Miradas artísticas
Hacer arte, hacer política
En algunas ocasiones, se ha dicho, que hacer arte es hacer política. En el momento en que el artista tiene una intencionalidad en su obra, ya está haciendo política. Los artistas muestras su visión del mundo en sus obras de arte, nos quieren decir y lo plasman en sus creaciones artísticas. En este caso pueden ser sinónimos la crítica y la política, pues si en el arte hay crítica a un aspecto determinado de la sociedad, del mundo; también se está haciendo política.
En el campo de las artes plásticas tenemos un amplio abanico de creaciones artísticas donde este “hacer política”, está presente. En Valencia, un claro ejemplo, son las Fallas. Los artistas falleros plasman su crítica a la sociedad del momento y, por ende, hacen política. Son auténticos ejemplos de esta función del arte como crítica a la sociedad, con la sátira que les caracteriza.
Si nos enfocamos en el arte de la Iglesia, ejercitando un poco la memoria y nuestro imaginario cultural, podemos encontrar grandes obras de arte de Iglesias, Basílicas y templos religiosos con una fuerte carga política. Muchas Iglesias en su interior, muestran el reflejo de una sociedad, de una época histórica, de un sentir y vivir en el mundo, único. Para concretizar más: no es lo mismo las iglesias del románico, sobrias y oscuras; que las Iglesias del gótico con sus alturas y luminosidad. Lo mismo sucede con una Iglesia barroca repleta de dorado e imágenes religiosas; en comparación a una Iglesia a partir del Concilio Vaticano II, con son su sencillez y con su carácter asambleario como Pueblo de Dios. Todo esto nos habla de la evolución del arte, pero también de cómo la Iglesia se ha servido del arte para “hacer política”.
A lo largo de la Historia tenemos claros ejemplos donde la Iglesia se ha servido del arte para hacer política. Algunos de estos ejemplos es el caso de las imágenes religiosas en contra de la reforma protestante. En la contrarreforma, a partir de Trento, se favorece la creación de Imágenes religiosas, especialmente de santos. Es algo que nos ha llegado hasta la actualidad. La Iglesia, en el Concilio Vaticano II, en la constitución Sacrosanctum Concilium, anima a que las imágenes “sean pocas en número”. Las imágenes en la contrarreforma no son solo uno de los ejemplos políticos en los que la Iglesia ha hecho política con el arte; también tenemos ejemplos de grandes construcciones religiosas con fuerte carácter político, y que al menos, personalmente, creo que se debería cuestionar la presencia de la Iglesia en lugares como por ejemplo la Basílica del Valle de los caídos.
Actualmente, se hacen iniciativas desde la Iglesia, que ese “hacer política” con el arte, se plasma en proyectos que favorecen la concienciación ciudadana en aspectos que atañen a la vida del otro y de los derechos de las personas. Un ejemplo de ello, es la Cruz de Lampedusa, realizada con la madera de una patera de inmigrantes que naufragó en octubre de 2013 en la isla italiana de Lampedusa, dejando 349 muertos en el mediterráneo. En abril de 2014 el Papa Francisco la bendijo y ahora peregrina por todos los rincones del mundo, incluida Valencia. En la Parroquia de San José Artesano se encuentra una cruz más pequeña realizada con la misma madera. En esta parroquia se está iniciando un proyecto con el Ayuntamiento de Valencia y con el Gremio de los Artistas Falleros con el objetivo de levantar un monumento en la Ciutat de l’Artista Faller a los desaparecidos en el Mar Mediterráneo; un posible monumento realizado con materiales adecuados, y que se pretende ubicar en la plaza Regino Mas.
Como sabemos, la historia de la Iglesia igual que la de la sociedad, o la historia política, tiene su pasado con sus luces y sus sombras. No nos quedemos en las sombras, vivamos como “hijos de la luz” (Ef 5, 8), reflejando una Iglesia al servicio de la gente y a la entrega a los demás. Fomentemos proyectos artísticos de solidaridad, llevando el Evangelio a la vida de las personas, especialmente de los que más sufren.
Este año de 2021 celebra el centenario del nacimiento de uno de los más grandes directores del cine español: nuestro paisano Luis García Berlanga. La academia de cine en los Goyas le rindió homenaje.
