MAGISTERI LA FORMA APOSTOLICA

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La autoridad pastoral
Miguel Navarro Sorní (Valencia)

La autoridad en la Iglesia ha sido siempre un tema problemático. Los obispos y sus colaboradores los sacerdotes, como pastores de la comunidad cristiana, están investidos de una autoridad que es participación de la autoridad de Cristo, para presidir, guiar y gobernar a su Iglesia. Ahora bien, esta autoridad no es ni se ejercita al estilo del mundo. Jesús lo expresó claramente cuando dijo: “Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor […]. Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20, 25-28).
A partir de estas palabras de Jesús debemos comprender la autoridad en la Iglesia y purificar el ejercicio de la misma, tratando de llevar a la práctica la palabra del Señor, para quien gobernar es servir. Sin duda todos estamos de acuerdo, tanto teológica como pastoralmente, en que la autoridad en la Iglesia no puede asimilarse ni a la autoridad de los monarcas absolutos (con la que se identificó en épocas pasadas) ni tampoco a una autoridad delegada democráticamente y dependiente de la opinión de la mayoría (si bien la organización democráticamente fraterna de las órdenes mendicantes proporcionó modelos ejemplares para la posterior organización democrática de la sociedad civil).
Para comprender rectamente la autoridad en la Iglesia hoy debemos hacer referencia a la eclesiología de comunión, que parte de la común igualdad de todos los cristianos, pues tanto los fieles como los ministros están caracterizados por la misma obediencia al Evangelio, y a través de él a Cristo. Por tanto, el ejercicio de la autoridad pastoral hay que entenderlo en el marco de esta común obediencia al Señor, y debe ejercitarse y aceptarse solo en la comunión de fe y de amor a Cristo que nos une, en el común empeño de seguirle. Esta es la piedra de toque para juzgar el correcto uso de la autoridad en la Iglesia, que nos ayudará a discernir las formas más adecuadas de las menos o incluso improcedentes.
Por ejemplo, ya no es una forma adecuada la del antiguo pater familias, que mandaba con autoridad indiscutible y despótica. Ni tampoco la más reciente del líder de una organización (un empresario o un político) al que se le pide poseer particulares habilidades en vista a alcanzar determinados objetivos (tomar decisiones adecuando los medios a los fines, buscar recursos, motivar a los subordinados, etc.), con una visión eminentemente pragmática. Ciertas corrientes de renovación parroquial, con buena intención sin duda, presentan una imagen del sacerdote en esta línea del liderazgo, que es poco evangélica y recuerda más bien los modelos mercantilistas de origen norteamericano, dando así una visión del párroco cercana a la del gestor de una organización empresarial.
Más adecuada a la autoridad pastoral y evangélica del sacerdote es la visión que nos sugiere la misma etimología de la palabra auctoritas, que deriva de augeo (aumentar, hacer crecer), de donde viene la palabra auctor (autor): el que promueve o produce una actividad. Según esto, la autoridad hay que entenderla en función de hacer crecer a los otros, a fin de hacerlos también a ellos “autores”, conductores responsables de su existencia. Al contrario del líder, que gestiona una organización y está centrado en la obtención de unos objetivos rentables, al “autor”, al que detenta la autoridad, le interesa sobre todo el crecimiento de los que le están subordinados, para que ellos mismos se conviertan en “autoridades” responsables.
La autoridad de Jesucristo, tal como se desprende de los evangelios, se ejerció y fue percibida en este sentido. Su autoridad no derivaba de un rol social o religioso externo del que estuviera investido, sino del hecho de que sus palabras y acciones transformaban a las personas haciéndolas renacer, generaban discípulos capaces de hablar y actuar como él, con su misma “autoridad”, la del amor. Pensemos en el asombro que provocaban sus palabras y acciones por la “autoridad” que destilaban (cf. Mc 1, 22-27), o en el envío de los doce a predicar y curar con su misma autoridad (cf. Mc 6, 7-12).
En efecto, como ya hemos dicho, para Jesús mandar es servir, en concreto prestar el servicio de entregar su vida por nuestra salvación, como lo indica simbólicamente en el pasaje del lavatorio de los pies, cuando “el Maestro y el Señor” realiza una función de esclavo, limpiar los pies, dando ejemplo para que sus apóstoles le imiten (cf. Jn 13, 1-20), y diciéndoles en el mismo contexto de la última cena: “Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve” (Lc 22, 28). Por eso dice Francisco: “un sacerdote, un presbítero que no está al servicio de su comunidad no hace bien”, es decir no les sirve la salvación de Cristo, como es su deber, pues para eso tiene la autoridad (audiencia general del 26 de noviembre de 2014).
