a todo hombre de bien. Por eso, el papa Francisco, en su incansable labor pedagógica, nos ha regalado la oportunidad de celebrar el Domingo de la Palabra de Dios en el III Domingo del tiempo ordinario. Nos toca ahora a nosotros -cada nuevo año- asumir este reto y pensar cómo vivir este acontecimiento en cada comunidad cristiana, en cada familia y cada uno a nivel personal.

La proclamación de la palabra o la lectura personal siempre es una experiencia que nos ayuda a reconocer al Señor que camina con nosotros, que sigue siendo nuestro Maestro, con una palabra llena de fuerza y de sabiduría, y que nos ayuda a interpretar toda la Escritura, porque toda la Palabra nos habla de Él.

Son tres las acciones que nos propone el Santo Padre, para vivir gozosamente este día centrado en la Palabra: celebración, reflexión y divulgación.

1) Celebración
Por un lado, deberíamos hacer algún signo expresivo del papel que juega la Palabra en la celebración de la Eucaristía de este domingo. Pero sería deseable que no se limite a una acción puntual, en un domingo singular, sino que eso nos ayude a vivir con mayor intensidad cada domingo la liturgia de la Palabra. Podíamos empezar por dignificar la mesa de la palabra, el ambón desde el que se proclaman las lecturas. También sería interesante cuidar el ministerio del lector en nuestras parroquias y comunidades; y mejorar el modo como se proclama la Palabra, para facilitar su acogida por la asamblea.

Y este domingo se podría solemnizar la entrada de la Palabra en medio de la comunidad, con cirios y llevada sucesivamente por niños, jóvenes, adultos y ancianos, hombres y mujeres, porque la Palabra es para todos.

2) Reflexión
Una segunda acción, un poco más delicada, pero no menos importante, sería que la Palabra nos ayudara a iluminar todas las actividades pastorales de la parroquia. Dedicar una jornada de estudio y reflexión para preguntarnos: ¿Cómo puede la Palabra de Dios servirnos para mejorar nuestras catequesis? ¿Cómo tiene que estar presente para potenciar nuestra actividad socio-caritativa? También en la dimensión evangelizadora y de primer anuncio tiene que darnos pistas la lectura de la Palabra. Y, un aspecto que no podemos descuidar es que la Palabra debe ser el alma de nuestra espiritualidad, debe ser el centro de nuestra vida de oración.

3) Divulgación
Finalmente, no deberíamos desaprovechar este domingo para promover la lectura de la Palabra de Dios y para ayudar en su comprensión. Hemos de facilitar que todos los cristianos tengan algún ejemplar de la Escritura, al menos del Nuevo Testamento. Podríamos aprovechar para hacer una entrega solemne en la misa a los niños más pequeños o a los que no tengan una Biblia propia.

Se pueden hacer también exposiciones sobre temas bíblicos, conferencias, ciclos de cine sobre películas basadas en personajes de la Escritura. Todo será poco para animar la lectura y el conocimiento de la Palabra de Dios en nuestras comunidades cristianas.

Además, el hecho de que se haya colocado en el III Domingo del Tiempo no es casualidad. Es una fecha próxima o que estará dentro del Octavario de oración por la unidad de los cristianos. Lo cual nos advierte que la Palabra tiene que ser un elemento que genere comunión, que nos ayude en el camino hacia la unidad. Sería también muy deseable y hermoso, en los lugares donde sea posible, que se realice alguna celebración ecuménica en torno a la Palabra. Pero que también nos ayude a generar un mayor vínculo entre los miembros de una misma parroquia, que asumamos el compromiso de leer todos los días el mismo texto bíblico.

También podemos preguntarnos, con la ocasión de este domingo, qué es lo que hace de la Palabra de Dios algo tan importante y tan necesario, que es lo que la distingue de tantas otras palabras que cada día llegan a nosotros, por qué hemos de prestarle una particular atención. Son muchos los aspectos que podríamos subrayar por la riqueza que supone, pero quiero subrayar tres.

1. La Palabra nos hace contemporáneos de Jesús, actualiza en el hoy los acontecimientos salvíficos que nos presenta. Esa es la gran novedad de la Palabra, que siempre es un texto que está en el presente. No podemos pensar que solo nos narra hechos del pasado, ni se refiere fundamentalmente al futuro; lo más importante es que ilumina nuestro día y es nueva cada vez que la abrimos. Por eso nos ayuda a vivir con responsabilidad nuestro presente sin caer en la nostalgia del pasado ni en las falsas utopías del futuro. Por eso es tan necesario que la leamos cada día, que acudamos a esta fuente de vida para fecundar nuestra actividad cotidiana.

2. Un segundo aspecto es que la Palabra de Dios es normativa. No podemos limitarnos a considerarla como un texto espiritual o poético. No hemos de quedarnos solo en su dimensión estética o en la superficialidad del texto. Lo que nos dice debería ser “ley” para nosotros. Si Jesús nos dice que hemos de amar al prójimo, incluido a nuestro enemigo, no podemos quedarnos parados pensando que es una declaración de buenas intenciones. Para nosotros esa palabra tiene un valor existencial y nos compromete a cumplirla como norma de vida, como camino de salvación. Si creemos que esa palabra es Palabra de Dios, si la consideramos verdadera buena noticia para nosotros, hemos de encarnarla en nuestros actos.

3. En tercer lugar es una palabra performativa. Es este un término técnico que tal vez no entendemos bien. Significa que es una palabra eficaz, que realiza aquello que expresa. Por eso, leer la Palabra supone aceptar esa eficacia en nosotros, vivir desde la fe y la confianza de que lo que la Palabra dice ya está realizado, aunque nosotros aún no lo percibamos así. Por eso es una palabra poderosa que puede transformar la realidad y también a nosotros. Es la palabra que cambia nuestra vida si la dejamos actuar.

Por todo lo dicho anteriormente, este domingo ha de ser también una llamada a los sacerdotes para que nos planteemos con mayor responsabilidad nuestra condición de ministros de la Palabra. Somos los animadores de la vida de nuestra comunidad cristiana y hemos de procurar esa celebración, reflexión y divulgación de la Palabra. Pero dentro del ministerio, el papa Francisco nos pide un especial esfuerzo. Se trata de la homilía. A ella le ha dedicado los nn. 135-159 de la exhortación Evangelii Gaudium. Son unas reflexiones preciosas que todos deberíamos conocer, pero especialmente los sacerdotes. Nos invita, en primer lugar, a una seria evaluación de la homilía y de su preparación. 

¿Estoy dispuesto a pasar este examen? Es muy necesario. Además, nos dice que “la preparación de la predicación es una tarea tan importante que conviene dedicarle un tiempo prolongado de estudio, oración, reflexión y creatividad pastoral” (EG 145) y pide que este tiempo prolongado sea de calidad, no las horas en que estamos cansados y con poca claridad mental. Es uno de los momentos fundamentales de nuestro ministerio en los que podemos ejercitar esa dimensión evangelizadora. Por eso, requiere nuestra atención y preparación cuidada. Esto depende de cada uno y nos exige, tal vez, renunciar a otras actividades para darle valor e importancia a este ministerio.

El papa nos pide crecer en familiaridad con la Palabra, porque está cerca de nosotros. ¡Qué no haya ningún día de nuestra vida sin la luz de la Palabra!
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