Yo no sé si sus películas han sido vistas (y admiradas) por las nuevas generaciones de espectadores que, abandonadas las pantallas grandes, pueden verlas por su fácil acceso en las pantallas de televisión. Supongo que en las escuelas de cine se analizará su obra a los cineastas noveles españoles que se dedican especialmente a hacer comedias más o menos atrevidas pero que no alcanzan ni el gracejo, ni la malicia, ni la picardía ni la crítica social que el director de Utiel supo poner en sus películas.
Tenía Berlanga un estilo propio que hasta los espectadores más normales solían identificar: el caos, el esperpento, la caricatura, el humor negro y “escatológico”, el chiste pornográfico que aparecía en su forma de humor y que el público identificó como “berlanguiano” (término que por cierto fue admitida el año pasado en el diccionario por la Real Academia Española).
El de Utiel en su amplia filmografía tocó todos los temas posibles que preocupaban a la sociedad española, exponiendo delante de las mismas narices del espectador, todas las virtudes y lacras que adornan y afean la vida de los españoles. Sin duda era un regeneracionista, un hombre preocupado por mejorar la postrada situación de su patria que vivió tantos años bajo la opresiva torpeza de la dictadura. Precisamente bajo la ominosa sombra de ésta es cuando supo dirigir sus mejores películas, por las que parece no haber pasado el tiempo.
Son Bienvenido Mister Marshall, Plácido, El verdugo, Vivan los novios… Desde luego era admirable don Luis. Consiguió realizar estas películas en donde hablaba abiertamente de la sociedad española en los años más duros de la dictadura, pese a los grandes impedimentos que una
En el centenario de Luis García Berlanga censura atroz, política y religiosa, interponía a su libertad creativa. Esta primera fase de su cine, al principio muy poética y optimista y después más negra y realista, tenía la gran influencia del cine neorrealista que en Italia se realizaba. Concretamente el humanismo de las películas de De Sica, Rossellini y sobre todo, el surrealismo poético de Federico Fellini. La colaboración habitual del gran guionista Rafael Azcona (guionista habitual de su cine) incrementó ese gran pesimismo social.
Después vendría la transición y todo el marasmo de contradicciones que en nuestro país provocó y sus películas (La escopeta nacional, Patrimonio nacional…) de nuevo respondieron a la inspiración de Berlanga siempre con deseos de narrar la crónica de lo que pasaba realmente en España. Comedias delirantes, en donde toda la parafernalia de la corrupción, picaresca, polieticastros, curas de misa y olla, franquistas y rojos, se movían en aquellas grandes escenas corales mostradas a través de sus largos planos-secuencias. Sin tomar partido nunca por las dos Españas siempre le preocupó la reconciliación entre ellas y nos dejó en La vaquilla un mensaje de lo absurdo de los enfrentamientos fratricidas.
Es en las primeras películas que él dirigió donde el tema religioso aparece mayormente tratado. Por un lado, hay una visión positiva de la gente humilde religiosa. Berlanga muestra la religiosidad popular y mira con cariño a los curas de pueblo (véanse
Calabuch o Bienvenido mister Marshall) pero es en
Los jueves, milagro y en Plácido donde el hecho religioso aparece más confrontado. En la primera película -un buen estudio de la religiosidad popular, del extraño mundo de las apariciones, y de las ciudades con balnearios de aguas milagrosas y de la manipulación por parte de los poderosos de los sentimientos religiosos- todavía hay cierta contención en lo anticlerical. Pero será en
Plácido
donde se hará una ácida crítica despiadada de la práctica de la caridad oficial y donde el pesimismo sobre la función caritativa de la Iglesia de aquel entonces (en pleno nacionalcatolicismo) es total. ¡Qué lejos de nuestra “Cáritas” actual, admirada por todos! Plácido con ser tal vez la mejor película de Berlanga, es un auténtico mazazo al “nacionalcatolicismo”.
El NO a l’ús del valencià a l’Església ve de molt lluny.
El 1756, l’arquebisbe Mayoral prohibí l’ús del valencià a l’Església. No podem parlar amb Déu a la nostra església valenciana amb la llengua dels nostres pares i mares. Fa, per tant, 265 anys d’una anomalia esquizofrènica, obligant-nos, quan ens apropem a les parròquies, a deixar la llengua valenciana per a parlar amb Déu.
El 1965, amb el Concili Vaticà II s’obri una esperança de poder introduir l’ús del valencià a la litúrgia. En la Constitució Sacrosanctum Concillium, l’Església Universal acceptà i promogué l’ús de les llengües de cada poble. Les esperances posades al Vaticà II s’han esvaït al nostre País Valencià. Del Concili Vaticà II ja fa 56 anys i seguim sense normalitzar aquesta anomalia a la nostra església.