Nuestra autoridad como sacerdotes debe interpretarse de acuerdo con el modelo de la autoridad de Jesús y en total referencia a ella; no solo porque la hemos recibido de él, a través del sacramento del Orden como consecuencia de la vocación que nos dirigió, sino además porque esa autoridad que nos ha dado está totalmente orientada a poner a las personas en contacto con su autoridad salvadora. Él es y ha de ser el referente y el señor de la auténtica autoridad que hace crecer hasta la vida eterna. En el momento en que nos pusiéramos nosotros en el lugar de la autoridad de Jesús, o alterásemos el sentido y el modelo de la misma, nos convertiríamos en malos pastores, en mercenarios. Lo cual implica que esta autoridad no se ejerce desde lo alto de un podium, sino poniéndose al nivel de los que nos han sido confiados, acompañándolos, como afirma Francisco: la “lógica de Jesús” impulsa a “ejercer siempre la autoridad acompañando, comprendiendo, ayudando, amando, abrazando a todos” (Discurso a la asamblea plenaria de la unión internacional de superioras generales, 8 de mayo de 2013).
Y para evitar las letales consecuencias de una falsa interpretación de la autoridad que ejercemos en la Iglesia es fundamental que cultivemos continuamente las virtudes del buen pastor, que Jesús recomendó a sus discípulos: desinterés personal (la autoridad no es para nuestra ganancia), espíritu de servicio, entrega de la propia vida (en tiempo, energías, preocupaciones, etc.), búsqueda del bien común (de toda la grey) y al mismo tiempo atención a las personas concretas, sobre todo a las más necesitadas (la oveja perdida), caridad pastoral que carga con las culpas de los otros (sobre todo en el ejercicio del ministerio del perdón), etc. Pero también disponibilidad y empeño para hacer crecer en “autoridad” a todos los fieles, es decir, para conducirlos a encontrarse con la autoridad salvadora de Jesús y someterse a ella por la obediencia de la fe y el amor.

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El sembrador, el caminante decepcionado, el que se levanta de la mesa
Darío Mollá Llácer sj

Me pide el coordinador de CRESOL una reflexión a partir de la carta del Papa Francisco a los sacerdotes con ocasión del 160 aniversario de la muerte del Cura de Ars. La lectura de la carta nos sitúa ante un escenario de dificultades en el ejercicio del ministerio sacerdotal y en la vida misma del sacerdote, dificultades en las que nos vemos muy reflejados, y ante unas palabras del Papa, como Pastor universal, que quieren ser, sobre todo, palabras de agradecimiento, ánimo y esperanza.
Más que comentar la carta del Papa Francisco (nada mejor que leerla en su integridad), quiero compartir la reflexión que esa carta me ha suscitado sobre algunos aspectos de la espiritualidad que nos pueden ayudar hoy a los sacerdotes; esa reflexión es la que quiero exponer en estas líneas. Una reflexión que parte de tres miradas contemplativas a tres escenas del evangelio. Cada una de esas escenas subraya una de las tres dimensiones de nuestra espiritualidad sacerdotal que me parecen especialmente pertinentes para la situación que nos ha tocado vivir.
La primera mirada es a esa preciosa página que llamamos “parábola del sembrador” (Mateo 13, 3-9) que, en mi opinión, tendría que ser una lectura de “obligado cumplimiento” al menos una vez al mes para todos los que tenemos una tarea pastoral… Es una página que nos invita a un cambio de actitud pastoral: porque creo que quizá estamos más hechos a una espiritualidad del “conquistador” que a una espiritualidad del “sembrador”. Y estos nuestros tiempos son más tiempos de “siembra” que tiempos de “conquista”.
La espiritualidad del “sembrador” es una espiritualidad de alguien constante en su tarea a pesar de que sabe que el fruto de su trabajo no es de rendimiento inmediato ni pleno, al cien por cien, sino a largo plazo e incierto en su resultado; una espiritualidad de quien siembra y vive con la difícil gratuidad de aceptar que una buena parte de su trabajo se va a perder, aunque el fruto que no se pierde compensa el esfuerzo; una espiritualidad de quien tiene la paciencia de llevar con alegría el tiempo, que a veces se nos hace muy largo, entre la siembra y la cosecha.
