No se puede hablar de oración ni de intenciones sin poner esa praxis en contexto trinitario. El Papa Francisco nos habla de una Iglesia Misionera. Se trata de una Iglesia que, como Esposa de Cristo se va conformando a El. Esto se va aclarando en la medida que se interioriza a Dios como uno y trino, como creador y por tanto: misericordioso y providente. Ese Dios es una relación de amor entre personas: la del Padre que crea, la del Hijo que salva y la del Espíritu Santo que une. El Padre crea al mundo y al ser humano como fruto concreto, corpóreo, de una relación de amor entre las personas de la trinidad. A su imagen y semejanza, la creación y las criaturas son también una relación de amor. Ese amor se manifiesta como comunicación de alabanza, de reconocimiento de la manifestación de Dios en todas las cosas y todos los seres humanos. El pecado, por el contrario, irrumpe en esa relación amorosa, constitutiva de la creación y las creaturas; rompe esa relación amorosa y desconoce en las cosas y los seres humanos la imagen de su creador. Desconecta la comunicación que los constituye. Pero el Padre, misericordioso y providente, envía a su Hijo en misión al mundo para re-vertir esa situación de incomunicación y desconocimiento. Su misión es con-vertir, hacer que la creación y la creatura vuelvan al seno de la Trinidad. Su misión es una praxis salvífica: re-capitular la creación en Dios. Eso implica volver a conectar a las criaturas entre sí, con el resto de la creación, y con Dios. La misión del Hijo es re-instalar la unidad, unidad entre los seres humanos y de estos con el Padre, con la mediación del Hijo, al cual se llega por la mediación de María, su madre.
La unidad es unirse a Jesús el Cristo, con-formarnos con Él, y con su mediación, conformarnos a imagen de semejanza del creador: Dios, Uno y Trino. Esa conformación, es la misión que Cristo viene a cumplir al mundo. Si nos unimos a Él, como pide el Papa Francisco, nos conformamos a su imagen y semejanza, en un cuerpo, la Iglesia, el cuerpo místico, su Esposa. Hacerlo es asumir su misión de con-vertir, de conectar, de comunicar para re-componer la unidad perdida. Esa misión es oración y praxis. Es estar en relación con Dios, con las cosas y con los seres humanos. Es estar en relacion amorosa, y cuando uno ama, lo dice, lo comunica al otro permanentemente, en modo de alabanza. Le dice a la persona amada cuanto la ama; lo dice todo el tiempo, y eso mantiene la relación como relación respetuosa por el otro.
Cuando amamos a alguien, creemos en él, y esperamos la felicidad de esa relación. Ese decir al otro “te amo” es todo lo que implica el amor. Esa alabanza se dice en palabras y en hechos concretos. Ese amor por el otro es un “decir” y un “decidir”; un hacer que me hace feliz y hace feliz al otro. Es una comunicación creadora: de una familia, de un trabajo productivo, del cuidado de la Casa Común con todo lo que ella implica. Cuando digo “te amo”, estoy orando al mismo momento que estoy contemplando en el otro la belleza, la bondad, la verdad. Cuando contemplo en el otro la belleza, la bondad y la verdad, lo reconozco como valioso, lo pongo en la valor, pongo en valor su cuerpo, y quiero comunicárselo, se lo digo, se lo repito, lo alabo, y hago cosas por él, por nosotros y por nuestra casa común.
De eso se trata una Iglesia misionera, de re-establecer la comunicación con la creación. De re-con-vertir el mundo a Dios. De re-establecer relaciones amorosas. Eso implica contemplación y acción. La contemplación sin acción puede llevar a la religión intimista, incomunicada. La acción sin contemplación puede llevar a la mera administración individualista. Cristo fundó una Iglesia que es pueblo, en el sentido de relaciones carnales, amorosas, colaborativas, no solo entre los seres humanos sino también con el resto de la creación. Una Iglesia militante, donde no solo estamos para salvarnos sino para salir y salvar a los otros y a toda la creación. La Iglesia alaba a Dios cuando le dice que lo ama, cuando cuida la familia que juntos con-formaron, cuando cuida la casa común que habitan. La Iglesia cuida la creación como esposa amada y amante.
El Papa Francisco invita de muchos modos distintos a cumplir esa tarea redentora. Habla de Iglesia en salida, Iglesia misionera, Iglesia hospital de campaña. Pero no se trata solo de praxis, sino también de oración. Porque Dios es oración-alabanza entre las personas, es decir amor. Se trata de conectar la oración con la praxis. Se trata de contemplación en la acción. Las intenciones de oracion universal para los próximos tres meses son por: nuestras familias, para que sean acompañadas con amor, respeto y consejo; por los trabajadores del mar; por los recursos del planeta, para que no sea saqueado, y nos comportemos de de manera justa y respetuosa.
De eso se trata ese modo de santidad que propone Francisco en Gaudete Exultate: “el santo de la puerta de al lado”. Se trata de humanizarse, y no de divinizarse. Se trata de encarnarse, de habitar un pueblo que es ecclesia, de sensibilizarse -como pide en Amada Amazonia. Se trata de amar y hacer, es decir de orar y misionar para que todos seamos uno como Dios es Uno. Se trata de vencer el espíritu del mundo que busca la riqueza a costa de la vida de las personas y del planeta. Esa victoria requiere de una disciplina espiritual y corporal sin la cual la oración no sera comunicación amorosa sino mera repetición desconectada del sufrimiento de la creación que clama al cielo mediante los pobres y la tierra.
El Padre envió a su hijo a hacer un trabajo, redimir, que según Laudato Si tiene el sentido de volver a conectar: a los seres humanos entre sí, con la madre-hermana tierra, y con el creador. Esa conexión es oración como contemplación en la acción, porque es poner el cuerpo, sentir, para poder amar a Dios en todo. El trabajo como cuidado es un servicio divino, una misión. Para eso hay que descender al mundo, al cuerpo, en misión redentora, imitando a Jesús. Es hacer de una economía que mata una economía de la salvación. Es ponerse en movimiento escatologico comunitario iniciando procesos, sabiendo que el Reino de los Cielos no es de este mundo pero comienza en este mundo, ya pero todavía no. Orar es decir, es discernir, es tomar una decisión que se traduce en acción redentora, es poner la re-versa, decirlo de otro modo, es iniciar el movimiento que transfigure al mundo hasta ver ahí la imagen de su creador, que es relación amorosa de reconocimiento entre las personas y cuidado de su criatura, fruto del amor. Es una dinámica trinitaria de encuentro reflejada culturalmente al estilo de cada pueblo. Es migrar de la cultura del descarte. Es iniciar el camino de la bienaventuranza, un camino de vuelta al Padre.
En eso consiste el drama de la historia, en aprender, en saborear la oración como pascua, como paso, como puente que conecta lo distinto pero no cae en lo diverso. Oración que une y no divide. Oración encarnada, como momento decisivo de un nuevo modo de estar-en-el mundo. Una mística que se con-vierte en ética teológica y ecológica, sin pretender re-formar, sino con-formar.