El Grup Cristià del Dissabte, des del seu inici ha fet una opció per la llengua i cultura valenciana, presentant el març del 2007 un document on tornava a reivindicar la desautorització de la desfeta provocada per l’arquebisbe Mayoral, de la mateixa manera que en 1965 ho feren milers de valencians en un manifest on ja es demanava als capellans l’ús del valencià en tots els actes i activitats religioses.
El desembre de 2009, en la revista “Saó”, el bisbe Rafael Sanus deia: “Sembla que l’ús del valencià en la litúrgia s’ha convertit en un problema que hem aparcat en la cuneta, esperant que es podrisca per si mateix amb el pas del temps”.
També l’Acadèmia Valenciana de la Llengua (AVL) va fer la traducció dels textos i els presentaren als bisbes de les quatre diòcesis valencianes (Oriola-Alacant, València, Sogorb-Castelló i Tortosa), però no en reberen cap resposta, ni tampoc l’acusat de recepció.
L’any 2009, l’arquebisbe Carlos Osoro, respondre una carta de seixanta capellans, dient-los que si volíem el valencià a la litúrgia, hauríem de demanar un bisbe valencià.
En juny del 2010 se´ls adreçà la petició als altres bisbes i, ja amb un arquebisbe valencià, 152 preveres es van dirigir al nou arquebisbe de València, n’Antonio Cañizares, valencià, per a demanar de nou la introducció del valencià a l’Església; però el resultat és que continua la no acceptació oficial de la nostra llengua a la litúrgia, malgrat que el nº 107 del “Plan Diocesano de Evangelización” aprovat per l´assemblea diocesana reunida a la Seu de València i presidida per l´arquebisbe Antonio Cañizares (2016), demana “fomentar el uso del valenciano en la liturgia, como cauce de evangelización enraizado en nuestra cultura” i promoure “la edición de los libros litúrgicos en valenciano”.
Ara fa un any, amb motiu de la pandèmia del Covid-19, el Consell Rector d´À Punt, la TV pública valenciana, proposà a l´arquebisbe la retransmissió de la missa dominical. N´Antonio hi va accedir i des d´aleshores molts cristians valencians seguixen amb tota normalitat la celebració de l´Eucaristia amb els textos elaborats per l’AVL, sense que això haja suposat cap divisió o enfrontament al si del poble de Déu.
És per tot això que els sota-signants
DEMANEM
1. que siguen editats els llibres litúrgics i també catecismes i altres textos en valencià segons les normes de l´Acadèmia Valenciana de la Llengua;
2. que s´introduïsca als seminaris i a les cases de formació religioses cursets per a coneixement de la història, cultura i llengua valencianes;
3. que es promoga l´aprenentatge del valencià per a l´adquisició de la competència lingüística per a tots els preveres de les diòcesis valencianes;
4. que els bisbes de la Comunitat valenciana facen una pastoral col·lectiva per a promulgar, en un temps prudencial, celebrar almenys una Eucaristia en valencià en cada parròquia i altres llocs de culte de les comarques valencianoparlants els diumenges i festes.
5. que els bisbes facen el suggeriment a les comarques castellanoparlants, com a signe d´unió i de pertinença, d´utilitzar el valencià en alguna pregària, cant o monició.
El nostre poble utilitza el valencià a tots els nivells, l´escola està formant els xiquets i xiquetes i l’Església no pot seguir essent una illa dissident.
Les signatures de totes aquestes persones i col·lectius, representatives de tot l’arc eclesial i socialpolític, testimonien els anys d’ignominiós silenci del valencià a l’Església; i, alhora, expressen l’anhel de ser cristianes i cristians sense renunciar a la nostra condició de valencians.
Si voleu adherir-vos-hi, podeu fer-ho en el web:
grupdeldissabte.org
(FELICÍSIMO MARTÍNEZ, La salvación, San Pablo, Madrid 2019, 343 páginas)
Hay palabras que forman parte del vocabulario ordinario religioso y teológico de un cristiano sobre los que, curiosamente, apenas se reflexiona. Es como si todos, sin más, supieran lo que significa y, en consecuencia, no fueran precisas las explicaciones. Uno de esas palabras es “salvación”. Con todo, y nunca mejor dicho, las apariencias engañan y en cuanto se pone a prueba la “supuesta” comprensión de “salvación”, uno se lleva sorpresas.