La segunda mirada tiene que ver con la conocida página de los caminantes de Emaús, que yo centraría en esta ocasión en los versículos de Lucas 24, 21-27, una página que, además de explicarla y aplicarla a los fieles, nos la tendríamos que dejar explicar y aplicar a nosotros mismos. ¿No nos evoca nada eso de los dos discípulos rumiando y diciendo “Nosotros esperábamos”… Frase tan actual y repetida.
Nosotros también esperábamos que las cosas fueran de otra manera, que la gente nos hiciera más caso, que nuestras iniciativas dieran mejor resultado… Y nos “desanimamos” mutuamente repitiéndonos unos a otros estas palabras en caminos, reuniones y comidas. Por eso, también, como los que iban a Emaús, necesitamos acoger y dejarnos acompañar por alguien que nos recuerde las Escrituras…; que nos pregunte, con asombro y/o ironía, si es que no hemos leído y predicado cientos de veces aquello de “era necesario que…”; que nos vuelva a decir que lo salvador de nuestra vida y ministerio no es nuestro éxito sino nuestra entrega, como fue en Jesús.
La tercera mirada se posa en el cenáculo en la cena de despedida de Jesús. Pero no vayamos demasiado deprisa… Y fijémonos de un modo especial en el versículo 4 del capítulo 13 de Juan: “Se levantó de la mesa, se quitó el manto y, tomando una toalla se la ciñó”. Es un nuevo modo de situarse de Jesús en su comunidad. Que es condición necesaria para su servicio de lavar los pies. Levantarse de la mesa es dejar la presidencia, el sitio de honor…; quitarse el manto es renunciar a su “dignidad” y superioridad… Después, una vez que ha lavado los pies a todos, incluso a Judas el traidor, “tomó sus vestidos, volvió a la mesa y les dijo” (12). Sus palabras habían adquirido entonces una credibilidad y una “autoridad” máximas.
Se nos propone en este versículo un nuevo modo de servir y de estar en la comunidad cristiana. Nuestro ministerio y nuestro magisterio pasa también por saber cuándo hemos de levantarnos de la mesa y quitarnos el manto. Así se hará posible que esa comunidad “se crea” su protagonismo en la Iglesia y entonces se “re-cree” una nueva relación entre el pastor y sus fieles, y nos libere a nosotros tanto de protagonismos como de ese “tenerlo que hacer yo todo” que al final degeneran y se vuelven contra nosotros mismos en cansancio y frustración. Porque lo que nos agobia y nos cansa espiritualmente no es el trabajo, sino el modo y las actitudes como lo hacemos y vivimos. Y de paso iremos construyendo comunidades eclesiales más adultas y activas.

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“Somos servidores de vuestra alegría...”
Jesús Belda

Con las palabras del título de este comentario el Obispo Ciriaco Benavente Mateos, concluyó los ejercicios espirituales que compartimos un grupo de 25 sacerdotes en Sancti Spiritus (Gilet), los días del 3 al 8 de noviembre de 2019: «Somos servidores de vuestra alegría. Hacer a la gente más feliz es nuestra misión; con más alegría…». Gratitud a este pastor que se manifestó en todo momento, con cada uno de nosotros como un obispo cercano, siervo, pastor, padre, hermano.
D. Ciriaco fue obispo de Coria-Cáceres desde 1992 hasta 2006 y obispo de Albacete desde 2006 hasta 2018. Al mismo tiempo que ejercía de obispo, dentro de la Conferencia Episcopal (CEE) ha sido desde 1993 a 2005 presidente de la Comisión Episcopal de Migraciones, de la cual pasó a ser miembro y unos años más tarde fue reelegido en ese cargo. En la actualidad pertenece a la Comisión Episcopal de Migraciones y a la Comisión de Pastoral Social.
Lo pasamos muy a gusto en una casa de ejercicios franciscana, hospitalaria, muy bien preparada, y en un lugar paradisiaco, con un clima que acompañaba. «Unos días excelentes, con un verdadero ambiente fraterno, con una salmodia cantada en una liturgia bien celebrada… Días extraordinariamente buenos», en palabras de varios de los ejercitantes.
El director nos invitó, en las charlas teológicas de la mañana y de la tarde, a alabar a Dios considerando nuestra vida «con el Principio y fundamento ignaciano, desde la gracia primera que nos invita a descubrir a Dios como un regalador. «Pero, ¿a qué Dios nos dirigimos? ¿Qué imagen de Dios hay en nosotros? ¿Estrecho, quisquilloso, llenos de reproches, agobiante y asfixiante… o al Dios de Jesús todo misericordioso, dador de libertad, y más íntimo a nosotros que nosotros mismos? Efesios 1: Bendito sea Dios, padre de Nuestro Señor Jesucristo, que nos eligió en la persona de Cristo para que fuéramos santos… Estamos hechos para el Amor. El pecado rompe el proyecto de Dios. Las cosas no pueden convertirse en absolutos porque estropeamos el proyecto de Dios. Pecado es el rechazo a situarse con Dios y con los demás en una relación de Amor». ¡El drama del humanismo ateo! (Henri de Lubac). El hombre desvinculado, dueño de sí mismo, que tiene como supremo valor la satisfacción y el bienestar. «¿Se ha perdido sentido de Dios y del pecado? Hay una capacidad autojustificativa, que nos pone fácil ver en el otro la viga. El profeta le hace tomar conciencia a David de la bondad de Dios para con él, y de su pecado».
El acompañante nos fue poniendo en el centro a Cristo y a la Iglesia, para que nos dejáramos conquistar por Él, y para ser humildes ante él y ante los hermanos: «Y el Verbo se hizo carne. Dios en salida en función de una misión, un envío, un éxodo; haciéndose carne, fragilidad y debilidad. Dejar que se vaya reflejando en mí su luz. ¡Este es el gran escándalo del cristianismo…! Fuerza irradiante de comunidades por el testimonio del Dios Amor. Necesitamos a ese Dios al servicio de la unidad del género humano. Sociedad del vacío, del nihilismo, del individualismo… ¡Qué fuerte, no me lo puedo creer! Señor, en qué te puedo ayudar, ¡qué puedo hacer por ti?
También nos exhortaba a «pedir conocimiento de los engaños del mal caudillo. Tentaciones de Jesús, crisis de Galilea. Autoengaños muy sutiles que pueden acabar bloqueando el seguimiento, en multiud de ocasiones no para el seguimiento, sino para el lucimiento». Deshacernos de autoengaños, pedir luz, ánimo, fuerza.
Y otras consideraciones:
El seguimiento del Señor, siendo discípulos y misioneros. «Los procesos son muy lentos. Llamada a vivir en una profunda intimidad con el Señor; llamada fuerte a entrar en el discipulado para poder ser una Iglesia misionera». Te he fallado tanto Señor, y aún así me amas”.
¿Qué es lo que a Jesús le ha ido doliendo? «La dureza de los oyentes; la agresividad que suscita su mensaje entre algunos que se consideran mejores; cuándo los hombres se fabrican absolutos terminan crucificando al Absoluto: el aparente silencio de Dios Padre que experimentó Jesús; la lentitud del progreso del Reino». “El amor se revela en la impotencia” (Bonhoeffer).
La segunda llamada, en una cultura líquida, con sueño e ilusiones en una realidad decepcionante. «Procesos, avances, retrocesos. La figura de Moisés (Hechos 7): se opondrá a ser separado del destino de su pueblo. Identificación profunda con un pueblo que le ha hecho sufrir tanto. Ahora es el hombre curtido, que aguanta y soporta. Esto es tener alma de pastor (Estudios del cardenal Martini). San Pedro: “tú sabes lo débil que soy; tu sabes que te quiero”».
La Resurrección del Señor. 1 Cor. Experiencia del Señor Resucitado. «Respuesta contundente que el Padre da a la fidelidad de Jesús. Es el Dios salvador por encima de la muerte. Es pasar de este mundo al Padre con los ojos de la fe. Los discípulos no están acostumbrados a esa forma de lenguaje, y tiene que volver al lenguaje prepascual. ¡Quizá nos falte experiencia verdadera de Dios! Real encuentro que transforma; descubrimiento penetrante, envolvente... no basta con conocer a Jesús. Jesucristo es el único Señor, en la forma de Siervo. Y por esta razón morían los mártires».
Contemplación para alcanzar Amor. “Siendo contemplativo en su misma acción” (San Ignacio). Descubrir a Dios todo, en la oración y en la acción. Nada es definitivamente malo. Hágamos de la vida un brindis permanente por el Señor. Somos servidores de vuestra alegría.
Hacia el medio día (13h) el obispo exponía temas relacionados con la espiritualidad presbiteral. La vida de los presbíteros, demasiado a la intemperie, ¿cómo mantener la alegría y el gozo en este contexto que produce cansancio? Caridad Pastoral que unifica toda la vida del presbítero. La santísima Virgen María, discípula y modelo.
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