El origen del libro se relaciona con una prueba empírica realizada por el teólogo dominico Felicísimo Martínez en torno al tema de la salvación. Nos cuenta que al poco tiempo de llegar destinado en Roma, donde reside, y preocupado por el tema de la salvación, quiso investigar en la biblioteca del Angelicum la presencia de esta cuestión entre las principales revistas científicas (teología, Biblia, filosofía, derecho canónico, historia, sociología) y entre las recensiones de los libros que dichas revistas contenían entre los años 2017-2018. Con sorpresa y asombro, nos relata en la introducción del libro, que solo encontró un artículo en el que se tratase de manera expresa “la salvación” desde la perspectiva teológica y que, “desde otras perspectivas, ni siquiera aparecía el vocablo salvación”. En lo tocante a los libros recensionados consultados, nos dice: “solo encontré dos que abordan específicamente el tema de la salvación desde la perspectiva teológica cristiana” (6).
El dato es significativo y las consideraciones que brotan son abundantes. El autor se pregunta: “¿el tema de la salvación ha desaparecido del debate teológico? ¿ya no interesa a nuestros contemporáneos? ¿escribir sobre la salvación ya no tiene público?” En honor a la verdad, Martínez matiza que, en su investigación en la biblioteca, encontró muchas cuestiones que, de una u otra forma, tienen que ver con la salvación (redención, iglesia, gracia, pecado escatología, muerte, felicidad, salud, sufrimiento, paz, ecología), pero entendía que, a pesar de este hecho, el silencio sobre un tema que hace años representaba la preocupación central de los creyentes debía hacernos pensar.
Según F. Martínez, hay varios factores que explican esta situación: el proceso de secularización y el hecho de que ha cambiado la dirección en la que el tema de la salvación se plantea, incluso entre los creyentes (antes miraba hacia arriba y el más allá, ahora mira hacia abajo y el más acá); además, el lenguaje teológico clásico en torno a la salvación parece haberse vuelto obsoleto y no suscita comprensión por falta de conexión con la propia experiencia.
A pesar de este contexto tan desgarrador, el autor afirma que el interés por la salvación no ha desaparecido del todo (“quizá por que está inscrito en las aspiraciones más hondas del ser humano”, 9). Y da prueba de ello. Por ejemplo, hoy, señala, el pensamiento poshumanista o transhumanista se presentan como alternativos al anuncio cristiano de la salvación y prometen acabar con la muerte; o, en otros ámbitos, se busca con insistencia la mejora de la calidad de vida como solución de cara a una existencia humana feliz. Estos datos, indica, dejan traslucir que la salvación o sus contenidos siguen ejerciendo una atracción en un mundo secularizado y que el teólogo cristiano no ha de ser indiferente ante esta situación.
Por otra parte, en la génesis del libro hay otro experimento interesante. El autor no solo comprobó la presencia de la cuestión de la salvación en el ámbito de la teología científica, quiso tener también datos de primera mano provenientes del laicado (“para conocer lo que la gente piensa es conveniente alejarse del mundo clerical”, 12). Para ello pasó una pequeña encuesta a un grupo de 70 personas que frecuentan sesiones de formación teológica en una parroquia de Madrid. Les preguntó qué se piensa y qué se dice sobre el problema de la salvación más allá del horizonte clerical. Los encuestados debían hacer este sondeo entre las personas de su alrededor y también dar su propia opinión.
Los resultados del experimento fueron muy interesantes. El autor los comenta. Las conclusiones son cercanas a lo que ya se dejaba ver en el rastreo entre las revistas: “en la mayoría de las personas hay una preocupación de fondo que tiene que ver con la salvación…, sin embargo es cierto que cada vez son menos las personas que relacionan dichas preocupaciones con la salvación clásica. El lenguaje tradicional sobre la salvación ha desaparecido… el término salvación en la mayoría de los casos, ha perdido toda referencia religiosa, se ha secularizado completamente” (18-19).
Comenta Martínez que en la respuestas se deja notar una concepción demasiado individual y privada sobre la cuestión. Hay, asevera, un olvido significativo de las dimensiones comunitarias y ecológicas de la salvación; lo mismo que de la esperanza o la mirada sobre el futuro. Todas estos temas, también tienen que ver con la salvación cristiana.
Como es evidente, ya sea por el capítulo de la encuesta o por el anterior de la investigación en la biblioteca, la situación es muy preocupante. Sobre todo para un cristiano convencido, comprometido y formado. Las cuestiones relativas a la salvación siguen estando ahí, pero tienen un formato secular y una mirada parcial. Desde la fe, la salvación merece un planteamiento tan amplio como la realidad íntegra de lo humano. Y un tratamiento que sea accesible y significativo; que conecte con las vivencias de hombres y mujeres de nuestros días. Todo un reto que el teólogo dominico se toma en serio.
A la vista de toda esa rica información el autor explica el sentido de su libro, que entiende como un intento por dar respuesta a una serie de preguntas: “¿por qué el lenguaje de los teólogos profesionales sobre la salvación resulta enigmático e incomprensible para la mayoría de las personas? ¿Por qué incluso el lenguaje de la catequesis y de la predicación está tan alejado de la experiencia de las personas? ¿Por qué la sensación de que teólogos, catequistas y predicadores hablan de otro mundo, de otra vida, de otras problemas, de otra salvación que no es la que necesitamos?” (23).
La salvación de F. Martínez es un “un modesto ensayo” que desea hallar el lenguaje y la expresión adecuada para que el mensaje de la salvación cristiana llegue a interesar a algunas personas que se han desentendido de él. En este intento, el libro, “sobre todo, quisiera descubrir y describir experiencias humanas que permitan adivinar qué quiere significar la salvación cristiana” (28).
En suma, nos hallamos ante un buen ensayo de teología. Un libro de muy recomendable lectura para todo el pueblo de Dios que, con un lenguaje asequible y cercano, muestra el sentido y la actualidad de lo que es la salvación. Y no decimos más, para que sea el amable lector el que tenga el gusto de descubrir la riqueza de todos sus desarrollos y planteamientos. Seguro que no le decepcionará.
Abate Dinouart: El arte de callar, Siruela, Madrid 1999; Abbé Dinouart: L’art de callar, Edicions de la Ela Geminada, Girona 2016.
Alain Corbin: Història del silenci, Fragmenta, Barcelona 2019; Historia del silencio, Acantilado, Barcelona 2019.
En una llibreria de vell trobe un títol seductor: El arte de callar. L’autor, l’abbé Dinouart, és un capellà francés peculiar, perquè, d’una banda, declara la igualtat de dones i hòmens i, d’una altra, es manifesta contra la llibertat d’expressió. L’opuscle, publicat en 1771 a París, es pot considerar com una retòrica del silenci, tant l’oral com l’escrit. El primer principi necessari per a callar diu així: «Només s’ha de deixar de callar quan hom té alguna cosa a dir més valuosa que el silenci». Sempre he pensat que ser callat era una virtut i sempre he desconfiat dels xarraires. Gràcies, però, a la llista d’espècies de silenci de Dinouart m’adone que no sempre és així, perquè hi ha un silenci intel·ligent, sí, però també hi ha un silenci estúpid. A més, cada espècie de silenci s’adiu amb un temperament humà. Així, per exemple, el silenci estúpid «és patrimoni dels esperits dèbils i imbècils».
Com que un llibre sempre porta cap a un altre, en trobe un més recent de l’editorial Fragmenta. Es tracta de la Història del silenci, d’Alain Corbin, un recorregut pels significats del silenci des del Renaixement fins als nostres dies. L’historiador francés invita també a recordar els silencis de l’Evangeli, començant pels de sant Josep. No sé si este autor és creient o no, però em sembla que la seua investigació pot ser més útil per als cristians que no la de l’abbé Dinouart, perquè a pesar de ser prevere no reflexiona sobre el silenci que es meravella davant del misteri; com, per exemple, quan Josep i Maria presenten Jesús al temple i resten «meravellats del que es deia d’ell» (Lc 2,33).
Fou Josep, certament, un mestre de silencis i cal que hi meditem en este any que se li dedica. Escrigué en 1907 Eugeni d’Ors sobre ell: «No hi ha en tota la història sagrada, ni en tota la història profana, ànima més callada que aquesta ànima senzilla». Per això, diu, «ens és misteriós». Segons Xènius este misteri és el mateix que el del poble: «Sant Josep, Poble... ¿Com sou, què penseu? Ningú de nosaltres ho sabria dir». Potser per això, diu el papa Francesc en la carta apostòlica Patris corde, «sant Josep és un pare que sempre ha sigut estimat pel poble cristià».
Callem més, llegim més i contemplem els misteris de la nostra fe a l’estil de Josep.